Opinión
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Tumbando caña

Pongamos que hablo de Joaquín

E

n marzo de 1989 Joaquín Sabina llegó a México para ofrecer tres conciertos con su banda. Eran los primeros pasos de su aventura americana: martes 14 en el Rock Stock, jueves 16 en el Auditorio Nacional y sábado 18 en el cine-teatro Rex de Guadalajara. Con estas fechas y la aparición en el mercado nacional de El hombre del traje gris, su séptimo álbum en estudio, intentaba darse a conocer asumiendo algo de temor y una gran expectativa.

La noche anterior a la presentación en el Auditorio Nacional platicamos con él y en esa primera charla nos confió sus temores: “¿Qué pasará?, ¿a qué me enfrentaré?, ¿serán bienvenidas mis canciones…?” Y reflexionaba: Entre tantas posibilidades que ofrece una ciudad como la vuestra, realmente va a ser algo valioso para mí que alguien pague un boleto para escucharnos, para ir a escuchar a un tipo que quizá no conozcan.

Un año antes había visitado el entonces Distrito Federal porque quería empaparse de la ciudad, conocer a su gente, caminar por las calles, ir a los barrios, meterse en las cantinas, conocer la noche… porque a mí se me hace muy duro subirme a un escenario sin conocer antes un poquito del entorno, decía y consideraba: A ver qué puedo lograr tocándoles mi música; bueno, si es que la van a escuchar. Aunque te digo, si van más de 100 lo consideraré un milagro.

El concierto en el Auditorio Nacional fue la revelación del artista ante un público expectante que, sorprendentemente, se sabía muchas de sus canciones y las coreaba casi en estado de éxtasis. Sabina abrió la noche con Eva tomando el sol, la primera pieza del álbum El hombre del traje gris y de ahí en adelante expuso una selección de temas de sus discos anteriores, canciones que ya eran himnos en España: Princesa, Cuando era más joven, El joven aprendiz de pintor, Rebajas de enero, Güisqui sin soda, Incompatibilidad de caracateres y Pongamos que hablo de Madrid, entre otras.

Aquella primera función en México fue un derroche de talento y eficacia, pese a la mala sonorización del recinto. Casi 4 mil asistentes escucharon por primera vez al cantautor español. En tanto, afuera, un centenar de jóvenes que no pudieron ingresar intentaban dar el portazo.

Mucha, mucha policía

Sabina cantaba Pacto entre caballeros cuyo estribillo, Mucha, mucha policía se replicaba afuera con la presencia de la policía que reprimía a macanazos a la muchachada. La agencia española Efe, que seguía los pasos de Joaquín, citaba en su despacho: 50 heridos en concierto de cantante y músico español Joaquín Sabina. La noticia llegó a España y países que integraban la gira americana. Joaquín lamentó lo ocurrido pero había quedado sorprendido de tener tantos seguidores. Algo que se explicaba por la circulación subterránea de su música y al privilegio de algunos cuantos que tenían en sus manos una edición española del álbum Joaquín Sabina y Viceversa en directo. Un par de discos que daban cuenta de la energía en escena del colectivo.

Así fue el debut de Sabina en México. Luego, su presencia se hizo frecuente. El corazón de la gente no se puede ganar en dos días. Sé por lo tanto que me espera una larga labor en México, me dijo.

Con la publicación de Juez y Parte (1985), Hotel, dulce Hotel (1987), Mentiras piadosas (1990) y Física y química (1992), su espectro de atención fue creciendo disco a disco; las radiodifusoras, que antes no lo programaban por la temática de sus canciones, fueron cediendo y su público era un núcleo abierto en el que destacaba una clase emergente que lo seguía junto a progres de izquierda, niños bien, tránsfugas apátridas, ejecutivos, yuppies y señoras bien nacidas, todos unidos en grata armonía buscando quién les había robado el mes de abril.

El último vals

Después de haber triunfado de la manera como él lo ha hecho, de haber logrado una manera de hacer rock inteligente, de haber recorrido mucho territorio y besado tantas bocas, Sabina está bailando ya el último vals. Mañana dará su último concierto en la Ciudad de México como parte de la gira del Adiós, que culminará en Madrid tras haber recorrido América. Aquí comenzó la aventura en 1989 y aquí empezó su particular camino a Damasco.

Se dice que las despedidas son tristes, pero el impresionante derroche de entusiasmo de los espectadores que le han ido a despedir, abarrotando los seis conciertos que brindó en el Auditorio Nacional, nos dice lo contrario, esto si comprendemos que la gente sólo se vuelca de esa manera en las cosas que le pertenecen. En un mundo lleno de ambigüedades, donde no se sabe quién es quién y para lo que sirven, Joaquín Sabina es una presencia excepcional muy necesaria para darle sentido a la vida. Aquí se queda para siempre. No hay adiós, no hay olvido.