Coachella 07: el sonido y la furia
Roberto Garza Iturbide
The Flaming Lips en Coachella |
Son las tres de la tarde del viernes 27 de abril y nos encontramos atrapados en una interminable fila de autos que avanza con lentitud por la avenida Jefferson de Indio, pueblo aposentado en el Valle Coachella, en el corazón del desierto Mojave, justo a 201 km al Este de Los Ángeles.
En un ataque de claustrofobia, abro la ventana y siento un golpe de aire caliente que en cuestión de segundos invade el interior del coche. Giro la vista hacia el tablero y noto que el termómetro marca 38 grados de temperatura ambiente.
El tiempo, como en toda espera, se expande. En las aceras se observan algunos desesperados que prefieren caminar bajo el sol antes que aguantar otro segundo en la encerrona vehicular. Entre ellos, sobresale un puñado de revendedores que ofrece boletos del día en 150 dólares, cuando en taquilla cuestan cien.
Calle adelante vemos un contingente de policías que se esfuerza por dirigir el tránsito hacia los Campos de Polo Empire, un terreno de 280 hectáreas, la mayoría perfectamente empastadas, donde se lleva a cabo el festival Coachella, nuestro destino, que este año celebra su octava edición.
Al cabo de una hora, finalmente dejamos el carro en uno de los cinco lotes de estacionamiento, cada uno del tamaño de tres campos de futbol, desde los cuales todavía hay que andar un buen tramo a pie para llegar a las puertas de acceso al festival.
PEREGRINOS EN EL DESIERTO
Mientras caminamos, noto que Felipe inclina el tronco un poco hacia adelante, pero sin doblar la espina dorsal, y comienza a andar con calma, ligero, como haciendo la danza del viejito.
En ese momento me vino a la mente un documental sobre el peregrinaje de una tribu africana a un manantial sagrado. Durante la travesía, los jóvenes se adelantaban a los viejos, pero después del tercer día caían rendidos. Los ancianos, en cambio, adoptaban una posición similar a la de Felipe y daban cada paso como si fuera un acto de devoción. Los varones que llegaron primero al manantial, se atragantaron y cayeron enfermos; los viejos actuaron diferente: primero descansaron, enderezaron lentamente el cuerpo, contemplaron el paisaje y saludaron a los espíritus del lugar antes de beber el preciado líquido.
A nuestro alrededor, una multitud de jóvenes avanza a paso apresurado hacia su propio santuario de la música. Se mueven rápido y sin observar el entorno. Hablan y beben mientras caminan y se limitan a seguir los pasos del que va enfrente, sin alzar la mirada para ubicar el lugar al que se dirigen. Están aquí pero desean estar en otro lado.
Esto me hace pensar que en Coachella hay dos tipos de peregrinos: los que se dejan llevar por la corriente hacia una ingesta tóxico-musical y los que buscan gozar de esta gran fiesta de la música. Me alegra saber que Felipe, a sus veinte años, pertenece al segundo grupo.
ACTIVISTAS VS. CONSERVADORES
Este año, Coachella presenta un cartel de tres días con 122 bandas, tanto de rock, hip-hop, electrónica, dance, fusión y folk distribuidas en cinco escenarios y jornadas que inician al mediodía y terminan pasada la medianoche.
Yeah Yeah Yeahs |
Antes de entrar en materia musical, me permito hacer una lectura política: en esta edición, Coachella tomó una postura abiertamente antirepublicana, en particular en contra de la guerra en Irak y su artífice, George W. Bush.
Asumir posición política es signo de los tiempos preelectorales que corren en Estados Unidos. El año entrante habrá elecciones presidenciales y es natural que los eventos masivos se conviertan en espacios de expresión ideológica.
Por ello, incluir en el programa el reencuentro de Rage Against The Machine, una de las bandas más aguerridas y radicales del planeta, cuyo discurso y activismo invitan a la subversión de los oprimidos, es una afrenta a la derecha republicana.
Pero también hay datos que revelan una verdad subyacente al discurso anticonservador de Coachella. Va uno de la mayor relevancia: según el New York Times, el magnate de bienes raíces Alexander Haagen iii, propietario de los Campos de Polo Empire y quien desde 1999 renta sus terrenos a los organizadores del festival, es un generoso benefactor del Partido Republicano.
