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De la Guardia Nacional
G

uardia Civil, Policía Nacional, Gendarmería, Policía Montada, muchos nombres y un solo fin: ser la instancia intermedia para el mantenimiento del orden público y paz social entre autoridades locales, fuerzas estatales y municipales y el último recurso en el ejercicio de la fuerza que son las fuerzas armadas como en nuestro caso implican el artículo 21 constitucional y el 9 de su propia ley.

Eso dice la teoría que es saludablemente atendida por muchos países. Otra característica de esos cuerpos extranjeros es que son instituciones muy antiguas, profesionales, maduras, confiables y respetadas.

Nuestra Guardia Nacional (GN) tuvo una larga y errática concepción. Su creación fue propuesta ante el presidente Salinas de Gortari en la primera sesión del Gabinete de Seguridad Nacional de la naciente administración.

El anteproyecto fue realizado por el Cisen en su calidad de secretariado técnico del gabinete y fue presentado mediante un sólido documento con el identificativo de Policía Nacional.

Los secretarios de Gobernación y Comunicaciones Gutiérrez Barrios y Caso Lombardo se opusieron con el argumento de que afectaba a sus facultades, cuando lo único que se pedía en ese primer momento era el beneplácito general, tiempo para elaborar el proyecto ejecutivo y apoyo técnico de los sectores involucrados.

El empeño lógicamente ya había sido aprobado por el presidente antes de incluirlo en la agenda. ¿Qué pasó? Posiblemente era muy pronto para desoír a dos secretarios de ese calibre.

En la sesión estaba presente Ernesto Zedillo entonces secretario de Programación y Presupuesto que nada opinó. En los siguientes tres sexenios hubo varios intentos que sólo fueron actos de voluntad carentes de planeación.

La narración subraya qué añeja es en el México contemporáneo la certeza sobre lo indispensable de su función en el plano de la Seguridad Nacional. Las investigaciones que se hubieran elaborado desde entonces, lo que distinguen es que no hay país con el que quisiéramos identificarnos que no posea un cuerpo semejante.

El presidente López Obrador la crea en marzo de 2019 como Guardia Nacional. En su proceso de formación se aprovechan recursos policiales, militares y navales, idea que desde su inicial concepción estuvo presente como forma de racionalización de recursos.

Importa subrayar que la gran diferencia entre el anteproyecto de 1984 y la decisión de 2019 fue determinada por los siguientes hechos: 1) la explosiva ola de violencia que rebasó todo cálculo anterior; 2) la imprevista ola migratoria que dio señas alarmantes; 3) las enérgicas exigencias del presidente Trump de que los flujos migratorios fueran detenidos al sur de su frontera; 4) el robo de combustibles a Pemex, y 5) la debilidad de los cuerpos policiales estatales y municipales que, sujetos a esas condiciones, revelaron su alarmante deficiencia numérica y técnica.

A tres años de creada, la GN revela dos peculiaridades centrales:

1) La mencionada debilidad de las policías locales ha continuado en su inercia cada vez más clara de demandar el apoyo federal –más bien suplencia de responsabilidades– para enfrentar dramas locales. Véase Guanajuato, Zacatecas, Quintana Roo, Michoacán y más.

2) Los gobernadores encuentran más confiable, rápido y barato acudir a la GN en vez de asumir el lento y costoso desarrollo de sus propias fuerzas. En estados de vieja tradición de violencia como Guerrero esta actitud es verdaderamente censurable.

Así, nos amanece el cuarto año de gobierno con un cuerpo policial en proceso incierto de maduración, afectado por poderíos que no están bajo su influencia. Su consolidación está influida por tres factores:

1) La dependencia de carácter operativo que Sedena, Marina y Seguridad Pública le impusieran. No podría superar su adolescencia sin la apropiada libertad. En un proceso que se antoja casi biológico, fue natural la dependencia inicial de la GN respecto de sus secretarías matrices y del mismo Presidente de la República, situación que debería cambiar rompiendo la tendencia al control centralizado so pena de concretar una GN sólo ejecutante, no deliberante, como hoy, siempre esperando órdenes.

2) La lamentable inconsistencia de policías estatales y municipales. Son pocos los municipios y estados que han desarrollado en número y competencia a sus cuerpos policiacos. La debilidad de estados y municipios se hace alarmante ante los empujes de la criminalidad. No cambia el perfil trágico de ser cuerpos policiacos insuficientes, ineficientes y corruptos.

3. El soporte político, administrativo y presupuestal que se le otorgue. Su crecimiento no debe verse sólo en términos numéricos de sus efectivos y presupuesto. Ello es vital, mas debe acompañarse de otras inquietudes. Urge pensar en aspectos abstractos hoy dejados al acaso como es la consolidación de una personalidad pública significativa para el interés social que proyecte una GN eficiente, confiable y respetada.

Terminemos: la GN es una vieja aspiración hoy en vías de cristalizarse en un escenario adverso. No le es favorable el clima de violencia que se convierte en su reto central, no le ayuda la falta de consideración social suficiente. Tampoco le es propicia la dependencia y sometimiento a varias instancias de autoridad que condicionan su libertad operativa dificultando su curva de aprendizaje y se reitera, nada aportan los estados y municipios, frágiles muchos, convenencieros casi todos.

La GN es una institución del Estado que, como pocas, es indispensable para todo proyecto de nación que por décadas quedó en intenciones. Hoy existe irreversible, pero requiere de grandes dotes en su dirección y gran comprensión y apoyo de las secretarías matrices y de la comunidad nacional. Hoy es fácil demandarle más, ojalá que en el futuro no pensemos en lo que no se le dio.