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De felinos fiascos
Televisa, siempre instaladita en esa manía de morigerar el mundo, suele decepcionar. Anuncia con bombo y platillo, insertando repartos, productores y otros empleados suyos como noticia en sus espacios informativos –manía deplorable de las televisoras privadas cuyos ejecutivos creen que nos importa el intríngulis de la producción de uno de sus programas o lo que opinen sobre cualquier cosa Emilio Azcárraga o fray Salinas– la aparición de nuevos programas inscritos en una especie de sello de casa que se llama Hecho en México que, aseguran sus panegiristas, es una nueva manera de hacer televisión. Nueva será, digo yo, para ellos, porque por lo que hemos podido ver, lejos está de la calidad, pero sobre todo de la honestidad en el tratamiento de temas o en el empleo del lenguaje, de producciones norteamericanas, francesas, brasileñas, argentinas, inglesas o españolas. Si bien es cierto que por primera vez el video mejora dejando atrás ese lamentable "picarse" las imágenes tan común a las telenovelas, el audio sigue siendo de calidad bastante medianita.
¿A qué programas me refiero, de esta nueva generación de promesas para el espectador? Por lo pronto a El Pantera y Sexo y otros secretos, series –aunque lo nieguen sus productores– inspiradas en símiles gringas. El Pantera, aunque es la que más promete entretener al respetable, se pierde por su miedo al lenguaje de la calle; apenas se escucha uno que otro güey aunque no faltan los censores parches silenciosos cuando un rufián dice a cuadro "te voy a romper la madre". Tanta corrección es ridícula, sobre todo cuando una harto potable chica punk prácticamente se le echa encima a nuestro héroe y él, muy a la Pedro Infante, le dice mejor vístase, señorita, o algo así. Pero su mayor cojera está en que apenas empezando la serie ya sufre baldas argumentales. Me explico con un ejemplo: El Pantera pelea por su vida contra tres rufianes armados –desde luego feos, barbones, panzudos o pelones, o sea, casi parientes de este escribidor, mientras el héroe guapo, delgado, musculoso, vaya. Los malos, también desde luego, tienen una puntería del carajo. Se arma la gorda. Balazos por todos lados, nada nuevo en nuestras calles. Los vecinos, asolados durante años por ese puñado de mafiosos, llaman a la policía, marcan el providencial 066. El resultado: llega un batallón de polesías como de swat tercermundista que entran cual marabunta a la vecindad, apañan a los malosos y se van como llegaron, erizados de armas y rezando guturalmente algo como el muy gringo go, go, go, propio de la soldadesca allende el muro. Y entonces surge la pregunta incómoda: ante tan impresionante despliegue de competencia policiaca, ¿por qué los vecinos soportaron durante años los abusos de tres o cuatro babosos de los que la autoridad dispuso en algo así como siete segundos?, ¿por qué no marcaron 066 cuatro años antes? ¿Para qué un alto mando policíaco, teniendo a sus órdenes a tanto chingonazo megacapacitado saca de la cárcel a un pelado que ni siquiera carga pistola entre tanto malandrín armado hasta la cola? Mal comienzo para malinchistas comparaciones. Caramba, hasta la dulzona Los hombres de Paco, de Antena 3, representa mejor la realidad porque los personajes dicen "coño", o "la puta que lo parió" tal que así se habla en los barrios de Madrid.
Otra de las piezas de esa "nueva manera de hacer televisión", Sexo y otros secretos, me temo, promete una chafita mezcla de Sex in the City con Desperate Housewives. Si ya de suyo esas series desinflaron hasta terminar en experimentos de ésos que sus propios productores no saben cómo acaban, imaginemos sin aspavientos que Sexo
puede terminar en una telenovela más con algún toquecito ácido de presunta picardía y un final chicloso y predecible. De una tercera novedá que lleva por título Y ahora
¿Qué hago?, en que aparece el inefable Adal Ramones mejor ni enterarnos, porque apenas festejábamos el deceso de Otro rollo y ya nos lo volvieron a endilgar como para que quienes lo consideramos un atorrante digamos ¿y ahora qué hacemos? Y busquemos de inmediato la respuesta en el control remoto. Ojalá guionistas, productores, directores, actrices y actores se pongan las pilas y dejen de lado la morigeración que los caracteriza. Si le entran al toro y para empezar los personajes logran emular nuestra verdadera manera de ser, el significado de una "nueva manera de hacer televisión" va a ser precisamente ése. Habrá que echarle un ojo ahora a sus Trece miedos. A ver si ahí sí.
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