omo expresión del mundo, la escritura representa, resume, abrevia. El universo cabe en una palabra. La función de la escritura es similar a esta imagen: concentrar la luz del Sol en un rayo. La escritura es expresión para el otro, para el que no se encuentra: se escribe para el que no está. Permite diferir la conversación que iniciarán, quizás, unas personas muertas hace cientos de años, con nosotros; con los signos que imprimieron en papel, madera, piedra, arcilla, escuchamos la voz de los que se fueron, los que ahora son si acaso un puño de polvo. Con esos signos se prolonga un diálogo entre el antes y el después, entre los muertos y los que habremos de morir.
Es conocido que después de los jeroglíficos, ese sistema de escritura eminentemente pictórico, se transformó con el tiempo: la imagen gráfica del toro se convirtió en el alfa griega y las ondas de mar, símbolo del agua, en nuestra socorrida eme. Fue así como los símbolos primarios derivaron en sílabas con representación fonética y las imágenes en conceptos.
Desde entonces, pintura y escritura se convirtieron en lenguajes distintos, pero que han coincidido a lo largo de la historia. Cuando eso ocurre, son expresiones que se alimentan.
Eloísa Hernández Viramontes, inspirada por el trabajo de Edwards Rush –ese artista que hizo de la representación de palabras y frases parte esencial de su expresión artística–, emprendió una interesante investigación sobre las prácticas textuales en México. Aunque palabras e imágenes han convivido desde la antigüedad, ella quería reflexionar sobre la palabra como recurso estético en el siglo XX y las dos primeras décadas del XXI.
Estoy absolutamente de acuerdo con la investigadora cuando afirma que las palabras imantan, pese a su naturaleza ambigua. Cuando las pronunciamos son efímeras, sus arquitecturas verbales se desvanecen después de decirlas, “su sonido desaparece en cuanto emergen de la voz, al decirse se diluyen… pero al desvanecerse en el aire persisten en la memoria”. No sólo eso: cuando son escritura, las palabras son huellas permanentes que, aunque en su lectura se escapen a la vista paulatinamente, generan procesos de pensamiento, provocan ideas y emociones
.
Pero, ¿qué sucede cuando las palabras se incorporan, por ejemplo, a una pintura o escultura? ¿Se resemantizan? ¿Dejan de ser escritura?
Cuatro capítulos tiene el ensayo La palabra como lenguaje artístico, de Eloísa Hernández Viramontes, publicado por Saenger Editores.
Excursiones e incursiones en el trabajo de artistas como José Guadalupe Posada, Julio Ruelas, José Juan Tablada, el minucioso Leopoldo Méndez, los siempre sorprendentes estridentistas y Frida Kahlo inician este vuelo de reconocimiento donde la autora muestra cómo la palabra se incorpora en sus propuestas estéticas.
En los años 60, otro grupo tomó la estafeta de la textualidad en la expresión plástica cuando colaboraron artistas y poetas como Octavio Paz y Vicente Rojo con sus conocidos Discos visuales. Paz, cuando fue embajador en India, imaginó un soporte diferente para la poesía. Se lo propuso por carta a su amigo Vicente Rojo y le envió un anuncio publicitario de aviación que consistía en dos círculos móviles encimados. Al girarlos, podía verse en una pequeña ventana la hora del vuelo o el lugar. Cambiaban en cada giro. Paz quería construir un verdadero juguete
para involucrar de manera activa al lector.
También en esa década, un grupo de jóvenes aprovechó las lecciones del Taller de Gráfica Popular para dar un gran impulso a la textualidad en la imagen; con lo legible y lo visual construyeron discursos poderosos contra el autoritarismo.
Con propuestas diferentes, otros artistas se interesaron en las prácticas textuales en esos años, como Juan José Gurrola, Julio Galán, Magali Lara o Mónica Mayer y, más adelante, en los años 80, Betzabé Romero, Rafael Lozano-Hemer, Teresa Serrano y muchos más.
Al parecer, esta conjunción de códigos continuará. Las palabras son puentes para el encuentro con el otro. Y para seguir siéndolo, continuarán modificándose. El lenguaje es algo vivo que se transmuta con el tiempo. Y la pintura también porque, lo sabemos, no existe el arte, existen los artistas que siempre son diferentes.