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ALGO SOBRE GUTIERRE TIBÓN
FERNANDO DÍEZ DE URDANIVIA
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Gutierre Tibón. Lo extraño y lo maravilloso,
Miguel Ángel Muñoz,
Conaculta,
México, 2009.
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Hay hombres y mujeres que dejan huella por lo que hicieron; hay otros que la dejan también por cómo lo hicieron. La verdadera grandeza de alguien no está en su intelecto, en lo agudo de sus sentidos o en la bondad de su alma, sino en el conjunto que lo convierte en un ser irrepetible. En un ser que piensa con el corazón, siente con la inteligencia y percibe con todos los átomos de su cuerpo y de su espíritu. Tibón fue una especie de actor postrero y emisario vivo del Renacimiento; fue un personaje excepcional que llevó el Renacimiento consigo por donde quiera que anduvo, en cada página de su obra y en cada momento de su existencia. Doy a Tibón el título de hombre del Renacimiento porque lo asimilo, hoy más que nunca, no solamente a los creadores de la forma plástica que fueron Ghiberti, Masolini, Donatello y Brunelleschi, sino a la dinastía milanesa de los Visconti, vanguardistas en la contienda entre la monarquía despótica y la república libre. Llamo a Tibón hombre del Renacimiento, porque su verbo me suena al Castiglione humanista que planteó en El cortesano los ideales de la vida y del amor; al Petrarca lírico que hizo del mundo una cámara de ecos para multiplicar la belleza de Laura; al Maquiavelo político que aspiró a cambiar el ser por el deber ser. La figura de Gutierre se me antoja modelada por un Miguel Angel o por un Leonardo. Si llamo a Tibón hombre del Renacimiento, es porque su visión del orbe me remite sin remedio a la Italia que todavía no lo era, y a la Roma recuperándose a sí misma, en una cultura nueva y antigua al mismo tiempo. Lo llamó así, porque la música de su voz me sigue sonando a madrigal de Monteverdi, y en sus designios escucho como nunca las palabras de Ciriaco de Ancona: “Voy a despertar a la muerte.” Tibón es hombre del Renacimiento como lo fue Cristoforo Colombo, quien creyó en su antecesor Galileo Galilei, el gran enamorado de las estrellas que, haya o no pronunciado la famosa eppur si muove, movió a tantos buscadores de lo extraño y lo maravilloso al otro lado de la tierra. Navegante moderno, Gutierre no vino a buscar, sino a dejar riquezas en nuestro suelo. Riquezas que no se miden ni se pesan, porque tienen el peso de lo que se atesora en el espíritu. Con su equipaje de sueños, llegó a México el lingüista, historiador, literato, pero sobre todo el amante del mito, de ese eterno compañero nuestro que ha sido y es más real que la realidad misma, donde se encontraron una Europa despegada de lo tangible por el cristianismo, y un mundo indígena sumergido en conceptos de la naturaleza y de la muerte, igualmente alejados de lo que vemos con los ojos del cuerpo y tocamos con nuestras manos de carne. Miguel Ángel Muñoz (Cuernavaca, Morelos, 1972), poeta y ensayista, con afinidad intelectual ha hecho un estudio penetrante sobre Tibón, prologado por el historiador Álvaro Matute. El ensayo va seguido de una entrevista y de una antología que se llama “ Gutierre Tibón. Lo extraño y lo maravilloso” , donde se reproducen textos que abandonan lo tangible para conducirnos a navegar por los meandros de lo fantástico.
En su libro, Miguel Ángel Muñoz saca a flote los valores sumergidos en ese mar insondable que es Tibón. Hace surgir, vital y permanente, al científico, cuya disciplina le permite encontrar y comunicarnos la poesía de las cifras y la geometría de las palabras. Además antologa textos espléndidos que no podrán entender quienes se quedan en las sílabas y no buscan su significado, a un mismo tiempo textual y misterioso. Parte de lo que para mí tiene Tibón de renacentista es el rigor y la apertura. Rigor de pensamiento que procede de la curiosidad helénica; apertura de ideas que promueven y aceptan asociaciones de elementos que parecen antípodas, pero son complementarios. El hombre sin el mito pierde la mitad de sí mismo. Lo real sin lo maravilloso carece de interés. Dueño de los conocimientos universales que lo sustentan; señor de la palabra sin límites que invade todos los significados, Gutierre Tibón escribe en sus páginas y dice en su entrevista asombrosas verdades y rotundas mentiras. Verdades que son seguimiento de su vivir y su saber; mentiras lúdicas que arman los tinglados de lo que debemos creer, sin poder creerlo.
Dos son para mí los aciertos del libro de Miguel Ángel Muñoz: presenta a Gutierre, el hombre, y nos acerca a Tibón, el mago. Sin ambos elementos, estaríamos ante un riesgo también doble: ser aplastados por la erudición del protagonista y desconfiar de los juegos donde quiere hacernos cómplices. Sabemos que las mentiras son ciertas y forman parte de nuestras raíces desde la remota antigüedad, y que la ciencia de Tibón apoya cuanto nos dice en términos que lo denuncian. Denuncian a un autor involucrado desde la solemnidad de su rostro, que a veces parecía retrato de Rafael Sanzio de Urbino, pero también desde la picardía del diablillo que siempre llevó dentro y se le asomaba por sus inolvidables ojos.
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Máximas,
Epicteto,
Gobierno del Estado de México,
México, 2009.
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El número anterior de este suplemento incluyó el ensayo con el que Augusto Isla prologó este magnífico volumen. En las máximas que han llegado hasta nuestros días el estoico habla, entre muchas otras cuestiones, de la esclavitud, la libertad, la filosofía, la religión, los dioses, el libre albedrío, la amistad...
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Yo, la peor,
Mónica Lavín,
Grijalbo,
México, 2009.
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La experimentada y sólida narradora que, desde hace mucho, es Mónica Lavín, se pone a sí misma a prueba –y con buenos resultados-- en su primera incursión en el subgénero de la novela histórica. El título indica a las claras de qué personaje se trata aquí: una “monja ilustrada y poeta de excepción” cuya imagen, para más señas y para quien no conoce siquiera el consabido “hombres necios que acusáis...”, aparece en los billetes mexicanos de doscientos pesos.
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Última función,
Marcelo Uribe,
Almadía,
México, 2008.
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Dividido en los apartados “Guía de sala”, “La sombra roja” y “El silencio del horizonte”, este poemario es un nuevo testimonio de la voz madura y personalísima de Uribe. Esta vez el autor ha abrevado del universo de la plástica en general, así como de ciertos pintores en particular, para enriquecer su aliento poético.
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