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Era Trump: derrota de la compasión y los cuidados
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na imagen vale 3 billones de dólares. Esa es la foto del día de toma de posesión de Donald Trump junto a varios de los hombres –sólo varones– más asquerosamente ricos de este planeta: Elon Musk, de Tesla y X; Marck Zuckeberg, de Facebook, Jeff Bezos, de Amazon, y Sundar Pichai, de Google, por mencionar los más destacados. Revela con claridad meridiana la opción de Trump por el uno por ciento de la población mundial que acapara las dos terceras partes de la riqueza global generada de 2020 a la fecha. Los magnates que hicieron su agosto con las redes sociales, las ventas en línea y las plataformas digitales desde la pandemia del covid-19: es una nueva oligarquía, oligarquía tecnológica.

Un planeta dominado por las grandes empresas de tecnología con base en EU, una nueva economía, aún más concentrada, fincada en las escandalosas ganancias que ellas perciben, con una dirigencia política individualista, autoritaria y con un gran poder para controlar la conversación global y someter las mentes de millones de personas y si fuera necesario, con un arsenal acrecentado de modernas armas de destrucción masiva. Este es el nuevo proyecto del capitalismo mundial que Trump encabeza. Con él acaba la era del neoliberalismo, que conformó la famosa Comisión Trilateral a fines de los 70, cuyo discurso era la interdependencia de las naciones, la reducción del Estado a la mínima expresión, el mercado como supremo regulador de la sociedad, la inclusión social limitada dentro de la democracia liberal.

La era que anuncia y empieza a imponer Trump tiene otros referentes: el unilateralismo y la supremacía de EU, en lo económico, en lo político, en lo tecnológico, en lo militar. No más multilateralismo ni interdependencia. No más igualdad ante la ley: unos cuantos, sobre la ley, como el mismo Trump. Todo el peso de la ley contra los pobres, los migrantes y las personas con adicciones o con otras preferencias sexuales. Clasismo y racismo puros y duros, sin disfraces.

El expansionismo del imperio estadunidense empieza una nueva era. Ahora el referente de Trump es el presidente William McKinley (1897-1901), quien lanzó la política imperialista estadunidense con la guerra contra España, la expansión al Caribe con Cuba y Puerto Rico y al Pacífico, con las Filipinas. Ahora Trump pretende recuperar el canal de Panamá, hacerse de Groenlandia y anexarse Canadá. Eso subyace al hecho de devolver al monte Denaly, el más alto de EU, el nombre del presidente McKinley, así como imponer al Golfo el genitivo de América, como los romanos llamaron Mare Nostrum al Mediterráneo.

El afán de destruir todo contrapeso internacional ha hecho que Trump se aleje de todo compromiso multilateral, como el que su país salga de la Organización Mundial de la Salud y deje de aportar a su financiamiento, o que abandone el Protocolo de París sobre los gases de efecto invernadero, o que proclame el fin de la promoción de las energías renovables y la explotación intensiva de los hidrocarburos.

Los peligros que Trump y sus socios van a acarrear sobre todos son concretos y próximos: van a sobrecalentar aún más este sufrido planeta y acelerar el cambio climático que ellos niegan como invento de los izquierdistas. Van a intensificar el despojo y la sobrexplotación de la naturaleza. Están poniéndonos al borde de la guerra final al extremar la polarización global entre EU y el resto del mundo que no se les someta. Combatirán con todo a los migrantes, transgénero, las personas críticas y contestatarias, defensores de derechos humanos, las mujeres denunciantes, como las nuevas clases peligrosas. La soberanía de las naciones la podrán derribar a punta de aranceles y, dado el caso, de cañonazos. Siempre esgrimirán el pretexto de que los malos de afuera los inundan con drogas, fentanilo o migrantes, sin atender a las causas descuidadas e incluso generadas por la sociedad estadunidense.

Para lograr el apoyo de las masas a este proyecto de muerte, está todo el aparato mediático y de redes sociales que controlan los magnates de la tecnología: la difusión de una cultura hedonista, individualista, consumista. Como señala J. L. Ballard: “El consumismo es el recurso más importante jamás inventado para controlar a la gente…el consumismo despierta un apetito que sólo el fascismo puede satisfacer”.

Cuando el desastre climático y la violencia omnipresente nos demandan cuidarnos unos a otros, cuidar nuestra casa común, construir nuevas formas de solidaridad y de cooperación, lo contrario se impone desde la Casa Blanca: una nueva etapa del capitalismo, más expansiva, más oligárquica, más patriarcal, más excluyente y devastadora.

Ante este proyecto alzó valiente su voz la obispa episcopaliana Miriam Budde en la ceremonia religiosa de la inauguración de Trump. Pero el gran capo del fascismo del siglo XXI se obceca en su mantra: por el mal de todos, primero los magnates. Está vacunado contra toda forma de compasión.