Si en dos siglos no ha modificado un ápice su política del gran garrote, es previsible que Estados Unidos mantenga esa actitud con motivo de la Cumbre de las Américas; es decir, conservará su “selectividad” a la hora de girar invitaciones al resto de las naciones americanas (porque el gentilicio es de todos los países que conforman el continente, por mucho que caprichosamente los gringos, sin más, se lo hayan adjudicado). Algunos suponen que a estas alturas el presidente Biden todavía deshoja la margarita para decidir quién sí y quién no tiene el “derecho” de asistir a la citada cumbre, cuando en realidad se trata de un mecanismo multilateral que incluye a las 35 naciones del continente americano y todas deben ser incluidas. La aceptación o rechazo dependerá de cada gobierno, porque más que invitación se trata de una convocatoria.
Pero Washington cree tener “derecho” de decidir quiénes son democráticos y quiénes no, con todo y que a lo largo de su historia no ha dejado de invadir a terceros países (en todos los continentes), miente descaradamente a la comunidad de naciones (sólo como ejemplo está el caso Irak), asesina, organiza y ejecuta golpes de Estado, impone gobiernos a modo, sanciona a diestra y siniestra cuando se le da la gana, viola el derecho internacional y muchísimo más, siempre –según– “en nombre de la democracia”. Queda claro que en este tenor el primer país en no reunir los requisitos para asistir y participar en la Cumbre de las Américas es el propio dueño del gran garrote, por tratarse de un enemigo acérrimo del derecho –sin comillas, ese sí– que tienen las naciones de decidir soberanamente el rumbo a seguir.
Hasta donde se sabe, las invitaciones han sido giradas, siempre de forma selectiva, excluyente, para que en la cumbre participen sólo quienes Estados Unidos decida, sin considerar que la geografía política latinoamericana ha cambiado –lo sigue haciendo– y que la mayoría de las naciones rechaza la diplomacia medieval, por mucho que la prensa “amiga” hable de “boicot” y “amenazas”. En vía de mientras, el presidente López Obrador reitera que “está muy claro” el panorama: “si se invita a todos los países voy a asistir a la cumbre; si no se invita a todos, irá en representación del gobierno mexicano el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard. Eso es así en esencia, porque queremos cumplir con la Constitución y sobre todo ser consecuentes aplicando el principio de no intervención y autodeterminación de los pueblos, y que en la práctica podamos hacer valer la soberanía de los países, no aceptar que nadie excluya a nadie”.
A escasos seis días de que inicien los trabajos de la Cumbre de las Américas –si finalmente sucede–, el gobierno de Biden sigue sin dar a conocer la lista de “invitados”. Sin embargo, el mandatario mexicano cree que en la Casa Blanca “se va a tomar en cuenta nuestro planteamiento”; es decir, que se convoque a todas las naciones del continente, aunque es más que dudoso que ello suceda. López Obrador dice ser paciente: “vamos a esperar, sí, esta semana, no hay prisa. Sé que (Biden) está sometido a fuertes presiones, pero cuando hay que decidir entre eficacia política y principios, debe uno siempre inclinarse por los principios, porque si no, ¿qué somos?, ¿vamos a estar zigzagueando con machincuepas, porque se van a enojar los conservadores? ¡Hay, nanita! Entonces, ¿hacemos a un lado los principios, los ideales porque se nos van a enojar? Ah, además vienen las elecciones”.
Y de cereza: “no al pragmatismo ramplón, a la sinrazón de las minorías que quieren mantener hegemonía con dogmas ideológicos o de cualquier tipo. ¿Y por qué no se piensa en los pueblos, en la gente? ¿Por qué las élites políticas, económicas son las que van a seguir dominando, como si lo estuviesen haciendo muy bien? Son los responsables de que millones de seres humanos sobrevivan en pobreza, en el olvido; a eso se han dedicado. Ya basta”.
Las rebanadas del pastel
En efecto, la geografía política latinoamericana ha cambiado. Por ejemplo, el triunfo de Gustavo Petro en las elecciones colombianas resulta por demás atractivo, aunque falta la segunda vuelta. Sería la primera ocasión, en sus poco más de dos siglos de independencia, que esa nación sudamericana contara con un presidente progresista, que se sumaría a gobiernos en ejercicio y por venir (México, Argentina, Bolivia, Perú, Chile, Venezuela, Cuba y contando, sin olvidar el retorno de Lula).