El problema no es el ahuhuete, sino la falta de sensibilidad política y reconocimiento de una situación que lacera a todo el país: la desaparición de 100 mil personas en México y la decisión de sus familiares para construir un lugar de memoria colectiva, espera y resistencia. Eso y no otra cosa es lo que está detrás de la toma pacífica y apartidista de la ex glorieta de la Palma, donde fueron colocadas fotografías de cientos de desaparecidas y desaparecidos con el fin de seguirlos nombrando.
El domingo 8 de mayo se reunieron en la histórica glorieta decenas de familiares de personas desaparecidas para colocar fotografías y carteles de las personas a las que siguen buscando. La añeja palma que daba nombre a la glorieta había sido retirada por la afectación de un hongo y, en su lugar, de acuerdo con una votación del gobierno de la Ciudad de México, se colocaría un ahuehuete. Pero se adelantaron las familias y renombraron el espacio como La Glorieta de las y los Desaparecidos. Las autoridades capitalinas decidieron entonces arrancar las fotografías del dolor y la ignominia y colocar una valla con vigilancia para que nadie pueda acceder al espacio.
Las familias explicaron que la toma es un acto de protesta social al margen del gobierno y se deslindaron de todos los partidos políticos. “No pedimos permiso o colaboración a las autoridades de la CDMX, sino que lo hicimos por nuestra cuenta y con nuestros recursos”, es decir, la sencilla instalación corrió a cargo directamente de las familias que pusieron desde 50 pesos para la impresión y colocación de 369 fotografías. No hay logos de colectivos ni de organizaciones. Sólo rostros.
Se trata, explican, de que ante “la falta de diligencia, investigación, búsqueda y procuración de justicia en la historia reciente de México continuamos recordándoles que las personas desaparecidas nos hacen falta a todos y a todas”.
La glorieta ya fue renombrada. No se puede negociar con quien lo ha perdido todo. Lo que sigue es que el gobierno capitalino participe en un diálogo abierto a la sociedad para que, junto al ahuehuete (al que nadie se opone), se siembre memoria y dignidad.