ué belleza tiene la poesía de Octavio Paz! Su belleza no está en lo que dicen palabra, sino en lo que sin decirlo dicen. No desnudes sino a través del velo los deseables senos
(Vislumbres de la India).
Hasta la Valencia de las flores llegó nuestro poeta con su rumor, su religiosidad, pluralidad, y cantó con voz de oro y aliento. Hasta las plazas de toros llegó el poeta y cantó al Tancredo, y se adelantó a su tiempo.
Don Tancredo en el centro del redondel, en una silla, quieto como estatua se llena de cornadas, como muerto e indestructible, resuena al perderle el respeto al toro virus
e impedir que se haga dueño del ruedo.
Octavio Paz le canta:
“Estoy muerto / estoy vivo, / no estoy vivo, / nunca me he movido de este lecho, / jamás pude levantarme: soy una capa donde envisto, / capa ilusoria que tienden toreros enlutados, /Don Tancredo se yergue en el / centro, relámpago de yeso, / lo atacó más cuando estoy a punto de derribarlo / hay alguien que llega al quite.
Envisto de nuevo bajo la / rechifla de mis labios / inmensos, que ocupan todos los tendidos / nunca acabo de matar al / toro, nunca acabo / de ser arrastrado por esas / mulas tristes que / dan vueltas y vueltas al / ruedo bajo el ala fría de ese silbido que / decapita la tarde como / una navaja inexorable.
La humanidad como Tancredo desafía quieta, inmóvil al toro virus dispuesto a matarlo.