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Nerval / De poesía y ocultismo

D

os grandes románticos, uno alemán, otro francés, Novalis y Gerard de Nerval (seudónimos ambos), nacieron en mayo, en ese orden el 2 y el 22, con una diferencia de 36 años (al ver la luz en 1808 quien escribiría Aurelia, el de los Himnos a la Noche ya había fallecido, a los 28 de edad). Los dos se interesaron por el esoterismo.

Del parisino, diamante de limpidez insondable, donde se refleja la parte invisible del mundo, según El ocultismo y la creación poética, de Eduardo Antonio Azcuy, ha dicho Thierry Maulnier (fuente: mismo libro; cita no literal): Tan atormentado como Baudelaire, tan punzante como Rimbaud, tan dolorido como Verlaine, tan sabio como Mallarmé, Nerval era por naturaleza lo que Valéry ha sido por oficio.

En el apartado correspondiente (el autor se ocupa también de Baudelaire, Rimbaud, Rilke y Daumal, entre otros), Azcuy asume que la vida universal le concedía su embriaguez, lo que ilustra en voz de Teófilo Gautier: Algunas veces se lo veía en la esquina de una calle, con el sombrero en la mano, en una especie de éxtasis, evidentemente ausente del lugar en que se hallaba.

Albert Béguin: “Su nostalgia de la unidad esencial lo llevó a una búsqueda en la que puso en juego su propia vida y no retrocedió ante ‘el mundo de los espíritus’”.

Azcuy: el poeta concibió su vida como la búsqueda del alfabeto mágico; y lo cita: “Mi misión me pareció ser la de restablecer la armonía universal… evocando las fuerzas ocultas de las antiguas religiones”. Otro pasaje: Personalidad única en las letras francesas, de sólida formación clásica, romántico por temperamento y vocación, precursor del simbolismo y anunciador del surrealismo, Nerval parece hoy superior a Lamartine y a Musset y por lo menos igual a Hugo.

Cierta noche, “imperativo y trágico, con ese rostro consumido por fiebre de infinito [para Xavier Villaurrutia ‘lleno de frescura y simplicidad’], que la foto de Nadar muestra con implacable crudeza”, “Gerard vio por primera vez a su doble… Detenido por una ronda nocturna, vio, recostado en su celda, cómo dos de sus amigos lo reclamaban y alguien de su estatura –él mismo– partía acompañándolos”.

Libraría “su última batalla espiritual la noche del 26 de enero de 1855. Cuando amaneció en la sórdida calleja de la Vieille Lanterne, su cuerpo material, que albergara a un espíritu puro de poesía, se balanceaba entre el cielo y la tierra”.