El anuncio del Presidente acerca de su intención de adscribir formalmente la Guardia Nacional (GN) a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) merece un examen desde varias disciplinas. Por sí mismo, determinar las implicaciones es ya un reto a la reflexión.
El enigma es: ¿y ahora qué? Una institución de enorme interés nacional que desde su creación transitó con distintos perfiles y nombres no encuentra su camino. Desde el sexenio de Zedillo, quien formó la Policía Federal Preventiva, luego vino otra definición, luego otras secretarías, una “comisión” y otra secretaría. Son más de 20 años de botes y rebotes. Donde se requiere firmeza, certidumbre, continuidad, persiste la inestabilidad.
El mayor número de dudas se podría referir al impacto que lo propuesto tiene en materia de aplicación de la política de seguridad pública con sus consecuencias obligadas en reformas constitucionales y legales, además de secuelas fácticas sobre los estados.
¿Qué llevó a esta decisión, qué pasó con la secretaría y su mayor instrumento, la Guardia Nacional? La respuesta la da el doctor Alfonso Durazo, gobernador electo de Sonora y anterior secretario: “No hay un mando civil capaz de conducirla”, suponiéndose que en esa aseveración justamente se consideraba a sí mismo.
De paso aplicó tremendo caballazo a Rosa Icela y a muchos respetables funcionarios. La explicación generó interrogantes adicionales, ya que él fue responsable de lo que hoy lamenta. Ya se verá a quién nombra en Sonora.
Reubicada la guardia, ¿en qué queda la actual secretaría? Sus funciones, algunas muy importantes, como la suplencia del Presidente en los consejos nacionales de Seguridad Nacional y Seguridad Pública, la asignación de recursos presupuestales a los estados y municipios, el sistema penitenciario federal y el de protección civil, requieren de un órgano superior vigoroso que, sin la Guardia Nacional, la secretaría no lo es.
A raíz del anuncio surgió la reflexión más trascendente: el momento es la oportunidad para hacer una redefinición de sistemas de deliberación, decisión y operativos. No parece lógico que, ante la nueva situación, en el terreno de los hechos la concepción global de la materia siga igual.
Es útil reconocer que en el ámbito de la seguridad pública sus actores operan con límites de responsabilidad difusos. La coordinación entre las fuerzas que intervienen sólo existe en la suposición. Estamos acostumbrados a ver normal que ante un incidente criminal las fuerzas federales y locales acudan en tropel a responder sin información previa ni concierto, lo que evidencia la improvisación.
Se necesita un mejor orden, no en las juntas presidenciales de las 6 de la mañana, sino en el campo de las operaciones, donde la confusión es grande. Nadie recuerda aquellas trescientas y tantas coordinaciones, conducidas supuestamente por gobernadores y presidentes municipales, que teóricamente sistematizarían las acciones de seguridad en sus áreas.
Es por esto que, de darse la nueva adscripción de la GN de manera inercial, sin un reajuste general que defina qué y quién hace qué, eso se haría con la irresolución de antiguas y muy reconocidas deficiencias en el campo de las acciones.
Urge profundizar en el conocimiento de la creciente complejidad que ha asumido el adversario –el crimen–, al que cada día se le conoce menos. Además del gran crimen, la violencia social tiende a crecer. Ante ello continuamos aplicando nuestra fórmula de ser sólo reactivos frente a hechos consumados, y no efectivos previsores de lo que viene: el gran reto de la inteligencia anticriminal. Un ambiente delictuoso como caleidoscopio cambia cada día.
Por desgracia, la competencia entre imperios criminales en términos reales parece interesarnos sólo marginalmente. Nos enteramos de ello con la actitud de un observador; no derivamos de ello nada útil. La violencia se expandió desde los harto conocidos choques cotidianos entre delincuentes hasta el uso de la alta tecnología en sus comunicaciones, tráfico de armas y siendo tan evidente no se concreta en un pronóstico.
Los clanes compiten entre sí desangrándose y reproduciéndose, ¿Reynosa? Mutan constantemente. Pero poco podemos tomar la delantera sobre la redefinición de liderazgos, planes, relaciones políticas y financieras nacionales e internacionales, control territorial, efectivos, armamento, flujos de dinero…
El conflicto es ya de carácter geopolítico, cada día cobra más protagonismo lo extranjero. A la gestión del conflicto cada día se incorporan componentes nacionales e internacionales que desarreglan todo. El abanico de lo pendiente es cada vez más vasto. En contraste no se sabe mucho de la causalidad de los sucesos políticos, económicos y sociales, próximos o futuros. No se sabe mucho derivado del análisis de su geografía social y sus efectos. Una realidad que sufrimos mas no anticipamos.
Su tendencia previsible es al alza, cada día diferente, pero con una constante que es lo indescifrable del mañana. Esta complejidad invita a remirar nuestras formas de acción. A ello invitan la mitad del sexenio y la decisión presidencial.