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LA HISTORIA QUE CONFIRMA
RICARDO GUZMÁN WOLFFER
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Ciudad Juárez la fea. Tradición de una imagen estigmatizada,
Rutilio García Pereyra,
Universidad Autónoma de Ciudad Juárez,
México, 2010.
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La dificultad del análisis histórico reside en lograr hilarlo con el presente, para entender cómo hemos llegado a lo que somos. Con La fea, García Pereyra hace un recuento de cómo se percibía a Ciudad Juárez a principios del siglo xx, tanto del lado mexicano como del gringo. Poco hay que reprochar a la crónica cuidadosa de los periodicazos fronterizos que se usaban, como ahora, para moldear la opinión pública y para poner en la discusión política los temas que interesaban precisamente a los dueños de esos medios de información sin mayor preocupación por mejorar las condiciones de vida en esa ciudad, ya desde entonces, botín de los peores intereses: el periodismo como parte del capitalismo amoral. Poco hay que discutir sobre cómo se acrecienta en las fronteras el poder gringo para amoldar lo que le favorezca. Qué mejor que hacerlo sobre la percepción de los habitantes de ambos lados para limpiar de toda culpa a las ciudades texanas y a sus habitantes, y echar la carga en la conciencia del lado sur: nosotros los impolutos tenemos autoridad moral para juzgarlos y castigarlos, mexicanitos. Y así seguía la supremacía racial, tan cara a los vecinos. No sorprende recorrer esos viejos años que parecen nuevos para ver cuántos abusos se hacían en nombre de las más indefendibles causas gringas.
La fea se antoja como una primera entrega, pues aun cuando se sacan conclusiones irrebatibles sobre el manejo de la prensa por los poderosos con doble intención (aplacar a los mafiosos mexicanos y quedarse con los negocios ilegales de ambos lados de la frontera); sobre esa irrefutable realidad periodística fronteriza, donde se privilegian las malas noticias sobre las buenas (por ser mejor mercancía de venta, en todos los sentidos); sobre la complicidad, a veces involuntaria, de los periodismos de ambos lados para cimentar esa fotografía pecaminosa y reprochable en el imaginario colectivo, y otras más, empero, el análisis no va más allá en muchos otros temas que podrían desprenderse de la propia “imagen estigmatizada” (cómo esa imagen podría ser un atractivo para el aumento en la criminalidad, incluso dentro de las estructuras oficiales, por ejemplo) y que podrían darnos una luz sobre los asesinatos que han dado fama mundial a Ciudad Juárez (el feminicidio más pertinaz de la historia mexicana) y sobre las estrepitosas fallas de la “procuración de justicia” en esa ciudad y en la zona, o sobre la creación de inmensos asentamientos irregulares (anapra), o sobre la explotación laboral en una comunidad convencida del discurso dominante, entre otros.
La fea es una llamada más a tomar con recelo el manejo mediático de la “información” que busca una deliberada malformación de los valores en las estructuras sociales y en la interioridad de quienes padecemos los abusos dirigidos con precisión.
UNA ANTOLOGÍA ATÍPICA
GUILLERMO VEGA ZARAGOZA
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Sólo cuento,
Varios autores,
Universidad Nacional Autónoma de México/Dirección de Literatura,
México, 2009.
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Ya se sabe: el cuento no es un género muy favorecido por las grandes editoriales. Sólo recurren a él cuando se trata de un autor conocido que asegure un mínimo de ventas, o de uno que aborde temas escandalosos. De esta forma, el cuento se ha refugiado en las empresas pequeñas e independientes, así como en las instituciones gubernamentales. Por otro lado, la lamentable desaparición de la ya mítica revista El cuento, fundada por Edmundo Valadés, y la casi clandestina distribución de El puro cuento, publicada por la editorial Praxis de Carlos López, han dejado el género prácticamente en la inopia en lo que se refiere a los medios impresos. Los pocos suplementos y revistas que sobreviven en el panorama cultural del país lo incluyen cada vez menos. Sin embargo, por fortuna, el cuento ha encontrado cobijo en internet. Es innumerable la cantidad de sitios web que lo acogen, al igual que los blogs donde los escritores incipientes –y otros no tanto– ponen sus creaciones a disposición de los lectores.
