El nuevo disco de Mitsuko Uchida es un manantial de sonrisas: Diabelli Variations.
El genio de Ludwig van Beethoven brilla, luce, sonríe.
De lo que trata en realidad este álbum maravilloso es del tema que desarrolló Ludwig van Beethoven a lo largo de su vida y que está todo el tiempo en primer plano en sus Variaciones Diabelli, su opus magnum para teclado. Y ese tema es la sonrisa, que nace de la insinuación, el buen talante, la alegría.
La herramienta favorita de Beethoven es la sonrisa y su recurso técnico preferido el de las variaciones, conocido en algunos casos como “tema y variaciones”.
La variación es una técnica formal donde el material es repetido en una forma alterada. Es una composición caracterizada por contener un tema que se imita en otros subtemas o variaciones y cada parte se asocia con la siguiente, anterior o posterior. El tema con variaciones fue cultivado con ardor durante la era del Renacimiento.
Existen obras canónicas en el repertorio mundial, de las cuales la más atractiva en términos musicales es la obra de Edward Elgar titulada Variaciones Enigma.
Un título muy socorrido es “Variaciones sobre un tema de Paganini”, en varias versiones, de las cuales la más famosa es la que escribió Rachmaninov, pero también acudieron al tema principal del Capricho 24 para violín solo de Niccolò Paganini, Franz Liszt, Johannes Brahms y Robert Schumann, aunque la versión más poderosa es la que escribió el polaco Witold Lutoslawski para cuatro manos.
Lo que está en el centro del género “tema y variaciones” es el gusto por la repetición y la magia de la transformación.
Es fascinante cómo a través de repetir, un tema melódico se va transformando en un ente que cobra vida propia y se metamorfosea, repta, viaja en hélices, estalla en formas siempre nuevas, siempre cambiantes y dinámicas.
La obra referencial por antonomasia es El clave bien temperado, de Johann Sebastian Bach, piedra de toque de toda la historia de la música. Y también lo es la colosal partitura nombrada Variaciones Goldberg, también de Bach.
En el caso que hoy nos ocupa, las Variaciones Diabelli, contenido del nuevo disco de Mitsuko Uchida, se trata de la máxima creación de Ludwig van Beethoven para piano. La historia es la siguiente:
El célebre editor de música Anton Diabelli se independizó de la poderosa firma editorial Steiner y para abrir su negocio invitó a los más importantes compositores de Viena a que escribieran cada uno una variación sobre un tema del propio Diabelli. Los resultados, documenta Jan Swafford, debían ser publicados en una serie de entregas.
Anton Diabelli había descollado como gran descubridor de talentos. Entre sus hallazgos figura un joven fenómeno llamado Franz Schubert.
El primer proyecto independiente de la naciente empresa de Anton Diabelli incluyó bautizar a todos los colaboradores con el nombre de Sociedad Patriótica de Artistas. Formar parte de una sociedad patriótica de artistas no era el estilo de Beethoven, advierte Jan Swafford, “pero escribir variaciones para piano parecía ajustarse muy bien a su situación de entonces; podían ser compuestas en breves estallidos de creatividad entre sus batallas físicas y legales”.
Puso condiciones al Diablo Diabelli, como apodaba Beethoven al astuto editor: “Diabolus Diabelli”, entre ellas que no compondría una sino varias variaciones y el resultado fue la obra más importante para teclado de Beethoven.
Con su peculiar sentido del humor, Ludwig van bautizó como “Schusterfleck” (remiendo de zapatero) al tema ramplón que escribió Diabelli para que sus colaboradores escribieran sus variaciones.
Rápidamente todo creció hasta convertirse “en algo incomparablemente más ambicioso”.
Beethoven, nos hace notar Swafford, conocía probablemente las Variaciones Goldberg de Bach, ya famosas por entonces y consideradas la cumbre del género, y que de igual modo estaban basadas en una sencilla melodía de danza. “Las Goldberg –y El clave bien temperado– fueron modelos para las Diabelli en su concepto y, a veces, en su sonoridad”.
El tema original de Diabelli era un vals. Apunta Swafford: “Beethoven tomó la pequeña y tamborileante melodía de taberna de Diabelli con cierta satisfacción cínica por su insignificancia y procedió a transformar aquella basurilla en oro”.
