Ninguna dio peso a la agenda feminista
Sábado 1º de junio de 2024, p. 6
Durante el llamado ciclo progresista de América Latina, en el que coincidieron gobiernos que intentaron revertir las décadas de neoliberalismo en la región, hubo tres mujeres presidentas, tres figuras de izquierda que rompieron moldes con sus proyectos de transformación: Michelle Bachelet en Chile (2006-2010 en un primer periodo y 2014-2018 en un segundo), Cristina Fernández de Kirchner en Argentina (2007-2015) y Dilma Rousseff en Brasil (2011-2016).
Ninguna de ellas logró dejar un legado que diera vuelco definitivo a la inequidad de género.
De este trío, sólo la argentina jugó el rol de mujer casada, como sucesora del presidente Néstor Kirchner. Siempre agregó el apellido del popular presidente al suyo propio. En reiteradas ocasiones sintió necesario precisar que ella no es feminista. Bachelet y Rousseff no estaban casadas al momento de ejercer como presidentas. El matrimonio no es un dato relevante en sus trayectorias.
Dilma y Sheinbaum, paralelismos
En las biografías políticas de Dilma Rousseff, la ex presidenta de Brasil, y Claudia Sheinbaum, la candidata en la elección mexicana, hay ciertos paralelismos.
Ambas tuvieron una militancia de izquierda en sus juventudes. Dilma incluso tomó parte en la lucha armada contra la dictadura, fue presa política y torturada. En sus inicios, ambas labraron una carrera política más técnica (relacionada con temas de energía) que política. El carisma no es un atributo que caracterice a ninguna de las dos.
Dilma fue la sucesora de Luiz Inácio Lula da Silva, un presidente carismático y popular que gobernó y cambió la ruta de la historia de su país dos administraciones antes que ella (2003-2010. Después de pasar por la cárcel fue relegido en 2023.
Regina Crespo, científica brasileña del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC) de la UNAM, hace el balance de la primera mujer presidenta de Brasil: “Llega a Planalto a la luz de la popularidad de Lula, pero con una trayectoria política propia. El mandatario la había nombrado ministra de Energía y Minas para gestionar la grave crisis eléctrica del país y después, a raíz de sus buenos resultados, jefa de su gabinete.
“Desde el primer momento, Dilma tiene mucho en contra. Fue criticada porque no contaba con un esposo. Se decía que Lula la había puesto ahí para poder maniobrar y manipularla, cosa que no era cierto y no sucedió. Le tocó navegar en los efectos de la crisis económica de 2008 y enfrentar protestas por el aumento del pasaje público. Todo ello se tornó en una presión contra el PT que las derechas supieron aprovechar.
“Se empeñó y fue eficaz en implementar políticas para mejorar las condiciones de vida de las mujeres (Casa de la Mujer Brasileña, institución paralela a las delegaciones que daba todo tipo de atención, a la salud, terapia sicológica, refugio para mujeres en situación de peligro y que era atendida por mujeres, que Dilma amplió mucho). En materia laboral se reforzaron las leyes de protección para las trabajadoras domésticas. Se estimularon las carreras de nivel técnico para mujeres.
En el segundo periodo, Dilma ganó con muy pequeño margen y la oposición anunció desde el primer día: no la vamos a dejar gobernar. Ese fue su plan. En un afán pragmático por hacer alianzas con los conservadores, nombró vicepresidente a Michel Temer, de la derecha. Tan pronto se consumó la traición de Te-mer y su destitución por un golpe parlamentario, se cancelaron todas sus políticas de género. Las organizaciones femeninas tuvieron muy poca capacidad de influir. Temer conformó un gabinete sólo de hom-bres blancos. Dilma, ya muy golpeada en ese momento, fue tremendamente ofendida y descalificada.
¿Qué queda de Dilma, de su imagen y su historia?
