ncendiando los cielos con los fulgores de un esplendoroso crepúsculo vespertino, el sol, ahuevado
, se sepultaba en la Plaza México, a contemplar al diestro valenciano Enrique Ponce, que se encontró con un bomboncito artista
y resucitó su toreo que se quebraba sobre el ruedo; inquieto, bullidor, centelleante, salpicado de cegadoras chispas de luz que le enviaba hasta emborrachar a los aficionados.
Bailaba el toro de Los Encinos al ritmo de Enrique Ponce, en brillante ballet. Un toreo gracioso, merced a la enorme cantidad de poesía que atesora. Un toreo musical al que le faltaba la imaginación poética. Un toreo que cantaba y murmuraba canciones de cuna. Hasta que durmió al burel en las entrañas de su muleta. Un toro bebé, que planeaba, parecía amaestrado para el lucimiento del valenciano.
El torito se arrullaba en el vuelo de la muleta de Enrique, en la paz de una tela que no le molestaba, ni le obligaba, y le dejaba ir a su aire, en la quietud de la torera plácida. Dormido se le entregó el toro ante el baile del torero y se fue a acariciar vaquillas a la ganadería, hipnotizado de tanto trapo rojo, en la más deslumbradora fantasía torista, que precedería a noches de baile con las vaquillas antes de caer dormido…
Enrique Ponce meció el toreo y acabó con el cuadro. La plaza estaba llena de su espíritu y soñaba palmas de cava vieja. El baile valenciano tenía el ritmo de las cumbres onduladas, al seguir toreando Ponce, la muerte, al compás de la guitarra. Estilo de torear caminándole al toro con arqueo de cintura y asomo al vacío. Rito de faroles y río de gracia que rondaba las caderas toreras y latía bajo el milagro del toreo. Roja muleta en llamas, boca, pieles y jugos toreros llevaban un hechicero torero que seguía en lo profundo del ruedo peleando la supremacía del toreo.
El cristal de sus doblones fueron pumas de oscuridad al clarear y tuvieron formas llenas de sol y olores a leche caliente con rumor de fronda. No hubo más sol ni brisa que el aire mexicano que los acariciaba. Aire que llevaban los sueños dormidos sobre el silencio de ese baile interior de puro estilo valenciano, en el que se inspiró el torero para salir triunfador a hombros de la multitud de la Monumental mexicana, gracias a sus doblones únicos, que fueron toreo auténtico y enloquecieron al público, que una semana después aún no elabora la magia de este torero.