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Hugo Gutiérrez Vega
LA “MANIPULACIÓN” DE LA OPINIÓN (IX DE X)
En el sistema capitalista los periodistas, al igual que los intelectuales, viven una contradicción muy palpable que los convierte en el cordón umbilical de la burguesía y, a pesar de eso, sufren las limitaciones que la misma burguesía les marca. En nuestro tiempo la profesión del periodista se encuentra sujeta a mediatizaciones extremas. Ya no se puede hablar de la prensa como del cuarto poder. En nuestro mundo todo está supeditado a ese ente abstracto y omnipresente que es el sistema, el cual, llámase m. Beghin, magnate azucarero; lord Thompson, industrial múltiple; m. Bloch, financiero; lord Rothermere, lord Beaverbrook, lord Kemsley, la compañía transnacional de origen estadunidense, algún grupo político o aparato de propaganda estatal, es el que monopoliza y orienta la información.
A. Mattelart piensa, y así lo expresa en su multicitado estudio, “que el sistema efectúa una reactualización cotidiana de sus métodos y sus valores, y evita que el periodista vincule la noticia con el acontecer histórico, que le reconecte con la realidad conflictiva y contradictoria que le dio su origen y principio”. Se trata de impedir que la imagen de la sociedad actual, inarmónica e injusta, aparezca en la prensa, y de evitar el señalamiento de la clase dominante como responsable de los vicios que aquejan a la sociedad capitalista. Maneja la dinámica de la descodificación y prescribe los comportamientos que la masa debe adoptar en el mundo de las relaciones sociales; además, señala a los periodistas la obligación de la “objetividad”, noción burguesa llena de trampas y argucias que Friedmann describe como el “hacer abstracción de sus creencias personales, preferencias y prejuicios”. Esta objetividad contrasta con la que C. Lévi-Strauss, en The Scope of Anthropology, indicaba como necesaria para el antropólogo: “El tipo de objetividad que pretende la antropología va más lejos; no trata de elevarse por encima de los valores propios de la sociedad o del grupo observador, sino más bien de sus métodos de pensamiento.” Esta es la objetividad que el sistema no acepta. Al profesar el culto de la objetividad superficial, acaba por relacionar esta supuesta neutralidad con el esquema atomizador de la noticia concebida como objeto de comercio.
Vale la pena hacer un breve paréntesis para analizar al más coaccionador de los lenguajes; me refiero al publicitario, establecido a nivel internacional por las compañías transnacionales. Este lenguaje transcurre por los caminos sofísticos que rigen la racionalidad economicista expresada en la ideología tecnocrática. El aparato publicitario se ha convertido en el mejor aliado del imperialismo económico de las empresas transnacionales. Sus slogans constituyen un medio de defensa del sistema y establecen una de las formas más sutiles del colonialismo: “Siéntase usted en Nueva York”, “El jabón predilecto de las damas de Londres y París.” En países como el nuestro la publicidad aprovecha los extremos de la mentalidad chauvinista: “Prefiero lo mío, prefiero lo mexicano”, “la mexicana alegría” y el extraño brandy narcisista que es “orgullosamente mexicano”. Este lenguaje ha demostrado su eficiencia en las tareas de la manipulación de la masa, hasta el extremo de que ha colonizado el lenguaje de la propaganda política. Ahora se vende la imagen de un presidente con las mismas técnicas con que se vende un detergente.
(Continuará)
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