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Juan Domingo ArgüellesNo se equivocan los especialistas que afirman que la fuente inspiradora de la Reforma Integral de Educación Media Superior (RIEMS) y del Sistema Nacional de Bachillerato de la sep , que eliminó la filosofía de los planes de estudio, no es otra que la inefable Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que es también fuente inspiradora en México y en muchos otros países de los programas y campañas de lectura que concentran su atención en las habilidades, destrezas y capacidades del más absoluto marco conceptual de la tecnocracia: una teología del desarrollo económico que se ha venido imponiendo en todos los países miembros sin considerar asimetrías. Para la ocde y para la SEP, así como la educación tiene su secreto en las competencias que están integradas por habilidades, conocimientos y actitudes en un contexto específico, del mismo modo para la OCDE y para los programas oficiales de lectura en prácticamente todo el mundo, el asunto es de habilidades y destrezas que nos llevan a la competencia de leer. Todos tenemos que marchar, en estos ámbitos, al compás de la OCDE. Veamos el caso de la lectura. ¿Cuál es el ideal de lectura que se persigue desde las instancias oficiales? En medio de la confusión de conceptos y de enunciados políticamente correctos, ese ideal es poco claro. Por ejemplo, todavía no se sabe cómo hará la Secretaría de Educación Pública para, en concordancia con la nueva Ley de Fomento para la Lectura y el Libro, privilegiar en los centros escolares la lectura que se realiza por placer y no por obligación. En México Lee, el Programa de Fomento para el Libro y la Lectura, emanado de la Ley de Fomento para la Lectura y el Libro, se plantean cosas interesantes y sensatas, junto con otras del sentido común (que han aparecido en todos los programas similares) y abundantes enunciados de buena intención. Pero también hay concepciones en las que a leguas se nota la inspiración ocdeísta-tecnocrática acordes con la reforma educativa. Así, al responder a la pregunta “¿por qué México apuesta por la lectura?”, se dice lo siguiente, entre otras cosas: “México ha realizado importantes inversiones en infraestructura cultural, escuelas y bibliotecas. Nuestros programas de lectura, dentro y fuera del Sistema Educativo Nacional, son parámetro para otros ejercicios similares en la región latinoamericana. No obstante, nuestros índices de comprensión lectora y acceso a los bienes y servicios culturales siguen siendo bajos, lo que indudablemente repercute en una entrada tardía al desarrollo social, humano y la competitividad.” En lo que hay que poner atención es en el término “competitividad”, que el Diccionario de la Real Academia Española define como “la capacidad de competir” y como la “rivalidad para la consecución de un fin”. Este es el concepto clave no sólo del programa de lectura, sino de todo el sistema educativo burocratizado, y es el concepto que demuestra que no se ha comprendido bien de qué tipo de lectura estamos hablando. En realidad, no leemos, sobre todo, para ser más “competitivos”, leemos para encontrar algunas alegrías que no nos brindan otros conocimientos y otros ámbitos. Ser “competitivos” es una de las exigencias de la globalidad económica que se ha traslado a la educación y a la cultura, y que ha echado a perder la noción de la gratuidad y la felicidad de leer. Gabriel Zaid lo ha dicho con maravillosa síntesis poética y crítica: “Leer no sirve para nada: es un vicio, una felicidad.” Así como la tecnocracia convirtió al público en “cliente”, ahora plantea que por medio de la educación y la lectura seamos “competitivos”, porque entiende la escolarización y la lectura como “competencias”, no sólo en el sentido de pericia, aptitud e idoneidad para hacer algo o intervenir en un asunto determinado, sino también en el equivalente de su sinónimo “competiciones”, que nos remite a contienda o rivalidad de quienes se disputan una misma cosa o la pretenden. Con este último criterio no faltan quienes se ufanan de haber leído más libros que sus colegas o sus vecinos y con ello creen probar que son no sólo más “competentes”, sino también más inteligentes, más cultos y más sensibles. Como si la cantidad fuera la medida de la lectura para estratificar seres humanos. El término “competitividad”, que ominosamente se ha ido filtrando en