La escritura como reinvención del cuerpo
Adriana Cortés Koloffon entrevista con Ángela Becerra
Con Ella, que todo lo tuvo (Planeta, 2009), Ángela Becerra, escritora colombiana radicada en Barcelona, obtuvo el Premio Iberoamericano de Narrativa Planeta-Casamérica 2009. Además, la autora ha recibido, entre otros premios, el Azorín de Novela 2005 y el Latin Literary Award por su novela El penúltimo sueño. Ella, nombre de la protagonista de esta novela, bordea entre los límites de la locura y la razón.
– ¿Por qué cambió usted una exitosa carrera como publicista por la literatura?
–No me daba felicidad, me estresaba y además era una cosa muy banal. Era utilizar la palabra para la venta de productos que tal vez nadie necesita.
– ¿Pero sí espera que sus libros se vendan?
–Para mí es muy importante que haya música en la palabra, que mis novelas tengan un ritmo, un tono. Al final, cuando el lector termina el libro, se queda una especie de baile entre la palabra escrita y la leída. Quiero que la gente conecte con emociones y un sentir que hay dentro de Ella, que todo lo tuvo.
–¿Cuándo sintió la necesidad de escribir Ella, que todo lo tuvo ?
–Un día estaba en Florencia y veo una señora que me impacta y pienso: puede ser un personaje de novela. Estaba en un bar y nadie se comunicaba con nadie. Allí nace la idea de escribir la novela. Yo quería adentrarme en un universo que todos los seres humanos en algún momento de nuestra vida tenemos que es el sentirnos solos. Hay gente que puede convivir con la soledad y generar algo positivo; hay gente que esa soledad la llega a hundir y no sabe moverse si no está acompañada. Esa es la base de la novela.
– A usted le apasiona la psicología, hecho que se refleja en esta novela.
–Quería hacer una novela de corte psicológico. En Lo que falta al tiempo, mi anterior novela, yo hablaba sobre la dualidad humana. Esta es una novela de pérdida, luego de esperanza y después de resurrección. Antes de empezarla, quería hacer una novela de soledad, pero la antesala era una pérdida que obligara un poco a crear ese choque para desencadenar el tema, y fue primero la pérdida de los seres queridos, la pérdida de la palabra y en un escenario que también había sufrido una pérdida brutal: la de los 64 millones de obras de arte que se perdieron con el desbordamiento del Arno. Es una historia donde una mujer reúne a todas las mujeres en ella: por eso no tiene nombre, es sólo Ella, el pronombre. A Ella se le desaparece la palabra y cuando viaja lo hace para buscar a su hija, pero también a la palabra perdida. Cuando estás leyendo la historia piensas en qué momento se va a desarrollar el tema del diario que está buscando, y en realidad a ella se le tuerce un poco el camino cuando descubre la librería de libros antiguos y se convierte en una sanadora de libros semidestruidos: ella trata de recuperar así la palabra.
– ¿Los libros deteriorados, en la novela, son equivalentes a cuerpos humanos mutilados?
–Cuando uno sufre pérdidas desaparece de uno algo. Mis padres murieron cuando yo vivía fuera de Colombia. Uno no vuelve a ser el mismo. Un poco la comparación que hay con los libros: se les han desaparecido capítulos pero el libro sigue estando allí. Y Ella con la pérdida está medio incompleta. Los libros están cerrados, están como en un letargo, a la espera de que alguien, con el acto de abrirlos, les dé vida. Cuando abres un libro, hay paisajes, saltan personajes, hay una serie de atmósferas.
– ¿Hay un juego de espejos tanto entre los personajes como en la idea de la escritura especular, en el manuscrito que Ella descubre?
–Yo no lo había pensado así. Es un tipo de escritura de la época de Leonardo Da Vinci. Ella huye de los espejos porque sabe que se va a reflejar también la Otra. Esta novela está llena de simbologías. Busca que el lector encuentre que cada cosa está allí por algo. El personaje del tenor es un hombre que ha decidido que no quiere vivir en las normas, lo cual le da la libertad de decir lo que le venga en gana. Además se da cuenta de la soledad de ella. Luego está Lívido con su soledad. Se escuda en la palabra escrita y arrastra un pasado en el que ni siquiera participó. Es una persona que desde antes de nacer lo enchufa su madre de sacerdote sin tener voluntad. No puede hablarle, le empieza a colocar los libros que ella acaricia. Es un hombre que va dejando escarcha por donde camina. Él y Ella se empiezan a comunicar a través de las palabras de otros.
– El personaje de La Otra ¿es el doble de Ella?
–Su conciencia, lo turbio que tiene y que en un momento empieza a actuar por su cuenta. Todo esto puede pasar realmente. Toda la novela está hecha con base en corroboraciones con psicólogos.
– Creo que Ella pierde la palabra cuando le sucede un hecho terrible, de niña, y entonces...
–¡Noooo, no sigas, ese es el final! En una novela a veces las cosas que se sugieren tienen más fuerza. No hablo de esto porque ¡no quiero revelar el final de la novela!
– ¿Ella se reinventa a través de la escritura?
–Se inventa un personaje: La Donna di Lacrima. En ese momento no domina la palabra y decide interpretar el personaje, “meterse en una novela”, que es el espacio onírico donde ella recibe a aquellos hombres, donde le cuentan otras soledades.
– ¿Realmente Ella lo tuvo todo? ¿O se lo imagina?
–Ella que todo lo tuvo se convierte en ella que es. Ella que tiene que sentir toda la pérdida para descubrirse lo que es –esa palabra tan cortita con todo lo que conlleva– con su luz y su sombra. Ella no sabía que tenía una sombra: La Otra
– ¿Qué le dejó la escritura de la novela?
–Hay que dejar espacio al azar, a la improvisación, siempre la vida te sorprende. En este libro aparecieron cosas que no tenía pensadas. Las dejé en libertad para que fueran y el libro fue abriéndome puertas. Yo no podía acabarlo en mi casa. Tuve que irme a un hotel. Hay un momento en que La Otra , la conciencia de la protagonista, le dice: “escritora de pacotilla, no se te ocurre nada”, y pensaba: ¡esto me lo está diciendo a mí! Ese personaje me poseyó, sé que lo voy a meter en otra novela. ¿Por qué se fue tan joven de su casa, a los dieciséis años? Es algo que no aclaro en esta novela que considero la más madura de todas las que he escrito.
– ¿No le parece que el final en sus novelas es demasiado contundente, casi abrupto?
–Siempre para mí los finales tienen que ser rotundos, como en la música: hay una obertura, después viene una parte tranquila, el desarrollo de la melodía, pero cuando llega el final es como el principio: pam, pam, ¡y se acabó!
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