Ciudad de México. Editorial Lumen tuvo el gran acierto de publicar Mis mejores canciones 1970-2015, libro de gran formato, bellamente editado, que contiene las letras de una selección de temas compuestos por Patricia Lee Smith, una edición que celebró en 2015 el 40 aniversario de Horses, “su primer trabajo musical y álbum clave en la evolución de la escena punk de Nueva York”, demostrando con ello que la letra impresa se ha vuelto gran aliada en la aventura de la revitalización de la obra de la cantante y poeta estadunidense, quien a la fecha sigue produciendo luminosas canciones, discos entrañables y una aproximación a la literatura de no ficción única y valiente.
En 1975, año de la aparición de Horses, la caótica escena cultural de Nueva York se percibía gris, melancólica e incluso un poco hastiada de sí misma. Durante los primeros años de esa década, en Estados Unidos permeaba un clima de tensión causado por la guerra en Vietnam, el embargo del petróleo del 73 y el escándalo Watergate que, a la postre, desgastaron la opinión pública sobre el gobierno. En ese año una joven Smith de 28 años se abrió paso por la escena musical cobijada por las ideas artísticas de Warhol, la música de New York Dolls y The Velvet Underground y, en lo literario, por la poesía de Jim Morrison y Allen Ginsberg. A su alrededor, la voz de los 60 estaba desapareciendo musicalmente y los creadores simplemente no se sentían representados por lo que sonaba en la radio.
Fuerza acumulada
En una entrevista concedida al poeta William Burroughs, Smith calificó esta atmósfera como un periodo “estancado en sus formas artísticas luego de haber vivido los años de The Rolling Stones y Bob Dylan” y confesó sentir que “para algunos de nosotros era importante hacer algo, sobre todo los que teníamos un montón de fuerza acumulada para iniciar una nueva época”. Justo en aquel momento fue el legendario CBGB (Country, Bluegrass and Blues) el lugar que vio nacer y crecer a grandes músicos que sintieron la necesidad de formar parte de algo diferente.
Al igual que el memorable álbum debut de la poeta, la cara visible de Mis mejores canciones se despliega con una fotografía en blanco y negro, tomada por Robert Mapplethorpe. En 1975 el trabajo del artista neoyorquino, que entonces estaba a punto de cumplir los 30 años, marcó un antes y un después en cuanto a la presencia de las mujeres en la música. En el prólogo de Sirenas al ataque (Océano, 2008) la socióloga Julia Palacios afirma que “a principios de los años 60 los discos de intérpretes femeninas aparecían sin fotografía; los productores en las compañías disqueras sostenían que no valía la pena invertir en la imagen de una mujer”.
Es por esa razón que una fotografía en la que Smith aparece al centro del todo, vistiendo una camisa blanca, tirantes y un saco al hombro “al puro estilo de Frank Sinatra” se convirtió en un símbolo de resistencia y supuso un nuevo comienzo para muchas mujeres ligadas o no al ámbito artístico.
Aquel día de 1975 se tomaron una decena más de fotografías en su departamento del Greenwich Village: una con la misma camisa blanca, pero sin tirantes y con sus manos a la altura de los hombros sosteniendo la corbata de moño desalineada, con actitud completamente despreocupada que forma una combinación adecuada para homenajear el trabajo de una música, poeta, pintora y fotógrafa cuyo arte siempre ha tenido tanto que ver con la gracia, así como con la ferocidad.
La poesía como alimento de toda su vida
Antes de llegar a Nueva York, Smith soñó que se volvía una cantante de jazz, como June Christy o Chris Connor, que abordaba las canciones con la carga letárgica de Billie Holiday o que defendía a los oprimidos como Pirate Jenny. Para cumplir su sueño, en 1967 tuvo que escapar de los confines de una existencia rural, de las fábricas y de los improvisados huertos y llegó a la ciudad con la firme intención de convertirse en pintora. Tras un breve periodo ahí, en 1969, viajó a Francia para visitar la tumba de Arthur Rimbaud, “de quien había leído Les Illuminations, y hacer performances en las calles.
A su regreso a Estados Unidos, introdujo la poesía francesa del siglo XIX a la juventud norteamericana, pero eso no fue nada nuevo; en el particular caso del rock la influencia de Rimbaud ya estaba presente en la obra de Dylan, Morrison y Hendrix. Incluso en décadas siguientes continuó inspirando a diversos músicos, Smith afirma ver ecos del francés incluso en Kurt Cobain a través de la relación amor-odio que mantuvo con su público. “Sin saberlo –señala la cantante– Rimbaud escribió el manual de cómo ser una mítica estrella de rock”.
Elementos de revolución
La letra de una canción que pueda existir sin música corre el riesgo de ser entendida como poesía, ese honor se ha otorgado, entre otros, a Nick Cave, Nick Drake, Marc Almond, Bob Dylan y Leonard Cohen. Pero para considerarse arte poético las canciones deben contener elementos de revolución dentro de sí mismas y manifestarse como un estandarte de lucha por la libertad. El 10 de febrero de 1971 en la iglesia de San Marcos, ubicada en la villa este de Nueva York, impulsada por su deseo de proyectar pura energía, Smith declamó: “Jesús murió por los pecados de alguien // pero no por los míos”. Esas fueron las primeras líneas de Juramento, poema que años después introdujo en una versión de la canción de Van Morrison, Gloria, y también una declaración de principios, esa que mira la poesía como liberadora de mentes de estructuras ideológicas y de restricciones represivas, proyectando una visión de lo posible más allá de lo real.
En la presente edición, Patti Smith prescinde de notas o explicaciones. En el breve prólogo declara: “Encontrar las palabras que llevamos dentro es lo que nos impulsa a cantar”. Mis mejores canciones canaliza todos esos impulsos y voces e influencias que han marcado su trayectoria artística hasta hoy. Allí están presentes tanto su veneración por la poesía de Arthur Rimbaud, en la manera de escribir los versos que intercaló entre las canciones, como su admiración por Jim Morrison.
También se siente el influjo que tuvo sobre su música el legado de The Velvet Underground por el hecho de que fue John Cale quien produjo su primer disco. Asimismo, está simbolizado su amor por el fotógrafo Robert Mapplethorpe quien le tomó la inolvidable fotografía en blanco y negro de la portada.
Es verdad que las ediciones anotadas no vuelven al libro más comprensible sino todo lo contrario. Con esta edición libre de mediaciones el lector está ahora en condiciones de apreciar plenamente la carrera de la artista, la trayectoria de su libertad redefinida, de sus intereses y de la recreación del espacio que le tocó vivir simplemente a través de sus letras.