el discurso educativo y cultural, a partir del triunfo de las tecnocracias liberales, se corresponde con los planteamientos, parámetros y marcos teóricos de la ocde cuyos objetivos son obviamente económicos y financieros, y no culturales. Es por todo esto que la ocde aplica el famoso Proyecto Internacional para la Producción de Indicadores de Rendimiento de los Alumnos (PISA), en las áreas de matemáticas, lectura y ciencias sociales, enfocándose, en el caso de la lectura, exclusivamente a su “comprensión” para medir destrezas y habilidades. Lo que mide OCDE-PISA y lo que, bajo su tutela, quieren medir los gobiernos de los países miembros de la ocde , es una destreza que nada tiene que ver con la pasión de leer. Peor aún: un alumno diestro, en el sentido de poder “comprender” los galimatías de pisa , no es necesariamente un lector apasionado por los libros. Es un lector “competitivo”, como lo desea una política económica que mide resultados con el mismo rasero, sin importarle en absoluto las asimetrías económicas, sociales, educativas y culturales de las personas y de los países. Para la ocde un alumno mexicano debe tener las mismas competencias y habilidades que un danés, un francés, un canadiense o un alemán, como si en efecto tuvieran por igual las mismas oportunidades y como si los mexicanos viviéramos en una sociedad tan ordenada y desarrollada como, por ejemplo, la danesa, la francesa, la canadiense y la alemana. ¿Por qué nos asombra tanto que en las pruebas y la medición de estándares nuestro país ocupe los últimos lugares, si entre los treinta miembros de esta organización México no es lo que se puede llamar una potencia? ¿Con quién nos comparamos los mexicanos en esta organización internacional intergubernamental “que reúne a los países más industrializados de economía de mercado”? ¿Con Estados Unidos, Suiza, Australia, Suecia, Bélgica o Japón, o con Irlanda, Islandia, Turquía o Luxemburgo? Como el asunto es de competencias, destrezas y habilidades técnicas con vías al empleo deshumanizado, la reflexión y la filosofía sirven para muy poco. Esto explica que, bajo las directrices de la OCDE, mientras se habla esquizofrénicamente de conseguir sociedades más críticas y equitativas, se eliminen de los programas de estudio las materias de ética, filosofía e historia de la filosofía, por considerar que su importancia tiene un “carácter transversal”. ¿Y qué se quiere decir con esta palabreja del abracadabra tecnocrático? Preguntémoselo al diccionario. Entre otras cosas, o bien “que se halla o se extiende atravesado de un lado a otro” o bien “que se aparta o desvía de la dirección principal o recta”. Eso es lo transversal. Y esto es lo preocupante: que la lectura sea una “competencia” y que la filosofía se reduzca a una noción, otra vez tecnocrática, vaga y banal de “habilidades del pensamiento”. Para la OCDE y para la SEP, Sócrates murió en vano. La OCDE, que rige nuestros destinos educativos y lectores, es una instancia a la que la lectura y la reflexión le tienen muy sin cuidado. Lo que le interesa es medir habilidades y destrezas para estandarizar al individuo en su inserción al mercado. Esto es lo más alejado del humanismo por excelencia que es el gozo de leer y pensar en lo que se lee. Por eso los programas de lectura, aquí y en cualquier parte, confunden el placer de leer con la comprensión de la lectura; confunden al lector autónomo con el lector “diestro” que lee por la obligación de mantener su competitividad y mantenerse en la competencia. Baudelaire hablaba del lector como su prójimo y su hermano. La ocde habla del lector como del rival de otros lectores: la competencia, la competitividad, la destreza, la habilidad y el desarrollo de estándares en busca de supremacías. De hecho, la primera meta del primer objetivo del programa México Lee es el “desarrollo de estándares para la medición de capacidades lectoras e implementación de programas de formación lectora para los mediadores, promotores de lectura y maestros mexicanos, y luego “el desarrollo e implementación de un sistema de evaluación especializado sobre libros y lectura en México”. Otra vez es el lenguaje de la ocde con su propósito de estandarización. En esto hemos caído: como si leer y estudiar fueran lo mismo; como si gozar y disputar fueran equivalentes. Pero leer por placer, por gratuidad feliz, nada tiene que ver con competitividad. Al leer no