Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de julio de 2010 Num: 802

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Paradoja
ORLANDO ORTIZ

Nobody
FEBRONIO ZATARAIN

Carlos Montemayor y los clásicos
JOSÉ VICENTE ANAYA

La cámara lúcida de Barthes y la consistencia de Calvino
ANTONIO VALLE

Roland Barthes, lector
ANDREAS KURZ

¿Dónde quedó la izquierda?
OCTAVIO RODRÍGUEZ ARAUJO

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Jorge Moch
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Suculencia de campañas

Si Benito Juárez supiera qué es el sufragio hoy y qué lo motiva a exactos ciento treinta y ocho años de su fallecimiento (un 18 de julio pero de 1872), estaría revolcándose en su sepulcro del Museo Panteón de San Fernando. La propaganda política en todos sus niveles, municipal, estatal y federal, es en estos aciagos tiempos un magnífico negocio para medios diversos de comunicación, desde el más burdo y rupestre, como pintarrajear una barda con los colores de un partido político hasta los masivos y electrónicos que suponen una de las industrias más poderosas y lucrativas de las que ha inventado el género humano. Más de alguna vez me ha tocado escuchar, de labios del atribulado director de algún diario local en el interior del país ante el estremecedor panorama de las pocas ventas de inserciones y anuncios, decir “qué bueno que ya vienen las elecciones”. En tiempos de vacas flacas –si es que alguna vez los padecen–, las televisoras mexicanas también habrán de anhelar con trémulos suspiros de quinceañera la temporada de caza de las contiendas electorales: los partidos políticos son los recíprocos cazadores que ven en el rival no a un adversario sino a la bestia a la que hay que coser a perdigonazo de invectivas y ráfagas de acusaciones y las televisoras las proveedoras de munición, porque se ha puesto de moda la estrategia de que toda campaña electoral debe ser sucia y hace mucho que se cambiaron las propuestas con que proyectarse uno mismo en la conciencia del electorado por el infundio con que encenagar al contrincante. El mejor ejemplo es aquella estrategia panista de las elecciones presidenciales de 2006 de calificar al candidato que más temía la oligarquía de “un peligro para México” aunque el verdadero peligro, basta ver el país regado de muertos, desempleo, desconfianza y despeñadero económico en que vivimos, resultase precisamente quien clamara con hermenéutico dramatismo tan tramposa, apocalíptica advertencia.


Ilustración de Juan Gabriel Puga

Las campañas son el festín, el banquete, la rebatinga y el atracón que da para todos aunque la mayor parte del marrano se la reparten los grandes grupos de la tele y la radio. Algo llega de migajas a la prensa escrita, no mucho si se compara con las riadas de dinero que se quedan en las faltriqueras de Televisa y tv Azteca más que en ningún otro lado. Con sesgo o sin él (que mucho lo exhiben casi siempre a favor del partido del tlatoani de ocasión), el proselitismo del que se hacen vehículo es la cornucopia idílica de cualquier empresario. Lo malo, lo condenable, lo irritante, lo increíble del asunto es que toda esa derrama de riqueza que se traduce en sonsonetes estúpidos, promesas vacuas, lemas guangos de campaña y la inundación de la conciencia colectiva de rostros hipócritamente sonrientes y decidores de églogas al futuro, todos esos encuadres de candidatos risueños que abrazan a señoras mayores o besan niños, todas esas resmas de banderines plásticos con que se empapelan todas las ciudades, toda esa inmensa producción, distribución y exhibición de basura sale del dinero público que debería, en la teoría, estar cumplimentando las mismas promesas de las campañas electorales del pasado inmediato: bastaría con que en lugar de gastarse miles de millones de pesos en campañas políticas los funcionarios encauzaran ese caudal económico a lo que anduvieron prometiendo cuando fueron candidatos para que este país fuera muy otra cosa.

Además de las campañas en sí, en términos de contratación de espacios en buenos horarios, con pingües oportunidades de lucro para que los consorcios del duopolio televisivo suban sus índices de ventas, también son jugoso pasto los conflictos postelectorales. Aunque se trate de tradicionales arreglos en lo oscurito en que tanto sabe entretenerse la política mexicana, de control de daños o la soterrada manera en que tradicionalmente se manipula a la opinión pública cuando con cinismo caciquil se pretende doblegar la realidad al discurso político del que los medios masivos, la tele como ninguno otro medio es lo mismo palestra que altavoz; la engolada maestra de ceremonias de toda esta farsa, del variopinto desfile de payasos y malabaristas, de forzudos y barbudas, de manoseo vergonzante de lo que alguna vez fue el deber del pueblo que se apresta a consensuar el nombramiento efímero de aquellos que, sólo en la teoría si contraponemos la realidad, habrán de ser empleados y gestores, servidores de sus votantes. Vaya candidez chusca, la democracia en México, pero qué buen negocio, caray.