Moscú. Rusia y Gran Bretaña ofrecieron ayer versiones completamente diferentes sobre el reciente incidente en el mar Negro, que tiene todos los ingredientes para limitarse a un enfático intercambio de acusaciones y desmentidos sin llegar al extremo que ni Moscú ni Londres quieren, de desatar una conflagración nuclear por episodios similares.
De acuerdo con la versión rusa, el destructor HMS Defender de la armada británica se adentró cerca de tres kilómetros en aguas territoriales de Rusia, frente a la costa de la península de Crimea, el miércoles anterior y “se retiró sólo después de que buques de guerra rusos y un cazabombardero SU24M lo conminaron a hacerlo mediante disparos de advertencia y lanzamiento de bombas junto a su trayectoria”.
Esto motivó que tanto el agregado militar como la embajadora británicos fueran llamados al ministerio de Defensa, el primero, y a la cancillería, la segunda, donde recibieron sendas notas verbales de protesta por “la violación de las fronteras de Rusia”.
A la vez, el vicecanciller Serguei Riabkov precisó a la prensa que “podemos apelar al sentido común, exigir que se respete el derecho internacional, pero si eso no ayuda, y no nos entienden nuestros colegas, también podemos bombardear blancos concretos. La seguridad de nuestro país está por encima de todo”. Aclaración ésta, consideran los observadores, un tanto innecesaria toda vez que la doctrina militar de Rusia especifica los casos en que no debe caber duda de que se usará todo el arsenal nuclear para repeler una agresión.
“Parece broma que un destructor llamado Defensor (traducido del inglés) viole la frontera rusa, pero esto no debe mover a risa. Es muy serio, condenamos las acciones de la parte británica, nos indigna su comportamiento y consideramos que jugar con un posible enfrentamiento puede derivar en consecuencias muy graves”, advirtió Riabkov.
Otra cosa es que, después de la cumbre en Ginebra de los presidentes Vladimir Putin y Joe Biden, el incidente con el buque británico (finalmente forma parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, que aquí en Rusia es simple eufemismo de Estados Unidos) parece una segunda bofetada a la proclamada intención de propiciar vías de diálogo para reforzar la seguridad global: la primera, el enésimo paquete de sanciones contra Rusia que adoptó la Casa Blanca y ahora esto que el Kremlin interpreta como un abierto desafío al ingresar un buque de guerra de la OTAN en una zona que, desde su punto de vista, sólo las embarcaciones de su Armada pueden patrullar.
La versión británica niega haber invadido territorio ruso y sostiene que su buque de guerra se encontraba navegando “en un corredor internacional reconocido por todos”, por lo cual no habría violado ninguna convención internacional, de la misma manera –dice– que los barcos militares rusos navegan, a modo de ejemplo, por el estrecho de Dover y el canal de la Mancha. Asegura que los disparos de cañón los atribuyó a las maniobras militares que Rusia está llevando a cabo estos días en el mar Negro y que no notó que un avión lanzara bombas cerca de su trayectoria.
En realidad, es difícil saber qué hacía el buque de guerra británico en el punto de discordia. Hay sólo dos eventuales explicaciones, por supuesto antagónicas: para Londres su buque de guerra se dirigía, a través de lo que considera aguas territoriales de Ucrania, a Georgia; para Moscú, el barco de la OTAN se adentró en aguas territoriales de Rusia, a escasos días de que la alianza noratlántica y países asociados comiencen unas maniobras navales con cerca de 40 buques de guerra y 30 aviones en el mar Negro.