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Hugo Gutiérrez Vega
PUERTO RICO Y SU LITERATURA (I DE III)
Hablemos de una pequeña isla (la menor de las Antillas Mayores, la mayor de las Menores), estado libre asociado de la Unión Americana, hispanoparlante, llena de música y de talento artístico, sujeta a los patrones del consumo frenético (la Plaza de las Américas de San Juan es el mayor centro comercial de todas las Antillas) y dueña, a pesar de todo, de su propio ritmo vital, de su manera de caminar sintiendo el cuerpo, de su idea del trabajo y de la fiesta, de su forma de sacralizar todos los momentos de la vida dejando la puerta abierta a los misterios, pues hay en el mundo “más cosas que las que sueña nuestra filosofía”. Se llamó San Juan Bautista de Borinquen en tiempo de los españoles; la piratería, el “situado mexicano” y el aromático comercio del café, el tabaco y la caña de azúcar que tenía en Ponce su punto de salida y de llegada, su lazo de unión con las islas del espeso patois, el sorprendente “papiamento”, el español caribeño, el inglés con vaivén de calipso y los remanentes de las lenguas africanas que, junto con los orixás sincretizados con deidades y santos católicos, aportaron a América su vigor físico, su gracia corporal, su despierta inteligencia y su atado de pobres y suculentas raíces: ñame, malanga, mandioca, yuca, yautía y batatas de distintos colores y sabores.
Hablemos de sus poetas románticos: José Gautier Benítez y Lola Rodríguez de Tíó, celebrada por Rubén Darío, quien la llamó “hija de las islas”, y amiga de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Gautier exaltó el paisaje y la historia de su tierra con la intensidad propia del romanticismo. Para doña Lola, Cuba y Puerto Rico son dos alas de la misma ave que vuela tranquila en la noche del trópico o que sucumbe al embate enloquecido del ciclón.
Luis Palés Matos, nacido en 1899 y muerto en 1959, es, sin lugar a dudas, uno de los grandes de la poesía en lengua española. Su constatación poética de la presencia rítmica y misteriosa de “Nigricia” en la realidad caribeña, abrió una veta que más tarde exploraron Nicolás Guillén, Pereda, Guirau, Tallet, Carpentier, Cesaire, Ballagas, Langston Hughes y Claude Mckay. Puede decirse lo mismo, aunque su temática sea distinta, de Derek Walcott. Fue el estadunidense Vachel Lindsay el primero en cantar a la poderosa presencia negra en el continente, pero Palés fue el iniciador indiscutible de lo que la notable crítica Mercedes López Baralt llama “el negrismo en las Antillas hispánicas”. Por las calles de Palés caminan, moviendo el “caderamen” cósmico, “Tembandumba de la Quimbamba” y la “mulata - antilla”, y lo hacen “para que rabie el Tío Sam” y para que el ritmo de la tierra reafirme sus aspectos de alegría, deseo y humanidad verdadera. Otras vertientes tiene la poesía palesiana, la más interesante es la perteneciente al ciclo de Filí-Melé.
Luis Lloréns Torres y Antonio Corretjer reúnen las características de poetas nacionales, ambos cantan al jíbaro, personaje emblemático del campo puertorriqueño. El primero, a través de la décima, que es la forma predilecta de los cantores populares, defiende los rasgos esenciales de la cultura insular. El segundo establece la trinidad de la isla compuesta por el pasado indígena, la presencia negra y el jíbaro.
El poeta postmodernista José Antonio Dávila, cuya obra ha sido revalorada recientemente, fue autor de canciones amorosas, y Evaristo Rivera Chevremont encabezó un movimiento vanguardista al cual dio el nombre de “Girandulismo”. Al margen de las influencias creacionistas, ultraístas o surrealistas, la poesía de Rivera, sincera y bien meditaba, huye de la pose y reafirma su carácter vanguardista.
Dos libros fundacionales: El jíbaro, de Alonso, e Insularismo, de Pedreira, iniciaron las reflexiones sobre el ser de Puerto Rico, y lo hicieron sin eufemismos populistas y con una sinceridad capaz de provocar discusiones y polémicas enriquecedoras. La presencia de Juan Ramón Jiménez, Zenobia Camprubí, Pedro Salinas, Tomás Navarro Tomás, Federico de Onís, Ángel del Río, y el paso por las aulas de la Universidad de Puerto Rico de Américo Castro, Valbuena Prat y Fernando de los Ríos, colaboraron determinantemente en la tarea de ubicar y dar forma a la cultura puertorriqueña. La llamada Generación del treinta y la aparición de la revista Índice fortalecieron la lucha a favor de la lengua común e incrementaron los estudios sobre la personalidad del pueblo de la isla. “Sin rodeos eufemistas planteamos el problema: ¿qué somos y cómo somos?”, dice la presentación del primer número de Índice. Muchos años antes, Eugenio María de Hostos formuló las preguntas esenciales del mundo antillano.
(Continurá)
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