s innegable que la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo y su gobierno han obtenido algunos éxitos notables en su gestión, los cuales están contribuyendo a su consolidación junto a la firmeza y a la rectitud que se aprecian en muchas de sus actitudes.
En un asunto de enorme trascendencia como lo es el tratamiento del tema de los aranceles con el gobierno de Estados Unidos tras las amenazas y las presiones del presidente Donald Trump, la prudencia y el raciocinio de la Presidenta y de su equipo se hicieron sentir y notar y ello ha sido benéfico para México, pues derivó en la decisión del presidente estadunidense de no afectar a nuestro país y a Canadá con los multicitados aranceles, en apego forzado a los acuerdos firmados por él mismo en el T-MEC.
Ello le generó a la presidenta mexicana un reconocimiento importante en el ámbito nacional y varios más en el contexto internacional.
El segundo asunto que le ha otorgado aplausos es el que se refiere al combate al crimen organizado, pues en unos cuantos meses ha sido notorio el resultado del cambio de estrategia contra los generadores de violencia, integrantes del crimen organizado.
Son de llamar la atención las incautaciones de armas, dinero y drogas, las aprehensiones de narcotraficantes y las entregas de capos que por razones de seguridad nacional
se han realizado, lo mismo que el enorme número de laboratorios dedicados a la elaboración de metanfetaminas y fentanilo que han sido localizados y destruidos, acciones que seguramente han sido de utilidad para mostrarle a los estadunidenses la buena voluntad mexicana.
Haya sido como haya sido, sea o no por la presión del gobierno estadunidense, lo importante es que se ha transitado bien en este tema y se ha avanzado. Aunque la violencia generalizada no ha cesado, sí ha disminuido relativamente.
Respecto al discurso de la Presidenta de la República, es válido afirmar que en la mayoría de sus pronunciamientos se nota firmeza, equilibrio y estabilidad emocional, buen ánimo y seriedad, pero lamentablemente no ocurre lo mismo cuando, con cierto grado de ira, muestra su enojo y su coraje en el momento que un texto o una aseveración crítica le incomodan o los considera como ofensas.
Un tanto alterada, señala, critica y entonces cuestiona a periodistas, analistas, intelectuales y políticos que no militan en Morena ni en sus partidos aliados. Como ser humano, ella está en su derecho de hacerlo, pero cuando esto sucede, la presidenta Claudia Sheinbaum pierde prestancia y dimensión en su carácter de jefa del Estado mexicano.
La tolerancia y las buenas maneras hasta con los adversarios
, como recomendaba el gran pensador comunista italiano Antonio Gramsci, es un principio lleno de sabiduría que sigue vigente y eso será por siempre.
Durante el régimen priísta, con todo y las imposiciones dominantes de aquellos tiempos, se observaba vocación, disposición y capacidad para dialogar, debatir, discutir, consensuar y llegar a acuerdos útiles para la nación.
En el régimen panista también hubo conversaciones útiles, aguante y sumas de criterios para el logro de acuerdos. En ambas épocas lo que importaba era sacar adelante al país para seguir avanzando, ello a pesar de posiciones ideológicas y políticas encontradas y frecuentemente antagónicas.
Hoy, la condición ineludible para lograr la unidad nacional –y lo más recomendable y conveniente– es asumir un espíritu ecuménico y conciliador de apertura con todos los mexicanos, especialmente con los poseedores del talento y de la visión diversa más lúcida, democrática y patriótica, independientemente de las posiciones ideológicas que sustenten, ya que un gobierno mayoritario debe tomar en cuenta a las minorías, pues además, como decía don Jesús Reyes Heroles: en política, lo que resiste apoya
.
Sería muy sano, pertinente y enriquecedor que Sheinbaum convocara a un diálogo general concertado y con agenda por la unidad nacional. Más útil aún sería realizarlo en estos tiempos tan difíciles. Hacerlo, además de alentar a la sociedad civil para que se vuelva cada vez más política, le daría mayor prestancia, grandeza, solidez y respetabilidad a su gobierno y a su proyecto por las aportaciones que pudiesen surgir.
Así, convocando a todas las corrientes de pensamiento, es que se gestó la gran reforma política promovida por Reyes Heroles durante el régimen del presidente José López Portillo.
Hoy molesta y lastima social y políticamente la falta de tolerancia y de diálogo con las oposiciones de por sí tan aletargadas y tan menguadas.
No es ocioso reiterar que los regímenes pasados, señalados críticamente como autoritarios, con sus virtudes y con sus defectos, –neoliberales o no– mostraban mejores capacidades de convocatoria y de búsqueda de consensos, pero lamentablemente estas características se ven muy poco en este gobierno, salvo excepciones.
Es triste y deplorable observar que más que un espíritu conciliador, imperen agresividad y desconfianza y esto no es saludable para la República.
En mi opinión, hace falta una verdadera apertura, de forma y de fondo
, muy seria, que en verdad consista en la búsqueda de la unidad en lo esencial que es no solamente la defensa de México como país soberano e independiente frente al exterior, sino que hacia el interior busque la armonía y la concordia para alcanzar una auténtica unidad nacional, a partir del respeto a la dignidad humana, a la tolerancia y a la pluralidad para enriquecer la vida democrática del país.
Sin respeto, sin armonía, sin espíritu de conciliación y sin diálogo no habrá acuerdos, y así la unidad nacional –en la diversidad– será una utopía y un buen tema de discursos, una ilusión y un sueño. Para lograr en verdad esta unidad es requisito cruzar este puente histórico. Se vale desear y esperar.