Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 12 de septiembre de 2010 Num: 810

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Jesusa Palancares: el rostro centenario de México
SONIA PEÑA

¿Hay algo que celebrar el 2010?
JORGE HERRERA VELASCO

Las fiestas del centenario de la Independencia
GERARDO MENDIVE

Bolívar Echeverría y el siglo XXI
LUIS ARIZMENDI

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

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LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
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Directorio
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Jesusa Palancares: el rostro centenario de México

Sonia Peña

Jesusa también está seca. Va con el siglo
Elena Poniatowska

”Que veinte años no es nada”, dice Alfredo Le Pera en la letra que inmortalizó la voz de Carlos Gardel. Y cuando vemos el México actual parece que Le Pera se quedó corto. Ni veinte, ni treinta, ni cincuenta, ni cien años son nada en el rostro de una sociedad representada por la soldadera más singular, valiente y sabia que ha dado México.

Elena Poniatowska es el Virgilio que nos guía por el infierno que es la vida de Jesusa Palancares, una mujer corroída por los años y el sufrimiento. Josefina Bórquez, una lavandera que vivía cerca de Morazán y de Ferrocarril-Cintura en el año 1964, inspira a Poniatowska para crear unos de los personajes más entrañables de nuestras letras: Jesusa Palancares, la encargada de introducir a la autora de Hasta no verte Jesús mío por los caminos de la miseria, por los laberintos donde “México se va haciendo chaparrito, allí donde las calles se pierden y quedan desamparadas”. Esta presentación se podría aplicar al México del siglo XXI: “Jesusa pertenece a los millones de hombres y de mujeres que no viven, sobreviven.”

Es en ese México escondido y marginal donde la pobreza agobia a las Jesusas que luchan cada día por sobrellevar la vida como si fuera un pesado costal amarrado a sus espaldas; Sísifos sin esperanza, movidos por vaya a saber qué fuerza, se debaten obstinadamente en una supervivencia que a nadie importa, porque son “basura a la que el perro le echa una miada y sigue adelante. Viene el aire y se la lleva y se acabó todo”.

Una de las mejores descripciones del carácter de Jesusa es cuando tiene una hemorragia en la calle y sigue caminando bajo el sol “tapándose con su rebozo, como un animal en agonía que sólo quiere llegar a su guarida. Como burro, como mula”. Y como ella, millones de marginados regresan cada noche a su guarida, porque su presencia sólo importa en épocas electorales.

La Jesusa, con sus gallinas descalcificadas, con su perro negro atado a la puerta de la vecindad, en un cuarto que huele a humedad y dolor, sin más compañía que un radio, esa “caja donde dicen puras mentiras”, es el rostro de un México que no ha logrado erradicar ni la Revolución ni el siglo, porque Jesusa “va con el siglo”. Su pobreza extrema no es una novela, es una realidad que podemos palpar a la vuelta de cualquier esquina.

Los gobernantes han demostrado poco interés por las Jesusas de la historia: “Ya lo dijo Cristo, siempre van a existir pobres entre nosotros”, fue la contestación del ex presidente argentino, Carlos Saúl Menem, cuando la prensa lo consultó sobre los índices de indigencia en su administración. Algo semejante le dijo Vicente Fox a una pobladora rural del estado de Puebla: “Está bien que no sepas leer, así vas a vivir más feliz.” ¿Hacia dónde vamos con gobernantes que piensan que la pobreza y el analfabetismo son situaciones aconsejables? Lamentablemente, los Menem y los Fox siguen gobernando, con otros nombres y otros apellidos, pero continúan perpetuados en el poder.

Elena Poniatowska le da la palabra a la impotencia de un pueblo en la voz de Jesusa Palancares, su rostro surcado de arrugas es el más vivo retrato del centenario de la Revolución que con cohetes y serpentinas se dispone a festejar el gobierno de México. ¿Qué diría Jesusa si viviera?: “¡Tanto banquete! A ver, ¿por qué no invita el presidente al montón de pordioseros que andan en la calle? A ver, ¿por qué? Cada día que pasa estamos más amolados y el que viene nos muerde, nos deja chimuelos, cojos y con nuestros pedazos se hace su casa.” Pero hoy como ayer, Jesusa, al pueblo pan y circo. ¿Qué festeja México en medio del hambre, el desempleo, la matanza indiscriminada de personas? ¿Se pueden gastar millones de pesos en celebraciones cuando en la Montaña Alta de Guerrero mueren niños de tuberculosis, de desnutrición, de enfermedades curables? ¿De qué Revolución hablamos cuando hay seis millones de analfabetos en el país? En medio siglo, la Revolución cubana terminó con el analfabetismo.

Escribe Poniatowska que con la edad nos vamos “cubriendo de cordilleras y de surcos, de lomas y desiertos. La Jesusa se parecía cada vez más a la tierra”. Josefina Bórquez tenía setenta y ocho años en ese entonces, pero parecía de cien porque así pasa con los pobres: el hambre y las privaciones les echan encima todas las arrugas, todos los achaques y todas las deformaciones.

La autora de Hasta no verte Jesús mío escribe que no le ha otorgado al personaje (Jesusa) la dimensión que la persona (Josefina) merecía: “Al terminar me quedé con una sensación de pérdida; no hice visible lo esencial, no supe dar la naturaleza profunda de la Jesusa.” La “naturaleza profunda” de la que habla la escritora es la orfandad que trasmite el personaje y que atraviesa la obra de extremo a extremo, la “naturaleza profunda” es la soldadera que vivió la Revolución, no se la contaron, y por lo mismo puede decir sin empacho: “A mí esos revolucionarios me caen como patada en los… Bueno, como si yo tuviera güevos. ¡Son puros bandidos, ladrones de camino real, amparados por la ley!”

La indignación de Jesusa es la de muchos de nosotros: los que vivimos despotricando contra los políticos y los chiflamos en actos públicos para luego respirar aliviados, pero eso no basta, porque la resignación de Jesusa también es la nuestra: seguimos encorvados bajo un poder que cada día aprieta con más fuerza la suela de su bota contra las cabezas de millones de Jesusas a lo largo del continente.

Pero llegará el día en que esas Jesusas despierten, se levanten erguidas y reclamen una vida digna. Cuando eso suceda la tierra toda cantará al compás de “La adelita”, porque no hay mal que dure cien años y porque “la Jesusa es como la tierra, tierra fatigada y presta a formar remolinos. Busquen y encontrarán su cara en las manifestaciones, en los mítines y en toda la constelación de protestas que repica cada vez más fuerte”