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Segundas vueltas (I DE II)
El concepto de segunda vuelta tiene las connotaciones de “segunda (y última) oportunidad para realizar algo”, “repetición de un procedimiento”, “algo usado que posteriormente se reutiliza”… En la vida escolar tiene el claro sentido de ofrecer a algunos alumnos una segunda oportunidad para aprobar ciertas materias pesarosas o difíciles; en la vida amorosa, el de intentar de nuevo una relación para remontar el fracaso previo (culminado en ruptura, separación o divorcio); en el ánimo general, el deseo de que la vida otorgue un nuevo umbral que permita la entrada al territorio donde puedan corregirse errores, muchas veces irreparables. Es indudable que, entre una segunda vuelta de exámenes escolares, una segunda vuelta electoral y una segunda vuelta amorosa, existen las condiciones académicas, legales o de las voluntades para que esa “oportunidad” se produzca, independientemente de lo incierto del resultado de la misma, a veces afortunado y otras no; en el caso de la vida, ya se sabe que la reaparición de un mismo escenario para volver a intervenir en él suele quedarse en su mero anhelo, de donde proviene el dicho español de que “a la oportunidad la pintan calva”. Quisiera remontarme a algo parecido a la idea de “segunda vuelta” haciendo una visita a dos historias famosas: la de Orfeo y la de Fausto.
Comienzo con la de Orfeo, hijo de Apolo y Calíope (musa de la poesía épica y la elocuencia), quien heredó de ellos los dones de la música y la poesía, con tal habilidad que, cuando tocaba su lira, los hombres se reunían para oírlo y las bestias amansaban su fiero talante. Con esa habilidad, enamoró a la bella Eurídice (y, más adelante, consiguió descender al Hades y adormecer a Cerbero, cuando intentó resucitar a su añorada esposa): esa parte de la historia órfica es la más conocida y ha prohijado numerosas representaciones pictóricas, musicales (tal vez la más hermosa sea la ópera de Gluck, con el nombre de los protagonistas) y fílmicas (recuerdo la película de Cocteau, pletórica de emblemas surrealistas).
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Según las fuentes que se consulten, fue la belleza de Eurídice la que hizo que ésta tuviera que huir de las libidinosas intenciones de Aristeo, o que ella paseara amorosamente con Orfeo: el hecho es que fue mordida por una serpiente venenosa en el campo y murió. Su viudo se lamentó inconsolablemente a las orillas del río Estrimón por esa terrible pérdida, con canciones tan tristes y canto tan lastimero que ninfas y dioses lloraron. Recibió el consejo de descender al Inframundo para conseguir del dios Hades la devolución de Eurídice a la vida, recomendación que siguió con esperanzador entusiasmo, confiado en sus dotes para la música y la poesía, y así se produjo el comienzo de la “segunda vuelta” órfica.
Camino de las profundidades, Orfeo sorteó peligros, ablandó el corazón de sus habitantes y, con la música “lírica”, consiguió el permiso de Hades y Perséfone (quien había sido raptada hacia las profundidades del Mundo por la lascivia del dios; fue Demeter, madre de Ceres/Perséfone, quien consiguió que ésta viviera seis meses en la superficie de la Tierra y otros seis en el Inframundo): Eurídice retornaría con él hacia el territorio de la luz, bajo las condiciones de que debía caminar delante de ella y de que no debía volverse para mirarla sino hasta el momento en que ambos hubieran alcanzado el mundo superior y cuando los rayos del sol hubieran tocado por completo a su esposa.
El enamorado Orfeo iba adelante de la sombra de Eurídice, pero no volvió la cabeza en todo el trayecto, ni siquiera cuando pasaban junto a algún horrendo peligro, ni para asegurarse de que ella se encontrara bien. Al llegar a la superficie, cuando Orfeo consideró que ambos habían alcanzado la luz (y un tanto impaciente por mirar a su esposa), volvió la cabeza para verla, con el desventurado suceso de que ella aún no había sido completamente bañada por el sol, pues todavía tenía un pie en la salida del Inframundo: así, Eurídice se desvaneció en el aire, para siempre.
Esta historia acerca de una segunda vuelta entre esposos parece metáfora de segundas oportunidades amorosas, con las que se pretende derrotar la “muerte” del otro mediante un acto de voluntad, o de deseo, para vencer la adversidad. La lección griega es fatal: Eurídice regresa al Lugar de los Muertos y Orfeo, desolado y vencido (no obstante sus habilidades artísticas), queda tan triste que muere violentamente al cabo de un profundo estado de abandono. Imaginemos que, en su segundo descenso al Hades, Orfeo se encontrará con Eurídice.
(Continuará)
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