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Cuong Vu, su largo paso por México
Nacido en Saigon, Vietnam, en el turbulento 1969, el trompetista Cuong Vu es ciudadano estadunidense desde que tenía seis años de edad. A los once comenzó sus estudios musicales para hoy ser considerado uno de los “jóvenes maestros del jazz contemporáneo”. Ha ganado numerosos premios y un lugar como profesor de jazz en la Universidad de Washington. Entre sus créditos están obras y giras con Pat Metheny, Laurie Anderson, David Bowie, Dave Douglas, Myra Melford, Cibo Matto, Mitchell Froom y Chris Speed.
Fue precisamente gracias al Pat Metheny Group que Cuong Vu tuvo su primera experiencia mexicana, pues al lado del guitarrista nos visitó para sonar exitosamente en el Teatro Metropólitan durante 2003. Ya luego, y de manera sorpresiva, regresó en solitario para grabar y compartir escenario con una de las más recomendables bandas del jazz-rock azteca, Los Dorados, cuarteto con el que no sólo se presentó en distintos foros del país, sino con el cual grabó un gran disco llamado Incendio , editado este 2008 por el sello Intolerancia.
Luego, por tercera ocasión, Cuong volvió junto con el bajista Stomu Takeishi, el baterista Ted Poor y el saxofonista Chris Speed, pero ahora con el objetivo de producir su álbum número siete tras los ovacionados It's Mostly Residual, Come Play With Me, Pure, This This and That, Bound y Ragged Jack. Aquí la historia se pone realmente interesante. Con muchas posibilidades sobre la mesa, pues se le reconoce mundialmente, el ex estudiante del Conservatorio de Nueva Inglaterra decidió que nuestro país era el sitio donde debía dibujar su nueva huella discográfica. Una vez más aliado al sello Intolerancia, tuvo como productor e ingeniero a Gerardo Rosado, visionario mexicano a quien se debe el nacimiento de diversas obras recientes, como las de Troker, Jaramar, Descartes a Kant y Alejandro Otaola.
Ya para la cuarta visita –otra vez como quinto miembro de Los Dorados–, Cuong mostró su hacer en nuevos foros y en el Festival Colmena de Tepoztlán, donde compartió escenario con la banda islandesa de rock ambiental Sigur Ros, algo extraordinario para cualquier músico de jazz. Así las cosas, haciendo crecer su nombre en nuestra tierra, su quinta y última visita –segunda con banda– resultó memorable. Con ella presentó formalmente su primer álbum hecho en México, Vu-Tet, en el Anthropology Live Music Club de Polanco, hace un par de semanas.
¿Qué tuvo de especial su concierto? ¿Qué hace peculiar a Cuong Vu como líder y compositor? Hay muchas cosas que decir. Primero, que el músico logró reunir el talento de una base rítmica paradójica cuyo éxito florece gracias a la lucha de contrarios. O sea que, si por un lado Ted Poor se concentra en la cacería del tiempo perfecto, incluso descuartizándolo con virtuosas exhibiciones técnicas y matemáticas, por el otro, el bajista fretless (sin trastes) Stomu Takeishi ha sabido hallar la luz en sus propias carencias. Energético y vanidoso como pocos ejecutantes del género (hay que ver cómo se preocupa por su cabello), sus orígenes se nos antojan en el punk-rock, o en escuelas alternativas como las implantadas en el bajo de los ochenta por Percy Jones y Mick Karn.
Junto a ellos, Cuong lo único que hace es flotar, volar como saeta y abrir tajos lumínicos entre los nubarrones de sus compañeros. Ahí donde no hay espacio para nada más, la trompeta inunda resquicios y grietas revelando contornos, fronteras de neón chillante. Porque sus composiciones tienen la doble cualidad de nuestros tiempos: la desesperanza y el enojo, la dulzura y la obsesión, la claridad y el abismo. De ahí que la audiencia se sienta o bendecida u ofendida, sin acertar su juicio hasta pasado el terremoto.
Con poca interacción entre los músicos, la formalidad de melodías breves y consonantes se ve destrozada entonces por francos palomazos en donde sólo importan la plasticidad, la textura y la potencia, la mucha potencia. Condimento fundamental, el uso de efectos es una apuesta que a veces compromete la identidad del trío, abandonando la ruta que lo ha hecho brillar en festivales y clubes de los cinco continentes. Desde luego entendemos que, hijo de la improvisación, su arte cambia de noche a noche, venciendo toda conclusión objetiva.
Tal como en su disco nuevo, bastaron seis o siete composiciones para llenar poco más de una hora de tiempo y ser ovacionados por una audiencia de regular tamaño, casi totalmente integrada con músicos locales. Pese a ello, podemos estar tranquilos, pues no habrá crisis que evite los amoríos de Cuong Vu con México. Ojalá que pronto vuelva y que, como ha hecho en otras latitudes, no sólo ofrezca conciertos sino clínicas y actividades docentes, pues hace falta luchar en estas tierras contra la solemnidad del jazz, género debilitado por un estúpido y superficial culto a la personalidad.
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