“Dos años después hubo elecciones y ella se presentó para un escaño en el Senado por Minas Gerais. No ganó. Increíble –dice Crespo–. Ahora, con Lula, es directora de los bancos de los Brics, de suma importancia porque es una de las vías por las que Brasil está saliendo del ostracismo. Pero los movimientos feministas hoy en día tienen mucha mayor dificultad de luchar porque la agenda del feminismo ha sido bárbaramente satanizada por el bolsonarismo.”
Michelle y su impulso a la paridad de géneros
Socialista, agnóstica y madre soltera alejada del estereotipo esperable en una sociedad conservado-ra como la de Chile, que no legalizó el divorcio sino hasta 2004, Bachelet ganó las elecciones presidenciales de 2006 con los votos de las mujeres y representando a los partidos de la Concertación (el Partido Demócrata Cristiano y Partido Socialista).
A diferencia de los tres demócratacristianos que le precedieron, Bachelet se identificaba más con los sectores de izquierda; había sido socialista, presa política (su padre, un general opositor a Pinochet, murió en la cárcel), torturada y exiliada.
Llegó a La Moneda con ideas cambio, decidida –por ejemplo– a formar un gabinete paritario. La medida no gustó a muchos políticos dela Concertación, que se sintieron desplazados y preferían más continuidad y menos cambios
.
Así se expresaba ella: “¿Cómo se traduce el ser mujer en lo público? ¿Es acaso igual que un hombre, pero con faldas? No…Cuando una mujer llega sola a la política, cambia la mujer. Cuando muchas mujeres llegan a la política, cambia la política. Y claramente, uno de los desafíos y necesidades de nuestra democracia es mejorar la calidad de la política”.
Aunque contó en su primer periodo con mayoría parlamentaria, no adelantó una iniciativa para la despenalización del aborto. Fue hasta 2021 –ya no era presidenta– cuando se modificó el código penal que despenalizó el aborto y sólo bajo tres supuestos: inviabilidad fetal, violación o riesgo de la vida de madre.
En su segundo mandato trató de introducir más reformas: políticas redistributivas con un mayor rol del Estado y leyes para reducir la violencia contra las mujeres.
También enfrentó dificultades económicas y la llamada Revolución de los Pingüinos, en la cual chicos de secundaria exigieron reformas al modelo educativo altamente privatizado. En esos terrenos logró avances parciales y registró algunos retrocesos.
Interrogadas acerca de si Bachelet logró su cometido en su agenda feminista, las organizaciones feministas responden invariablemente: En la medida de lo posible
.
Cristina, la peronista
La presidenta Fernández de Kirchner, quien ganó la elección en 2007 con un buen margen de ventaja, se definió desde el principio: No soy feminista, soy peronista
. No le apostó a la paridad. Sólo nombró a tres mujeres en su primer gabinete.
Aunque fue electa inmediatamente después del gobierno de su esposo, no se puede afirmar que llegó al poder a la sombra
de Kirchner.
Puntillosa en el manejo de su imagen –ropa y maquillaje, luces y narrativas– fue reacia al extremo en conceder entrevistas. Durante sus dos gobiernos profundizó la justicia transicional, la verdad y el derecho a la memoria frente al genocidio de las dictaduras militares. Lidió con los fondos buitre y la deuda externa.
En su gestión se legalizó el matrimonio igualitario y se regularon las normas para la identidad de género (transexuales y transgénero).
Pero aunque se aprobaron códigos para combatir la violencia contra mujeres, el balance de su aplicación no tuvo buenos resultados por la falta de diagnósticos y errores conceptuales. Varias organizaciones feministas la definen como distante o distraída
en torno a las agendas para avanzar en la igualdad de género.
Cuando la despenalización del aborto fue aprobada en Argentina en 2020 –por el empuje de organizaciones de mujeres en pleno gobierno conservador de Mauricio Macri– se recordó que Cristina Kirchner poco hizo para lograr ese hito.