Con entradas de 60 mil asistentes al día, los organizadores se embolsan 16 mdd en taquilla. Si a esto sumamos la venta de agua, alimentos, cervezas, souvenirs y la renta de espacios para acampar, la cifra se dispara. Vale la pena preguntar ¿qué porcentaje de esta millonada terminará en campañas de candidatos republicanos?
Miles de amolados pagan una buena lana para ver a Rage sin saber que es muy probable que su dinero termine en manos de algún conservador que los detesta.
Más adelante, cuando revisemos las tocadas de Rage y Manu Chao, abundaremos en el tema. Por lo pronto, me da un enorme gusto decir que durante estos tres días el belicoso Bush se llevó muchas más mentadas de las que es capaz de contar.
TODO CABE EN UN COACHELLA
Además de la reunión de Rage, el programa incluye otros dos reencuentros: The Jesus and Mary Chain y Happy Mondays. Como cabezas de cartel, destacan The Arcade Fire, Björk, Red Hot Chili Peppers, Jarvis Cocker y The Good, the Bad and the Queen.
La oferta para los fans de la onda indie es de lo más atractiva: Arctic Monkeys, The Decemberists, Kaiser Chiefs, Klaxons, Interpol, Of Montreal, The Fratellis y The New Pornographers.
También están las bandas que combinan el rock con los sonidos del dance electrónico; algunos mezcladores del moribundo trance de los noventa; varios hip-hoperos y unos cuantos representantes de la música tradicional y el folk, como el legendario Willie Nelson y, tremendo orgullo, Julieta Venegas y el dueto acústico Rodrigo y Gabriela.
Como dicen, el que mucho abarca poco aprieta, así que haré una selección cien por ciento subjetiva de los conciertos que pude apreciar.
VIERNES: ELFOS EN EL DESIERTO
A las 7:30 de la tarde, cuando el sol reposa sobre la línea del horizonte, la luz se torna cálida, los tonos ocres pintan el entorno y las sombras se extienden largas sobre el pasto.
Una de las razones por las que hice este viaje fue para presenciar el reencuentro de The Jesus and Mary Chain, banda que marcó mis días de juventud. Hace tanto que no escuchaba "Side Walking", que en el momento que sonaron los primeros acordes de esta pieza solté un grito de júbilo.
Los hermanos Jim y William Reid, pese al feedback en un micrófono, ofrecieron una tocada memorable ante unos 30 mil asistentes que no dejaron de ovacionarlos.
Los escoceses tocaron piezas emblemáticas de su discografía: "April Skies", "Some Candy Talking" y "Just Like Honey", esta última con Scarlett Johansson haciendo una segunda voz que la verdad ni se escuchó.
Se hizo de noche, el aire sopló fresco y las estrellas brillaron en lo alto. Avanzamos entre ríos de gente que viene, va, regresa, se cruza y da la vuelta, para llegar al concierto de Jarvis Cocker en el Outdoor Theatre.
Flaco, alto y con sus discretos lentes negros, Jarvis se divirtió de lo lindo con la interpretación completa de su álbum debut como solista. Los despistados que ansiaban escuchar alguna canción de Pulp, su ex banda, se quedaron con las ganas, pero en su lugar recibieron una sobredosis de buen humor y mejor música.
A las 10:45pm, Björk apareció como un elfo en el desierto para ofrecer un concierto de avanzada, futurista, con esa magistral combinación de música ambiental, electrónica, clásica y rock que distingue a su propuesta.
Descalza y con un atuendo estrafalario, la islandesa abrió con "Earth Intruders", sencillo de su más reciente álbum Volta y continuó con "Army of Me", "Innocence" y la contestataria "Declare Independence".
Impecablemente producido, el show de Björk es una experiencia que se disfruta con todos los sentidos, un acto tan dramático que por momentos se asemeja al arte de la opera.
SÁBADO: EL FUEGO DE ARCADIA
Nunca he sentido tanto calor, ni siquiera en la costa de Tabasco o el desierto de Sonora. Me siento mareado, con escalofríos, como si tuviera fiebre. Felipe abre una botella de agua y la vacía completa en mi cabeza, mientras comenta que estamos a poco más de 40 grados. Me acuesto en la sombra y caigo en los brazos de Morfeo. Sueño con hormigas, con miles que avanzan apresuradas sobre la tierra seca y ardiente. Cuando despierto, empapado en sudor, Felipe me recibe con una bebida energética.
