Viernes 3 de septiembre de 2021, p. 3
Entre los muchos atributos que hacen inmortal a Mikis Theodorakis figura la creación del oratorio moderno, con sus dejos de lucha social, referencias al zoon theatrykón, la magna cultura de la Grecia antigua y su lanzamiento al futuro. Figuras como Vangelis, por citar solamente uno entre muchos ejemplos, recogen esa épica sin sordina, esas gestas para gran orquesta y grandes coros. Esa manera de poner en música la historia de la humanidad.
Alguien que comprendió a cabalidad la naturaleza de la obra de Theodorakis fue el coreógrafo francés Maurice Béjart, quien trabajó con el compositor en la creación de una de sus obras maestras: Siete danzas griegas, donde la música y el movimiento son uno solo: una abstracción.
Los trazos poéticos, geográficos, milimétricos, la geometría perfecta de la música de Theodorakis son una impronta en la historia de la civilización occidental.
El uso de material que para algunos es folclor
, en Theodorakis es sello identitario, germen, manantial. Su producción, la magnificencia de su obra, está todavía por descubrirse para el gran público.
Porque, hay que decirlo: Mikis Theodorakis NO es Zorba el griego. Los compartimentos estancos, los encasillamientos, los lugares comunes funcionan muy bien para la industria del entretenimiento y dañan reputaciones y, sobre todo, es una forma de censura, porque sepultan la creación que verdaderamente distingue a un autor, en este caso Theodorakis, el sinfonista, el creador de monumentos abstractos, el pintor de inmensos murales de sonidos. Es verdad: ha muerto una divinidad.