Durante casi una década, la editorial Joaquín Mortiz –ahora subsello de la multinacional Planeta– se dio a la tarea de publicar Los mejores cuentos mexicanos, donde cada año un escritor connotado seleccionaba los que, a su criterio, eran los relatos más sobresalientes publicados en revistas y suplementos. Vale la pena advertir un fenómeno en esa serie: la oferta cuentística fue aumentando en relación con el número de publicaciones consultadas: en 1999 se revisaron veintiocho revistas y suplementos, mientras que en 2006 fueron cincuenta y ocho; sin embargo, los veintidós cuentos seleccionados en esa última ocasión provinieron de sólo diez publicaciones. (El récord se lo llevó el desaparecido suplemento Confabulario de El Universal con siete textos.) No obstante, a pesar de que las últimas entregas contaron con el apoyo de la Fundación para las Letras Mexicanas, la editorial decidió sepultar el proyecto sin explicación alguna.
La mención a esta serie resulta pertinente porque hay una línea de continuidad entre aquélla y la publicación que ahora nos ocupa. Precisamente la última seleccionadora fue la escritora Rosa Beltrán, quien ahora se desempeña como directora de Literatura de la unam, y es bajo el auspicio de nuestra máxima casa de estudios que aparece Sólo cuento, especie de anuario o “antología de los mejores cuentos en lengua española”, como se puede leer en el colofón del volumen, y que incluye treinta cuentos de autores no sólo mexicanos sino de otras nacionalidades, como los peruanos Fernando Iwasaki y Santiago Roncagliolo, las argentinas Clara Obligado y Ana María Shua , las puertorriqueñas Mayra Santos-Febres y Ana Lydia Vega, los colombianos Mario Mendoza y Jorge Franco, y el cubano Pedro Juan Gutiérrez.
Sólo cuento es, por varias razones, una antología atípica, cuya selección y notas estuvieron a cargo de Alberto Arriaga, polémico crítico y ensayista que también se encargó de la recopilación y preselección de la mencionada colección de Joaquín Mortiz. En el prólogo, Beltrán explica los motivos y criterios para llevar a cabo esta loable empresa. En primer lugar, señala acertadamente, que “el cuento es una especie que en nuestra lengua simula estar en riesgo de extinción. No porque se haya dejado de escribir cuentos extraordinarios, sino porque por momentos éstos parecen no hallar cobijo para su publicación en libros”. Aclara que la idea de la colección es “publicar los mejores relatos de autores que están en plena producción. De modo que el interés de editar una antología anual de cuentos memorables en español no se limita a una labor de rescate. Además del interés de preservar una especie en peligro (por fin: ¿está o no en peligro?) está el de tomar el pulso a quienes hoy exploran nuevas formas de narrar una experiencia en ese género”. La autora de La corte de los ilusos reconoce que la intención de este esfuerzo es emular la apuesta de Edward O’Brien, que en 1915 propuso hacer una antología de los mejores cuentos estadunidenses, la cual ha seguido realizándose a lo largo de noventa y cuatro años.
Hasta aquí todo bien. Donde empiezan las peculiaridades es en el criterio de selección, que es, por decir lo menos, difuso. En las multimencionadas antologías de Mortiz, se seleccionaba entre los cuentos publicados en revistas y suplementos durante el año, al igual que su homóloga de Estados Unidos. En Sólo cuento no sucede así, pues se incluyen textos incluidos en libros o publicaciones que llevan varios años en circulación; por mencionar sólo el primero, el de Sergio Pitol, aparecido en Confabulario en 2005 e incluido en la antología de Mortiz compilada por la propia Beltrán en 2006. Si el criterio no es de la actualidad, ¿entonces cuál será? Lo primero que Beltrán observa “en esta muestra al leerla como un todo es la virtud de su diversidad”. Más que un conjunto de historias, “es un museo de recursos expresivos, una lección que compendia los distintos modos de presentar una trama en la que no pocas veces la vivencia se transmite a través de la confusión, la elipsis, el humor y la parodia”; es decir, lo menos que se esperaría de un buen cuento. En este sentido, las narraciones incluidas respetan y se acogen a los cánones clásicos del género. Son pocas las apuestas arriesgadas –tampoco crean que tanto– que rompen con las formas tradicionales, como las de Mayra Santos Febres o José Abdón Flores.
Por fin, más adelante nos revela el secreto: reconoce que toda clasificación es arbitraria y que los cuentos de la antología están agrupados por “atmósferas”. De esta forma, se encuentran divididos en diez secciones “atmosféricas” que Beltrán explica en las dos terceras partes restantes del prólogo.