Hizo de un insignificante vals algo que es “puro significado”.
El tema subyacente en las Variaciones Diabelli de Beethoven es el sentido del juego. Lo lúdico, la recreación, la diversión. Una puerta angosta como la de un sueño: la danza, para ponerlo en palabras de Pascal Quignard.
Por tanto, nos guiña Swafford, las intenciones paródicas de Beethoven formaban desde el principio parte del juego. “El tono fundamental de la obra, como el de otras de sus variaciones para piano, incluida la serie Prometeo, es irónico y cómico. Se puede decir de las Diabelli que son una especie de sublime travesura, en el sentido en que Goethe dijo que su Fausto era una broma muy seria”.
Jan Swafford, el más importante biógrafo y analista de Beethoven, nos comparte la metáfora que cuadra para las Diabelli: “Un collar de joyas multicolores. Un desfile de bagatelas, una galaxia de universos mínimos, una colección de poemas sobre un tema común”.
También, aventura el estudioso, son retratos del propio Beethoven, “que congregaba en sí mismo mundos muy diversos. O toda la vida o toda la música en una serie de fugaces destellos: melancólicos, absurdos, danzarines, cómicos, nostálgicos, tristes. La improvisación y la variación habían sido siempre su manantial, su motor. En las Diabelli hizo de aquellas artes entrelazadas la sustancia de la música”.
Es música sobre la música, es música disertando sobre el arte de la música. Es música en el espejo: pensando acerca de sí misma, de su naturaleza más íntima.
La sucesión de las Variaciones Diabelli son un prodigio de construcción dramatúrgica: la número 1 es cómicamente pomposa, mientras la 2 es ligera y volátil y la 3 lírica y pensativa.
El principio, analiza Swafford, sería el de un caleidoscópico contraste, una serie de contrastes calculados para dar una impresión antojadiza, como de juego. Porque, para Beethoven, el ideal del arte es la combinación de lo bello con lo inesperado.
Para Beethoven escribir variaciones suponía un regreso a sus primeras obras, una vuelta a la manera como aprendió a componer escribiendo variaciones: “hacer pasar un único fragmento de material a través de los más diversos avatares”.
Al tomar como modelo El clave bien temperado y las Variaciones Goldberg, rendía homenaje y una manera de mirar su infancia en la que creció tocando El Clave Bien Temperado.
Observe usted, hermosa lectora, amable lector, el gesto de Mitsuko Uchida en la fotografía de la portada de su nuevo disco. Estará usted de acuerdo con que se trata del gesto de una niña a punto de hacer una hermosa travesura.
Si estamos de acuerdo en que ese gesto es el previo a una hermosa travesura de niña, es momento entonces de hacer sonar mi favorita, la Variación 22, una cita en octavas desnudas de “Notte e giorno faticar” del Don Giovanni de Mozart, el aria que introduce a Leporello, el cómico compinche del protagonista. Una travesura del niño Beethoven celebrando una travesura del niño Mozart.
Beethoven rinde homenaje en sus Variaciones Diabelli a Mozart, Bach y Händel (with care).
En el tercer caso, discurre con magistral alegría Jan Swafford, “la fuga handeliana es precedida por una aria magníficamente trágica llena de figuraciones barrocas que se derraman como lágrimas. Luego viene la gran fuga, el clímax, aunque no es el final. En vez de ello, concluye las Variaciones con una amable despedida que incluye dos evocaciones finales; de nuevo Mozart y también de sí mismo. Con el minueto, las Variaciones terminan sobre un gesto de nostálgica ironía, de profundo sentido del juego. Las variaciones son, en teoría, una forma infinita y el final de Beethoven nos lo recuerda irónicamente: “las últimas notas se contrastan con un silencio al borde de la eternidad”. Uf.
Escuchemos las Variaciones Diabelli de Beethoven con una de sus mejores intérpretes: Mitsuko Uchida, a quien podemos ver en su vida cotidiana jugando como niña traviesa, como en la foto que reproducimos en esta plana, portando unos lentes fenomenales durante un partido de tenis en Wimbledon.
Escuchemos jugar a Uchida con Beethoven. Juguemos con ambos, en medio de un mar de sonrisas.