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Festividad de La Comparsa de los Copalas, en Putla de Guerrero, Oaxaca |
PARADOJA
Orlando Ortiz
Para Desiderio Hernández Xochitiotzin
En este pueblo dicen que se detuvo el tiempo, que nunca pasa nada, que de puro milagro hay gente viviendo aquí. Pero eso dicen quienes nunca han venido en las fiestas patronales, en uno quiotro de los festejos a las vírgenes más milagrosas o al Santo Cristo, o por lo menos antes de la Cuaresma, en los días de carnaval.
Las calles se llenan de colores. Flores, cadenas de papel de china, banderitas de papel picado, tapetes de serrín coloreado y más flores y gente con disfraces de mucho colorido bailando danzas que nos llegaron de tiempo atrás, con trajes y máscaras que pasan de padres a hijos y de hijos a nietos. Ángeles, reyes, demoños, muertos, muertes, carlomangos, reinas, judas, cinturiones, macabeos, Pilatos, judíos, chotos, trigues y liones, de todo ve uno en esas fiestas, brincando, bailando, asustando y maloriando a quien se les atraviese o haciendo que se pelean entre ellos o de plano peliándose porque a uno se le va la mano en la fingida y lotro se enoja y le contesta macizo y entonces lotro ya no se deja y se arma la de diosespadre, nomás un ratito porque casi siempre se meten a separarlos el demoño, la muerte y el ángel, que son ya mayores, tranquilos, muy serenos y saben apaciguar los ánimos de los rijosos.
Todos los años como quiantes de las fiestas se discute quién va a ser qué cosa y siempre acaban los mismos siendo lo mismo. Muy de vez en cuando entra alguien que no había sido antes porque el denantes se enfermó o de plano ya clavó el pico. Pero eso es muy raro. Este año no hubo cambios. O por mejor decir, lo que ocurrió fue otra cosa que no dejó de alarmarnos. El mero martes amaneció bonito, con mucho sol, tanto, que la gente se animó a comenzar desde temprano los bailes y desfiles, a poner los puestos de fritangas, aguasfrescas y frutas y dulces, lo que le da todavía más color a los que hay de por sí. Había música por donde usté quiera, cuetes que truenan y de los otros, gritos de viene la reina y los danzantes y hasta pingos y chotos, que son los que siempre andan maloriando a la gente y hay questar listos pa que a uno no le hagan de las suyas, y luego los pellizcos disimulados de los unos a las unas, risitas y miraditas y gritos y el olor a pasilla y guajillo mezclándose con el de la manteca y la pólvora reventada y el tlachicotón o la cervecita y la birria o más gritos que fueron haciendo que se callaran los otros gritos y voces y hasta la música de viento.
–¡Se nos muere la muerte! ¡Se nos muere la muerte!
Al ratito sólo eso se oía en el silencio y la gente se fue arremolinando a donde yo no me acerqué porque imaginé que estaba tirado y boqueando mi tío Mardonio, que tenía siendo la muerte desde muy jovencito, que mi abuelo le dejó todo a él porque su papá, de mi tío, no de mi abuelo, se había ido de mojado y nunca volvió. Pero estaba boqueando por su gusto, porque yo le había dicho desde el domingo, que lo vi mal, que si quería yo la hacía de la muerte, pero me dijo que no, que porque la muerte era una cosa muy seria y yo estoy tan moco y tan ñango que doy risa, no quiso por eso y por eso es que orita estamos por quedarnos en este pueblo sin la muerte y sepa diosito qué problemas vaya a causarnos eso.
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