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La recuperación del Centro
Como los albaneses que lentamente fueron penetrando Kósovo; como los nahuas que aparecieron en el Valle de Anáhuac, desde Aztlán, contra el parecer de la Triple Alianza; como los judíos que usurparon territorio de Palestina con el beneplácito inglés, lo cual sigue produciendo desastres étnicos que aún no terminan… De la misma y casi imperceptible manera, sin que casi nadie se diera cuenta, un día los ambulantes ya habían “ocupado” el Centro Histórico de Ciudad de México.
De nada valía el recuerdo de un Centro donde antes se podía pasear, donde las calles eran de todos y la arquitectura estaba a la vista, donde las aceras no contenían obstáculos que impidieran el paso de los viandantes ni se tuviera una sensación deprimente al tener que deambular entre música a todo volumen y basura, como llegó a ocurrir con la calle de El Carmen, por recordar un ominoso ejemplo de esa costra que cubrió la antigua piel de una parte de la ciudad: si en 2001 la de El Carmen y la Plaza del Estudiante eran espacios transitables, en 2003 ya se habían convertido en lugares encostrados, intransitables.
El concepto de “ambulantaje” no deja de ser eufemístico, ya que los llamados puestos se encontraban bien estacionados –casi anclados– en los puntos donde había ocurrido la invasión: ambular significa “ir de un lado para otro”, palabra más propia de los tiánguis o “mercados sobre ruedas”, que recorren distintos puntos de la metrópoli durante la semana. A menos que la palabra aludiera a las eventuales reubicaciones, a las periódicas dispersiones y a movimientos de esa índole, casi siempre motivadas por la ilegalidad de los “negocios”, los puestos de los “ambulantes” (lo cual ya es una contradictio in adjecto ) se sobreponían casi inamovibles a las fachadas de casas y comercios, con no poco riesgo para los peatones (clientela potencial del “ambulantaje”), quienes podían ser agredidos físicamente en caso de que, por inadvertencia, pisaran o tropezaran con la mercancía dispersa en la calle, violencia igualmente ejercida contra comerciantes establecidos y policías. Desde luego, argumentar el deseo de apreciar una fachada, una puerta o los adornos de una pared, eran motivos risibles para quienes habían invadido las calles de todos: “a ver güey, sácame de aquí”.
La sensación de pasear por las calles así tomadas oscilaba entre la rabia y la melancolía, como la de quienes deben caminar por una ciudad bombardeada o invadida por fuerzas extranjeras. Puede argumentarse con buenas razones que el fenómeno del llamado “ambulantaje” obedece a la crisis del empleo en México, a la falta de oportunidades salariales, a la escasez de buenos trabajos remunerados y, en general, a las nefastas consecuencias del capitalismo voraz; pero no se puede negar que la irrupción de ese fenómeno también se debió al centralismo federal que tomó como rapiña a Ciudad de México, lo cual fue fomentado por el pri , y a “concertacesiones” entre los gobiernos priístas y los líderes y grupos de “ambulantes” para intercambiar apoyos y favores; asimismo, tampoco se puede negar que muchos productos ofrecidos en la vendimia eran fruto del robo o del contrabando, o artículos francamente chatarra, que no obedecen a las verdaderas necesidades del posible comprador: economía informal, sí, pero no exenta de riesgos, algo lamentablemente característico del Tercer Mundo.
En alguna foto tomada durante las movilizaciones de los “ambulantes”, que protestaban por su reubicación –fuera de las calles de parte del primer cuadro de la ciudad–, alguien portaba un cartel que decía: “El Centro no se entiende sin los ambulantes”, oración hueca y propagandística, con carácter de arenga, que igual podría trasladarse a otros contextos: “Bagdad no se entiende sin los estadunidenses”, “Birmania –Myanmar– no se entiende sin la represión”, “El infarto no se entiende sin MacDonald's”. Ahora, como si fueran los dueños de las calles de la ciudad, los ex ambulantes amenazan con tomar Reforma “si no les funcionan los espacios” donde fueron reubicados, como metástasis a la que le resultara indiferente la muerte del organismo en el que ésta se produce.
Los políticos y quienes se vinculan con la política, los líderes y sus agremiados, tienden a mirar con desdén a la gente: entre ellos sólo se reparten sus intereses. Es difícil que el De Efe vuelva a ser “la región más transparente”, pero no deja de agradecerse que una gran parte del Centro, hoy –así sea por un ratito–, se convierta en una transparencia con menos tránsito y sin puestos en las calles.
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