Como ya se dijo, la antología incluye a nueve autores latinoamericanos junto a veintiún mexicanos. Tampoco se explica el porqué de esta proporción. Lo cierto es que la gran mayoría son escritores de probada solvencia en el género, con obras y premios que los respaldan –así nos lo informan las correctas notas introductorias elaboradas por Arriaga–, desde los más consagrados, como Sergio Pitol y Vicente Leñero, hasta los más jóvenes, como Gonzalo Soltero, Cristina Rivera Garza, José Abdón Flores, Ana García Bergua, Gerardo Sifuentes y Rafa Saavedra, por mencionar a algunos. La que quizá llama más a sorpresa es la inclusión de Jorge Volpi, identificado más como oficiante asiduo de la novela, aunque su cuento-ensayo coquetea con lo borgesiano y lo metaficcional.
Varias interrogantes se abren con la feliz aparición de Sólo cuento. Suponemos que seguirá el modelo de las antologías de Mortiz y O’Brien y que las ediciones subsecuentes se encargarán a escritores renombrados, pero ¿se incluirán sólo textos publicados en libros de autores consagrados?, ¿se dará espacio a los nuevos?, ¿qué pasará con los cientos, quizá miles, de cuentos que se publican en internet?, ¿no merecen ser reconocidos porque no tienen el aval de una publicación “real” o una editorial prestigiada?, ¿por qué no fueron tomados en cuenta?, ¿será la antología un proyecto estable y permanente o peligrará cuando se presenten cambios políticos y administrativos, como suele suceder en casi toda la burocracia cultural del país?
LA CONSERVACIÓN DEL TIGRE
RAÚL OLVERA MIJARES
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Los tigres,
Pascal Picq y François Savigny,
Fondo de Cultura Económica,
México, 2009.
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En su colección Ciencia y Tecnología, el Fondo de Cultura Económica acaba de sacar a la luz Los tigres, resultado de la labor en conjunto de un antropólogo y de un fotógrafo. Esta bestia ancestral, casi fantástica, está amenazada. Los tigres no constituyen, sin embargo, la única especie que vive bajo presión. En su entorno, los herbívoros que conforman su dieta, así como algunos hombres y ganados, deben afrontar una serie de retos que van desde el cambio climático, la escasez de agua, la sobrepoblación humana, el subdesarrollo y la necesidad de comerciar con lo que sea para saciar el hambre. Quienes viven en India y China, cerca de las grandes reservas de la fauna, buscan en ocasiones procurarse algún alivio pecuniario incurriendo en la caza furtiva y el comercio con derivados del tigre, que van desde sus testículos, sus vísceras, hasta sus huesos, productos indispensables en la farmacopea china.
Sorprende la edición, en tiraje de cinco mil ejemplares, de este breve y curioso opúsculo de la autoría de Pascal Picq, paleoantropólogo del Collège de France quien, a su amable cultura humanística y anhelo de elegancia en la escritura, aúna conocimientos suficientes en la historia de las especies biológicas. Curioso que Picq, siendo antropólogo de formación, fuese el responsable del texto y no un zoólogo especializado en los grandes felinos. La felicidad y facilidad de su pluma son una más que suficiente justificación; no así su alegato por preservar al tigre aun en detrimento de la vida humana. Después de todo, parecería haber una voluntad por parte de las naciones desarrolladas de reducir el número de los pobres, ya sea con alimentos caros, fondos cada día más limitados para la salud, vacunas y semillas adulteradas, guerras preventivas o bien el envío de tropas para combatir el narcotráfico y salvar la democracia.
François Savigny, fotógrafo de la naturaleza, aporta una serie de tomas y de comentarios –por cierto colocados en cualquier lugar en el texto y sin una lista de grabados– en el mejor gusto del National Geographic. Fotografías de calendario, si bien unas cuantas de documentación y otras aún más raras que aportan ciertos elementos estéticos. La traducción del francés se confió a María Lebedev y oscila entre la corrección escueta y el descuido patente en expresiones como el “circo Maxime” para referirse al Circo máximo en la antigua Roma, no al restaurante parisino, “la misión del lugarteniente Afanasiev” siendo teniente la expresión más usual y “el ratio sexual descrito”, siendo ratio –razón o proporción– una voz femenina en latín. Si volúmenes tan vistosos absorben significativos recursos de partidas destinadas a libros de ciencia, el precio por la conservación del tigre y del hábitat de las presas que devora es muy alto. Un buen distractor ecologista para otros problemas igualmente graves; con todo, Los tigres representa un hermoso trabajo editorial.
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