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Hacer una tesis
Las tesis son como las enfermedades:
uno sabe cuándo empiezan, pero no cuándo van a terminar
Ángel José Fernández
Existe un requisito funesto que aguarda al final de casi todos los planes de estudios superiores: una disertación personal donde se demuestre que el interesado sabe organizar un trabajo y manejar información biblio-hemerográfica, ofreciendo a sus lectores buenos resultados; a eso se conoce como una tesis de licenciatura, porque la de maestría es, además, demostrar que el sustentante se mueve como pez en el agua dentro del tema elegido. La de doctorado, junto con lo anterior, muestra la capacidad de coordinar a un equipo de investigadores alrededor del tema que se pretendió desarrollar, o de integración a uno donde todos diserten sabiamente acerca de lo mismo y en donde, en pocas palabras, se muestren destellos de originalidad. Las materias de cada etapa valen algo como cuarenta créditos. En la lista curricular de las carreras Uno se encuentra con que la tesis equivale a treinta y seis , algo menos de lo cursado en un semestre o un trimestre, sólo que el tiempo para elaborar una tesis no baja de un año.
Las disertaciones se cuentan por páginas: las tesinas llegan hasta las cincuenta; las tesis de licenciatura, hasta ochenta; las de maestría cuentan con un mínimo de cien; las de doctorado llegan a las trescientas. Esto hace pensar en condiciones mamotréticas y, por ende, en dimensiones mamarias (con ochenta te licencias y con 120, te doctoras: Nicole Kidman sería licenciada; Monica Bellucci, maestra; y Anita Eckberg, postdoctora). Paso a explicarme. La palabra mamotreto, que suele relacionarse con documentos voluminosos –éditos o inéditos– se origina en mamar: tanto alude al niño goloso de mucha leche materna, como al seno ubérrimo y prolífico dispuesto a abastecer tales apetitos lácteos: implica a un niño mamón y a una mujer exuberante, como se imaginaba a las nodrizas (por lo menos, tal como las representó el imaginario pictórico renacentista, barroco y neoclásico). No es difícil suponer por qué un libro grande y gordo se asocia con apetitos dilatados y senos abundantes.
Lo malo es que toda esa exigencia formal por parte de las instituciones de educación superior está dirigida hacia un severo público que constará de entre cinco y ocho lectores, quienes luego formarán un sínodo donde se atormentará al sustentante por sus atrevimientos, y no hay que suponer que los sinodales siempre estarán felices por “mamar” la sabiduría del mamotreto que se les ofrece sino, en la mayoría de los casos, en la disposición de reclamar al ofreciente lo imperfecto del seno (el recipiente) o de la calidad de la leche (la sustancia): forma y fondo. ¿De veras leerán la familia, la novia, los hermanos, los amigos y los demás quereres de Uno ese trabajo donde se quemaron pestañas, se dilucidaron desvelos, se enfrentaron tropiezos y se dejó asentado lo sabio que es Uno? Pero papelito habla: ahí está el título enmarcado en el despacho o en la sala de los papás. La tesis es el trampolín que pocos leerán (incluidos algunos de los del sínodo), pues lo importante es El Documento Final.
Historia secreta del mamotreto: papeleo sin cuento, exámenes de lenguas extranjeras, cartas de no adeudo en las bibliotecas institucionales, constancias de calificaciones, firmas de los sinodales, correcciones, firmas de los sinodales, correcciones, pagos por derechos, trámites para los futuros papeles, fotos, actas para asegurar que el salón del examen estará abierto, que los papeles estarán sobre el escritorio (y por ahí junto debe andar circulando la vida, pero ésta se suspende mientras se elabora una tesis). Para todo esto hay que hacer colas y esperar, pues Burocracia no aguarda en hora puntual al autor del Mamotreto, sino en horario quebrado (quebradizo y voluntarioso).
Puede ocurrirle al sustentante que su Tesis se proponga para publicación y, con suerte, se publicará. En ese momento se encontrará con un nuevo infortunio. Para la tesis fue obligado a elaborar un texto con un formato trabajoso de leer (notas, citas, abreviaturas, lenguaje especializado y científico), sólo comprensible para los especialistas que lo iban a interrogar. Luego, el Editor le dirá: “Todo está muy bien, pero no se te entiende una chingada; ¿por qué no le vas quitando tanta cita, tantas notas, tantas abreviaturas y tanto lenguaje ilegible? Ponlo en prosa bonita.” Con lo que el Autor del Mamotreto tendrá que desnatar la leche (es decir, el volumen de su trabajo), que fue lo que le costó más trabajo conseguir antes de las horas previas del Examen de Titulación.
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