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Juan Domingo Argüelles
Haciéndose guajes
La poesía nos abre los ojos sobre muchas cosas. Incluso sobre cosas
insospechadas para muchos. Por ejemplo: ¿de dónde proviene la
expresión “hacerse guaje”, que es tan común en México para referirnos
a los diputados y senadores, a los políticos en general y a todos
los que se hacen guajes haciéndonos tontos?
El Diccionario de la lengua española de la RAE nos dice que el
término proviene del náhuatl huaxin, y que nombra a la “planta de
la familia de las cucurbitáceas, rastrera, con hojas verdes acorazonadas
en el haz y con vellosidades grises en el envés, y frutos grandes
que, cuando están maduros, son generalmente de color amarillento
mate”.
La definición motivaría la hilaridad de Raúl Prieto, pues más que
a la planta, la palabra guaje nombra al fruto. ¿Y qué es eso de que la
planta da “frutos grandes”? ¿Qué tan grandes? ¿Qué es grande para
la RAE? En su última acepción, explica que guaje se utiliza también
para nombrar así a la persona boba o tonta. En este sentido, hacerse
guaje es hacerse el bobo o hacerse el tonto, según los académicos.
María Moliner dice que guaje es “calabaza vinatera” y también
registra la acepción de “tonto”. El Diccionario del español usual en
México coincide en todo lo anterior, y añade algunos giros: “Hacer
guaje a alguien: engañarlo.” “Hacerse guaje: desentenderse de algo
o no darse por enterado.” El Diccionario breve de mexicanismos, de
Guido Gómez de Silva, registra también lo anterior, e insiste en las
acepciones de “tonto” y “bobo”, y hasta nos da como referencia un
refrán: “El que es guaje, hasta acocote no para.” (“Acocote: calabaza
destinada a extraer [chupando] el aguamiel del maguey.”)
En su Diccionario general de americanismos, Francisco J. Santamaría
registra prácticamente todas las acepciones de los diccionarios
mencionados, y da otras más, pero ni él ni los demás aclaran
de dónde provienen los coloquialismos
“hacerse uno guaje” o “hacer guaje
a los demás”.
Lo cierto es que los términos tonto y
bobo no son tan exactos en su equivalencia
con “guaje”. En México hay gente
que no es tonta, sino que se hace tonta.
Hacerse guaje es cosa de astutos y de
taimados, más que de tontos o bobos. Y
“hacer guaje” a otro es en realidad una
deformación del sentido original: el
guaje es el victimario, no la víctima, y la
víctima simple y sencillamente es tonta,
pero no guaje.
La poesía nos aclara todo esto y nos
demuestra por qué los que se hacen
guajes son astutos y taimados como
nuestros políticos. La explicación la da
Rafael Landívar (1731-1793) en su Rusticatio
Mexicana: “Crece en los bosques
sin cultivo alguno,/ pendiente de las ramas
y adherida/ a los troncos, ingente
calabaza/ sin meollo en verdad; y que es
muy útil/ para cruzar sin riesgo de la vida/
los anchos ríos, y al salir de caza/
para llevar el confortante vino/ y atenuar
las fatigas del camino./ Suele escoger
de entre éstas las mayores/ astuto el
indio; luego las arroja/ encima de las ondas
cristalinas,/ y donde más los patos
nadadores/ exentos de congoja/ desaparecen
y quiebran las verdinas/ palustres
hierbas./ Treme,
horrorizado,/ el ánade infeliz;
de aquellos monstruos,/
con graznido lloroso
y prolongado,/ huye
al punto, y la turba lastimera/
asorda con sus gritos
la ribera./ Pero al mirar
que flotan y vaguean/
sin causar ningún daño,/
deponen el pavor y se recrean/
en el común y deleitoso
daño./ Van de los patos una y
otra mole/ en derredor, mas ellos no las
temen,/ y en medio nadan de su tierna
prole./ El indio astuto, entonces,
con presteza/ adapta a su cabeza/ alguna
calabaza igual en todo/ a las que vense
con impulso blando/ encima de las
aguas ir nadando;/ entra en el lago y húndese
hasta el cuello,/ y envuelto con las
olas se adelanta/ sin alejarse de la orilla
amena,/ y hollando el suelo con aleve
planta./ La falange de patos ve serena/
llegar aquel estorbo; entonces el indio/
alarga allí la codiciosa mano,/ y de los
pies afiánzalos ufano,/ los sumerge en
el agua adormecida/ sin distinción; sin
que la oscura fraude/ adivinen, los priva
de la vida./ ¡Tanta es la habilidad de
aquella gente/ que estúpida reputan e
indolente!”
Quién sabe en qué momento el coloquialismo
“hacerse guaje” derivó
primero en hacerse tonto y luego en ser
tonto. El indio del que habla Landívar
no era tonto sino astuto, y si se hacía el
tonto era sólo para engañar a los patos.
Los tontos eran los patos que se confiaban
de los guajes que flotaban en las
aguas. Cuando los políticos se hacen
guajes, lo que buscan es tomarnos descuidados
y agarrarnos por las patas. No
nos hacen guajes: nos hacen patos.
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