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Las de cartelera
A mediados de esta semana, la cartelera comercial ofrecía poco menos de cuarenta títulos, como es costumbre, repartidos a la manera del sapo y la pedrada que le corresponde, por lo cual y para decirlo con otro dicharacho, vuelve a comprobarse que no es lo mismo atrás que en ancas. Por citar sólo un ejemplo, si a usted le gustaron Héroe y La casa de los cuchillos y por eso quiere ver La maldición de la flor dorada (2006), tercera película de corte épico dirigida por Zhang Yimou, tendrá que buscar, hallar y dirigirse a un cine llamado Gabal, en Coyoacán; muy diferente a lo que le pasaría si en cambio decidiera ver, porque Todomundo ya la vio o por cualquier otra razón, la tercera y muy menoscabadora tercera parte de El hombre araña, que sigue exhibiéndose en ochenta y cinco plazas tan sólo en el Distrito Federal, y en algunas de ellas en más de una sala. Del filme chino saldría, muy probablemente, con el buen sabor de boca que deja una cinta realizada con una muy buena mano de narrador que sabe mantener la expectación a buen nivel de principio a fin, mientras que de la última saldrá quizá con la sensación de que al querido Peter Parker ya lo están haciendo hacer cosas de más, por culpa del viejo ejercicio cinematográfico de explotar el filón de oro hasta agotar la veta.
Las del montón
No deja de ser llamativa la presencia simultánea de tantas películas de terror: Apariciones, dirigida por un tal Courtney Solomon en 2005; Los mensajeros, realizada por Oxide Pang Chung y Danny Pang en este 2007, y la mexicana Cañitas, de Julio César Estrada. Y es llamativa no por otra cosa sino porque las tres son definitiva y parejamente malas, convencionales, lugarcomunescas y predecibles. A ellas, y por razones bastante similares, debe añadirse un número igualmente notorio de filmes que si no son estrictamente de suspenso quieren parecerlo, verbigracia Seduciendo a un extraño (2007), de James Foley, que de interesante sólo podría tener la oportunidad de ver qué tan mediocres pueden ser Bruce Willis y Halle Berry en sus desempeños histriónicos; ejercicio similar al que puede hacerse con la actuación –es un decir de Sandra Bullock y Julian McMahon en Premoniciones (2007), perpetrada por Mennan Yapo, así como la estadunidense Invisible (2007), de David S. Goyer, puro efectismo del más barato, para no hablar de Carnada (2007), en la que el director Darrell Roodt practica un mal disfrazado racismo con su linda familia sajona amenazada de muerte en la terrible selva africana.
Las de aquí
Mientras y felizmente, El violín sigue ocupando las veinte salas con las que fue estrenada hace ya tres semanas, en virtud de sus muchas virtudes y gracias a que el reguero de comentarios boca a boca está logrando que no haya funciones vacías, incluso en días y horarios que suelen ser territorio casi virgen de público. Ojalá que uno o más de los distribuidores que, en su momento, decidieron soslayar a la mejor cinta mexicana de la que pudieron disponer, estén arrepintiéndose de aplicar a rajatabla sus encorsetados criterios de selección y volteen más seguido adonde no acostumbran mirar –hay más de un filme nacional esperando a que lo tomen en sus manos y se reivindiquen.
En diez salas diez, el bien conocido locutor radiofónico Olallo Rubio debuta cinematográficamente con su documental ¿Y tú cuánto cuestas? (2007), al que le habría venido bien un poco de rigor formal, así fuese nada más que para transmitir mejor lo que parece ser la principal intención del filme: presentar, sin juicios y sin prejuicios, un fresco diríase naturalista de las opiniones que recíprocamente se merecen mexicanos y estadunidenses. Siendo el chovinismo una moneda que puede quemar la mano de quien la emplea, en la concepción de un documento de esta especie siempre es recomendable adoptar una lejanía de perspectiva que el locutor/cineasta sencillamente ignoró.
Otro director debutante, también documentalista, es el actor Diego Luna, que a la extensa campaña publicitaria suma una intensa presencia mediática para promocionar su JC Chávez, el último héroe mexicano (2007). Luna se ha cansado de repetir las razones que lo llevaron a probar suerte como realizador, la primera de las cuales ya parece una frase-machote entre cineastas, debutantes o no: tener una historia que contar. En efecto, JC Chávez cuenta la correspondiente historia de quien fuera el boxeador mexicano más exitoso de todos los tiempos. La cuenta y nada más. Será necesario que Luna porfíe con más trabajo realizador para averiguar si tiene o no madera de cineasta, pues en JC
todo es de cajón: el ritmo, la edición, la perspectiva, etecé.
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