Willie Nelson |
Del sábado 28 me quedo con dos conciertos: lcd Soundsystem y The Arcade Fire.
Son las 9:30 de la noche y en la carpa Sahara no cabe un alfiler. James Murphy aparece vestido de blanco, se pega el micrófono a la boca y empieza la fiesta. Y vaya fiesta. lcd Soundsystem puso a bailar a miles con un set de piezas perfectamente acopladas y probablemente ofreció la mejor calidad de sonido de todo el festival, enriquecido con visuales y juegos de luces.
Una poderosa mezcla de electrónica, dance y rock.
Dos horas antes, The Arcade Fire se consolidó no sólo como el conjunto idóneo para alegrar un festival de este tamaño, sino como un grupo a todas luces innovador y poseedor de un estilo propio, que en cuestión de tres años ha alcanzado un estatus bastante elevado en la escena del rock.
"Gracias por ser tan educados. Las maneras y la educación son la piedra angular de una sociedad fuerte y próspera", suelta Win Butler ante decenas de miles que aplauden y festejan al término de "Neighborhood # 1".
Todos los miembros de la banda, siete de base más dos invitados, gozan cada instante del acto; se divierten, sonríen, y logran transmitir esa buena vibra al público. Verlos en directo es la mejor vía para aficionarse a su música.
DOMINGO: RADIO GUERRILLA 07
La raza se hizo notar desde el estacionamiento, igual que la policía. "Oye, tú
¿quién manda en este jodido lugar?.. ¡Rage!, "!Rage manda!", grita un cholo sobrealimentado a un güero en pubertad que se limita a alzar el brazo y responder un temeroso "Yeeeahhh, Rage!".
Entre la mayoría rubia que suele dominar en este festival, el domingo se insertaron miles de latinos de pantalón ancho y montones de jóvenes de pinta altermundista, varios con su boina tipo Che Guevara.
En las tiendas del festival regalan propaganda pacifista y panfletos que alertan sobre el calentamiento global, y se venden todo tipo de productos orgánicos y playeras antiBush. Hoy el activismo se respira en el ambiente. Coachella huele a concierto de ska, o de rapcore si prefieren, y por ahí hondean banderas del ezln.
Faltan cinco minutos para las 10 de la noche y la presión de la masa es tan fuerte que de las primeras filas salen varios expulsados, entre ellos un par de desmayadas que son atendidas por los encargados de la seguridad. Otros llegan nadando entre decenas de manos por pura diversión.
Hasta adelante, la cosa comienza a ponerse caliente, así que llegan refuerzos para intentar establecer el orden, lo que no se logra hasta que Manu Chao pisa el escenario y pone a bailar a los 50 mil que abarrotan en lugar.
"La mejor manera de combatir el terrorismo es con educación", grita el franco-español, quien esta noche brilló como una estrella roja en el cielo estadunidense.
Llegó el turno de Rage Against The Machine, cuyo reencuentro y participación en Coachella ha sido el tema en los medios y también aquí, a nivel cancha, porque su música, lejos de ser agradable al oído común, es un alarido de subversión.
Quienes no comparten las ideas de Zack de la Rocha y compañía, difícilmente aprecian su música. Pero, por alguna razón que no termino de entender, nadie se quiere perder a Rage. Los Campos de Polo Empire están a reventar.
"¿Por qué suenan tan bajo?", pregunta Felipe. "Rage es una explosión, no puede ser que el volumen esté a ese nivel". No han pasado ni veinte minutos cuando la gente exige volumen a gritos. Alguien capta el reclamo y le suben a todo. "Ahora sí", dice Felipe, we can rage against the machine, lo que no traduzco porque desvirtuaría el juego de palabras.
Rage, debo aceptarlo, sonó impresionante. Piezas furiosas como "Killing in the Name" y "Bulls on Parade" hicieron del concierto un acto político-musical, una gran fiesta liberal que arrojó sus semillas en el desierto, en tierras áridas, pero increíblemente fértiles.
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