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Del secretario y sus montajes
Más que eficiente secretario de Seguridad Pública tan necesario con visos de emergencia nacional, Genaro García Luna, gran amigo de Felipe Calderón puesto que no han hecho mella en su ministerio los continuos reportes sobre un ostentoso modo de vida que, según su sueldo público, apuntan sin ambages al enriquecimiento inexplicable, es avezado productor de montajes televisivos. Muchos son los golpes de efecto mediático en que cámaras y micrófonos del duopolio (más Televisa que TV Azteca), acarrean “primicias” de habilidad policíaca a las pantallas de los hogares mexicanos en un país en que la brutalidad cotidiana de las calles dicta muy otra cosa. Muchas veces, como para que más elucubre quien piense mal, inmediatamente después de que se suscite una noticia incómoda, precisamente, para el aparato que encabeza Calderón, aparece en la tele la alharaca de una captura, irrupción de lo policíaco que como por ensalmo lleve la atención colectiva a rumbos lejanos y morbosos, precisamente para desviar reflectores de una política pública lesiva al pueblo. No es raro ver en la tele un dramático operativo policíaco en que cae preso un narco de medio pelo o una banda de secuestradores que operaban en las inmediaciones de Morelos o Hidalgo, precisamente cuando lo que afecta a los habitantes del territorio nacional es un súbito y arbitrario aumento en los impuestos, un redoblado, flagrante robo en el precio de los combustibles, la retroactiva entrada en vigor de un expolio a las pensiones del Seguro Social o una exoneración vergonzante de funcionarios corruptos, de banqueros estafadores o de poderosos empresarios ligados al cártel de Los Pinos, ese octavo incómodo pasajero que no fue mencionado en el mapa de los cárteles mexicanos de la droga que hace poco hiciera público el gobierno con preclara intuición, como si no los conociéramos de sobra por la huella que van dejando a plomo y fuego.
No es casual la captura y exhibición –cínica sonrisa a cuadro– de un capo peligroso un día antes de un cuarto informe presidencial, donde Felipe Calderón, más que informar a la nación, debiera haber hecho un recuento de nacionales desgracias, empezando con su tozuda insistencia en bañar al país en sangre y pólvora.
El del secretario-director-productor y guionista es oficio de muchas tablas y bambalinas, de capturas ensayadas con guión y entradas en escena de acuerdo al queue del floor manager; con reflectores a modo para que las cámaras no pasen tenebra; coreográficos reacomodos de cadáveres de civiles inocentes y sofisticadas presentaciones de presuntos delincuentes en escenografías cuidadosamente planeadas, casi siempre un helicóptero detrás –si se repiensa el asunto, y no hay película gringa de acción en que falte un helicóptero; ¿por qué habría de ser distinto en una superproducción policíaca de Los Pinos? Buena parte de esas escenas son montajes acordados entre las televisoras y la Secretaría de Seguridad que dice dirigir el señor García Luna. La aprehensión de secuestradores, como la banda donde presuntamente actuaba una francesa cuya situación carcelaria ha sido ya hasta tópico diplomático; el suceso del iluminado orate que para vaticinar la inminencia del Apocalipsis simuló llevar una bomba a bordo de un avión; la captura de capos y sicarios a los que se presenta como claves en la estructura de la delincuencia organizada, pero que no afectan a las cúpulas operativas ni a los verdaderos jefes de las finanzas del narcotráfico, y que son suplantados en minutos por otros delincuentes que también, en cuanto sea oportuno y necesario, serán prescindibles. Capturas con sesgo. Dados cargados. Cárteles vapuleados de un lado e incólumes, frescos como una lechuga del otro.
Detallados informes de cómo su patrimonio ha dado un salto gigantesco en cuestión de tres o cuatro años ponen a García Luna y sus cercanos colaboradores en ámbitos de sospecha. Pero ni el pétalo de un buen reportaje de investigación sobre sus cuentas bancarias y propiedades –allí el exhaustivo trabajo que ha hecho la periodista Anabel Hernández con pruebas documentales y gráficas, las agresiones a sus colaboradores por parte de elementos adscritos a la secretaría-feudo del don Genaro–, parece causar un rasguño siquiera en la coraza de impunidad que parece protegerlo. Allí, pública, la información sobre sus mansiones en Jiutepec o Jardines de la Montaña, en Tlalpan. Porque la realidad es mentira y la mentira montaje, y en eso el señor secretario y director es un genio.
Que lo lleven a Hollywood.
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