competimos con nadie. ¿Qué es lo que más se produce en las campañas de lectura? Spots y discursos. ¿Qué es lo más abundante en las celebraciones nacional e internacional del libro? Discursos: el discurrir de los lugares comunes sobre la nobleza del libro, protagonizado por quienes (aunque no lean), por función o por cargo, se sienten obligados a decir algo edificante y políticamente correcto: la lectura nos hace crecer; el libro nos enaltece; nadie está vivo si no lee; leer debe ser como respirar; los libros son los mejores amigos del hombre, etcétera. El mayor problema de la lectura es que gente que no lee recomiende leer; que personas que apenas si tienen nociones de que “leer es bueno” ordenen, bajo ciertas pautas políticas y económicas, el diseño e instrumentación de programas y campañas de lectura sin tomar en cuenta para nada la realidad o, más bien, tratando de que la realidad se acomode a la irrealidad de su pensamiento y de las exigencias de los organismos intergubernamentales. Por ello, lo tecnócratas hablan sólo con abstracciones sin tomar en consideración para nada en qué lugar están parados. Creen que los mexicanos pueden leer como los finlandeses, aunque no vivan en Finlandia ni sean finlandeses, y suponen que si ello no ha ocurrido es porque lo único que ha faltado es trasladar las estrategias y mecanismos de Finlandia a México, independientemente de que entre la realidad finlandesa y la realidad mexicana medie un abismo insondable. ¿Es siquiera factible hacer algo decoroso, en materia de lectura, sin modificar drásticamente el sistema educativo que finca sus objetivos en la escolarización y los diplomas pero no en la reflexión ni en la formación humanística y que ahora, para colmo, destierra del bachillerato la filosofía? ¿Quién puede dudar que, para la escuela mexicana de hoy, y desde hace mucho tiempo, son más importantes las respuestas acertadas en el examen sobre Juan Rulfo que haber leído y disfrutado Pedro Páramo? ¿Qué comprenden por lectura los políticos y economistas y las instancias económicas y políticas que hablan de privilegiar la “comprensión” de la lectura antes que la lectura misma? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que un buen lector autónomo, al que nadie obliga a leer los libros que goza, más temprano que tarde se vuelve impugnador de los poderes establecidos. No se traga fácilmente los spots ni los discursos políticos de todos los días. Lo importante del libro y de la lectura de libros va más allá de las nociones tecnocráticas de “competitividad”, destreza”, “habilidad”, etcétera. Lo que hay que conseguir es que el libro deje de ser un simple fetiche de los discursos nobles y regrese a la conversación. Pero no a la conversación del jueguito intelectual sabiondo, sino a la charla natural en el mejor sentido socrático. El libro es artificio, es decir elaboración; la plática y la reflexión, que suscitan dudas, son potencias naturales que el libro puede enriquecer, pero que no se producen únicamente por el libro en cuyas páginas, como dijera Ortega y Gasset, lo que hay es cenizas de la llama original del pensar y el sentir. Digamos las cosas como son: quien piensa y duda sólo si tiene un libro en las manos, necesita vejigas para nadar. Qué bueno que haya vejigas, para no ahogarse, pero si uno no se avienta al agua nunca aprenderá a nadar, y hay quienes se ahogan en la realidad porque sólo saben de la comprensión lectora. Ante todas las implicaciones que tiene el elemento pernicioso de las abstracciones tecnocráticas de la ocde , lo mismo en la educación que en la cultura de México, es imprescindible poner cuidado en las formas y los métodos de conseguir e “incentivar” lectores. Que esas formas sean libres y cordiales, y que esos métodos no sean arbitrarios ni escandalosos, pues en México, desde hace ya varios años, existe la propensión a darle tratamiento de problema de salud mental al fenómeno de la falta de lectura. En algunos estados del país han hecho leyes y normas de lectura, y diseñado estrategias de fomento y promoción tan ridículamente imperativas y, peor aún, tan impositivas, que podría decirse que todo aquel que no lee libros está fuera de la ley. En cuando a la lectura como “competencia”, no es la comprensión por sí misma la que nos hace amar los libros, sino la lectura como gusto la que nos hace comprenderlos y comprender mejor la realidad y al prójimo. |