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Nobody
FEBRONIO ZATARAIN
Carlos Montemayor y los clásicos
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La cámara lúcida de Barthes y la consistencia de Calvino
ANTONIO VALLE
Roland Barthes, lector
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OCTAVIO RODRÍGUEZ ARAUJO
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Columnas:
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Nobody
Febronio Zatarain
Yo no he leído el Quijote, pero a él y a otros personajes me los he comido. La semana pasada fui a la sala de emergencias del hospital del condado, pues el mundo me daba vueltas y todo lo que ingería lo vomitaba. Ve al Cook County, me había dicho mi roommate, te ves de la patada, se tardan como cinco horas para pasarte con el doctor, pero hasta la medicina te regalan. Camino a su trabajo me dejó en la pura puerta. Yo estaba asistiendo de oyente a un curso sobre viaje y diáspora y me llevé conmigo a dos acompañantes: si me canso de las aventuras de Don Quijote me brinco a las de Odiseo. Di mis datos dos veces, mas no les importó que no tuviera un número de Seguro Social. Me dirigí a la sala de espera, los rostros con que me topaba emanaban cansancio, enfermedad, pero sobre todo tristeza. Allí el color de piel no importaba, lo que nos hacía entes de la misma aldea era la pobreza. Me acomodé en uno de los asientos disponibles, saqué de mi mochila el libro de Cervantes y lo abrí al azar; venían caminando en fila doce galeotes esposados y ensartados por sus cuellos en una gran cadena de hierro; volteé a mi alrededor y sentí que todos los que estábamos ahí íbamos camino a las galeras y que trabajaríamos en ellas porque nunca llegaría un Quijote con su Sancho a rescatarnos. Y volví al azar del libro y me interné en la Sierra Morena, y estaba escuchando un soneto hallado en un libro de memorias leído por el Caballero de la Triste Figura a su escudero, cuando un nobody que venía de uno de los escritorios me regresó a la sala... and your last name, sir? Y un hombre de pie, con cuerpo de corsario y con una herida sangrante en su muslo izquierdo respondió nobody, la empleada ahora le preguntaba que si tenía algún familiar, y él volvió a responder nobody. Any friends?, preguntó la mujer, nobody. Ahora le pedía su domicilio, y el grito de un enfermero diciendo mi nombre se confundió con el nobody de ese Odiseo que se había metido en esta cueva en busca de alivio; mas ese ojo que él veía en la empleada de qué cíclope sería. Me levanté y, al empujar la puerta para adentrarme en el pasillo, volvió a rebotar en todos los recovecos el nobody. El médico me saludó, me indicó que me sentara y me preguntó qué me pasaba; yo sólo respondí: Quién será el Polifemo que se lo quiere tragar.
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