jornada


letraese

Número 155
Jueves 4 de junio
de 2009



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate



editorial

Joaquín Hurtado

Milagro

Sucedió rápido. La noticia me alcanzó fuera de la ciudad, en un rancho desolado donde viven unos parientes más jodidos que yo. De mi casa me enviaron la orden: no te muevas de allí, no vengas, acá corres mucho peligro. El decreto llegó acompañado de víveres, ropa, tienda de campaña, cubrebocas, guantes y frasquitos de alcohol en gel. Fui aislado de mi disfuncional y amadísima familia en una burbuja azul, bajo un hermoso cielo de primavera, entre pájaros cantadores y gallinas curiosas. Estoy acostumbrado a estas contingencias sanitarias desde hace mil años, cuando me pusieron en las estadísticas honoríficas de la OMS por mi mal hábito de cachar con el vih. Por eso esta vez me tomé el asunto con calma, nada tenía que hacer en mi suburbio regiomontano, aparte de aburrir a los míos por mi mal dormir.

Me di vuelo leyendo un librito demoledor de su alteza Bertrand Russell. Practiqué la conversación con mis fantasmas, fumé harta marihuana y, sin otro proyecto existencial, me acomodé a presenciar el desastre oyendo boleros en el Ipod. Mejores momentos no he tenido en mi alebrestada existencia. El día me amanecía esperando los primeros síntomas de un mal que conozco muy bien. Con espantosa regularidad sufro los embates de los veleidosos virus que cada invierno vienen y van por mi sistema respiratorio. El último que me puso al borde de la de la muerte lo cogí en La Habana, pecando con un bugarrón de diez dólares la noche. Mi médico dijo que ante esta nueva variante, la vacuna anual que me suministraron contra la gripa estacional no me iba a proteger, que siguiera en el exilio ranchero. Ya valió, pensó mi esposa. Ya valí, suspiré yo, con cierto alivio. Sin embargo esta gripota, recombinada y fatal, tuvo por mala suerte llamarse “influenza porcina”. Nada que ver con la elegante, inocua, aséptica y algebráica fonética del sida-aids.

La radio fue mi contacto con el exterior y me traía noticias del frente: tantos casos, cuántos muertos. La gente caía como moscas con los pulmones atascados. La alarma subió de color, las ciudades se convirtieron en huecos de calavera, las fábricas y tiendas cerraron, los niños abandonaron las escuelas y parques. El desmadre nocturno se dio por vencido. Las iglesias fueron obligadas a cerrar, Dios y sus castos hijos fueron humillados como grupo de alto riesgo igual que nosotras las locas. Fui testigo de un portento. Los curas, al fin, se sometieron a los dictados sanitarios de la ciencia del César. ¡Milagro!


S U B I R