Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 20 de junio de 2010 Num: 798

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La reforma migratoria y las elecciones en Estados Unidos
RAÚL DORANTES Y FEBRONIO ZATARAIN

Colombia: las causas del sufrimiento
JOSÉ ÁNGEL LEYVA entrevista con JORGE ENRIQUE ROBLEDO

El sector cultural: entre la parálisis y los palos de ciego
EDUARDO CRUZ VÁZQUEZ

Discurso a Cananea
CARLOS PELLICER

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

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NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

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Germaine Gómez Haro

Diálogos entre arte “culto” y arte popular

En el marco de la inmensa frivolidad que envuelve la celebración del centenario y bicentenario de nuestra nación independiente y revolucionaria bajo el filosófico lema de “200 años de ser orgullosamente mexicanos”, se presenta en el Museo de Arte Moderno la exposición Facturas y manufacturas de la identidad. Las artes populares en la modernidad mexicana, una muestra que “busca vindicar el papel que el arte popular mexicano tuvo en el devenir estético de la modernidad en México”. Si bien es obvio que todo arte es el resultado de vasos comunicantes y que el llamado “arte popular” ha tenido en nuestro país una presencia importante en todas las épocas –y, por ende, una influencia poderosa en los artistas plásticos– la reflexión que genera esta exhibición sería pertinente  –aunque trillada– si el desarrollo del guión curatorial y museográfico no hubiese caído en una serie de clichés que, además de no aportar una propuesta fresca y novedosa que genere ese diálogo en términos actuales, crea en el espectador una sensación de caos y confusión.

La muestra, conformada por un buen número de obras de los pintores y fotógrafos modernistas –Diego Rivera, Roberto Montenegro, Adolfo Best Maugard, Miguel Covarrubias, Frida Kahlo, Manuel Rodríguez Lozano, María Izquierdo, Mardonio Magaña, Tina Modotti, Edward Weston, Manuel Álvarez Bravo, entre otras celebridades y algunos artistas menos renombrados– pretende establecer un diálogo entre las mal llamadas “artes cultas” y las manifestaciones de origen popular que fueron materia de estudio y apropiación a partir de la renovación de los lenguajes estéticos surgidos durante las luchas revolucionarias y, sobre todo, con base en el proyecto obregonista-vasconcelista que marcó un viraje en la cultura mexicana en la década de los veinte. Es una buena ocasión para ver reunidas obras plásticas fundamentales de nuestro arte moderno, y una amplísima selección de hermosas piezas de arte popular que, en teoría, tienen la función de establecer un vínculo visual que permita al espectador captar la esencia de esta fuente de inspiración. Es alucinante la cantidad de objetos reunidos entre rebozos, sarapes, textiles, indumentaria, efigies de los próceres y de la Virgen de Guadalupe, loza y enseres utilitarios y decorativos en barro policromado, bateas y guajes laqueados, jarrones, baúles, mobiliario, cartonería, en fin... Toda suerte de maravillas provenientes de muy diversos parajes del país que, sin duda, dan cuenta de la grandiosidad de nuestras inabarcables manifestaciones de arte popular.

El problema es que la distribución de las piezas en una museografía saturada y de escasa imaginación no consigue construir una interlocución audaz y propositiva entre el arte popular y las “obras de arte”. Resulta tan reiterativo como ocioso colocar el portentoso lienzo de Rivera Lucila y los judas al lado de las figuras de cartón que aparecen en la escena, así como la pequeña pintura Telares indígenas, de Antonio Ruiz el Corcito, casi no se aprecia entre el poderoso conjunto de rebozos y textiles que la rodean, y así sucesivamente. ¿Realmente hay necesidad de mostrar los objetos que inspiraron a los artistas para que se entienda que la finalidad fue desarrollar un arte “auténticamente mexicano” a partir de la exaltación de los símbolos creados por el pueblo? En su conjunto, la exposición resulta un caótico y repetitivo enjambre de pinturas y objetos aglomerados que más bien recuerda los gabinetes de curiosidades del siglo XIX, o peor aún, las salas de exhibición de Fonart. Las mamparas de colores chillantes adornadas con dibujitos cursis de glifos y patrones decorativos contribuyen a exaltar la ñoñería del guión museográfico. No cabe duda que fácilmente se nos olvida que “menos es más”.

A pesar del esfuerzo que significa la realización de una muestra tan nutrida como ésta, en mi opinión, la curaduría falla en su intento de mostrar gráficamente un discurso nacionalista que a estas alturas ya está muy superado. La reflexión en torno al arte popular y el arte “culto” debería plantearse desde una perspectiva de fondo más que de forma, desde el plano antropológico, más que estético. Tiene razón Carlos Fuentes al escribir:  “El arte popular y el arte culto, por llamarlo de manera inexacta, viven de los mensajes que se envían y de las metamorfosis que se operan.” No se leen en esta exposición esos mensajes silenciosos que los artistas plásticos de la modernidad mexicana sí supieron plasmar en sus pinturas.