Igual que la vez pasada (bit.ly/3LbrT2J), antes que nada dos tesis: 1) Ucrania, siendo históricamente colonizada por Polonia y Rusia −la Mancomunidad Polaco-Lituana, la Primera y Segunda Rzeczpospolita por un lado y el Imperio de los zares y la URSS por el otro− siempre ha sido una entidad relegada al estatus de “la zona fronteriza” y “los márgenes” (en polaco, en ruso y en el propio ucranio “Ucrania” literalmente quiere decir esto), más que un ente cultural y político con una formación y agencia propia (algo que igual pregonaban ciertas partes de izquierda); 2) dada esta historia y la naturaleza de la expansión colonial de ambas potencias −de carácter eliminacionista y de asentamientos ( settler colonialism) orientado a borrar la presencia histórico-cultural y física de la población colonizada que igualmente ponía una fuerte resistencia−, hay paralelas directas con la historia del Sur global y del colonialismo occidental (Congo, Argelia, Palestina, etcétera).
Después de que la Rus de Kiev fue destruida por los mongoles, los lituanos se apoderaron de ella y Ucrania se volvió una pieza de canje en la unión polaco-lituana, quedando finalmente con la corona polaca (bit.ly/3yz7Msr). En la Era del Descubrimiento, Polonia, convertida gracias a su nueva colonia en “una república triguera” (véase: M. Kula, M. Małowist et al.), vendía el trigo a lo largo del globo por oro y plata del Nuevo Mundo. El trabajo de los siervos ucranios era parte integral de los circuitos del capital global.
Pero la negativa de la szlachta (la nobleza) polaca y lituana de compartir sus privilegios con las “inferiores” élites ucranias e incorporarlas como el tercer pilar de la Mancomunidad, fue un clavo a su ataúd. La rebelión de cosacos (1648) −mezcla de siervos fugitivos, ex soldados, piratas del Dniéper y otros libertarios: un “ motley crew” en el sentido que le da Marcus Rediker (bit.ly/3Pbbrme)− aliados, bajo el atamán Bohdán Jmelnitski, con los tártaros de Crimea arrancó a Ucrania de Polonia.
Jmelnitski entregó luego los cosacos a Rusia (1654), pero en esta alianza no les ha ido nada mejor. La parte occidental de Ucrania quedó con Polonia hasta su partición definitiva en 1795 (bit.ly/3Mc9010) pasando luego, en las mismas condiciones coloniales, a Austro-Hungría, de nuevo a Polonia y finalmente a la URSS (1945). Con Polonia aún bajo las particiones, el principal colonizador de Ucrania seguía siendo la szlachta integrada al corte moscovita.
Así que cuando Joseph Conrad −Józef Teodor Konrad Korzeniowski 1857-1924 (bit.ly/3L6Vla3)− se fue a Congo conocía muy bien los efectos y estragos de una situación colonial. Su familia venía de Berdyczów −hoy Berdýchiv en Ucrania (bit.ly/3N5zgtK)−, en su momento una ciudad privada (sic) de uno de los nobles polacos en un extremo de la Primera Rzeczpospolita. En 1856, un año antes de su nacimiento, después de la guerra de Crimea, ha sido abolido finalmente el siervo en el Imperio Ruso. Pero las mismas relaciones semiesclavistas −no muy diferentes de las de las plantaciones congolesas− persistían en el campo ucranio.
Cuando Marlow, el porte parole de Conrad, dice en El corazón de las tinieblas que “Toda Europa contribuyó a crear a Kurtz” (p. 117), indicando que éste fue un producto de siglos de violencia colonial occidental, en esta historia debería darse por incluida también Rusia.
Desde los finales del siglo XVI Moscú ocupaba un lugar prominente en ella. La diferencia era que su colonialismo se basaba en conquistar e incorporar tierras vecinas, pero el patrón de asentamiento de los colonos/el surplus poblacional y la exterminación/la deportación de habitantes autóctonos seguía igual (lo mismo aplica al colonialismo polaco, aunque éste era una empresa privada de los magnates, mientras el ruso la de la administración estatal y el ejército).
Así, hay analogías con la colonización y pacificación inglesa de Irlanda (1649-1653): 500 mil muertos y con la colonización francesa de Argelia (1830-1848): 300 mil muertos que tenía el lugar justo cuando Rusia conquistaba al Cáucaso (Cherkesia, Daguestán, Chechenia): 200 mil muertos y 500 mil de deportados. Allí actuaba no en papel de una “tiranía asiática”, sino de la “vanguardia de la civilización occidental”, viéndose a sí misma de esta manera (“la Tercera Roma”) y siendo vista así por el resto de Europa.
Los pocos radicales que se oponían a esta misión colonial rusa eran Marx, Engels y sus seguidores −mientras, por ejemplo, Proudhon y los suyos alababan a Moscú por “diseminar la civilización”−, para quienes la “cuestión polaca”, siendo Polonia a aquellas alturas ya colonizada, incorporada al Imperio y relegada a vestigios de “orientalismo”, nacionalismo y fanatismo religioso, era una de las principales causas políticas.
Cuando hoy los socialistas ucranios, involucrados igualmente en la lucha armada, apuntan al carácter liberacionista, antimperial y anti(re)colonizador de esta guerra, subrayando que lo que está en juego es la autodeterminación, la herencia política-cultural y la agencia propia (bit.ly/3yBn7sD) o a la guerra en Argelia y a Fanon con sus Los condenados de la tierra −uno de los mayores “ j’accuse” del colonialismo occidental− en las que éste subraya cómo “la movilización de las masas refuerza el sentido de pertenecer a la causa común” (bit.ly/3vHHbXh), hacen también un importante punto político frente a los neo-proudhonistas (la “izquierda” pro-Putin y... procolonial).
En la historia global del colonialismo las distancias del lugar y del tiempo no son tan grandes como parecería.