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Mar de historias

El regreso de mamá

A

penas puedo creer lo que acabo de decirle a mi amiga Zoe: Bendigo la pandemia. Pensó que era una ironía y fue necesario explicarle lo que a mí misma se me dificulta entender: el virus me devolvió a mi madre. De cómo fue de niña, de joven, jamás habíamos hablado. Al fin lo hicimos y de ese modo he podido acercarme a una persona que siempre fue hermética y distante conmigo.

En los años recientes convivimos muy poco. Todo cambió a principios de marzo, cuando mi hermano Isauro me llamó para darme una buena noticia: Me hablaron de la planta de León para recontratarme. Chávez, el contador, renunció. Ya sabes: miedo al contagio. Acepté la plaza. El sueldo es bajo, pero a cambio me darán un departamento en el parque industrial.

Sólo por el gusto de avivar su entusiasmo le pedí que me dijera cómo se sentía: Feliz. La chamba me permitirá resolver los problemas que fueron acumulándose en dos años sin empleo: desde compromisos y deudas impagables hasta una crisis conyugal que estuvo a punto de acabar con mi matrimonio. Martha Elena y yo queremos salvarlo. Creo que estamos mejor que nunca, pero surgió un conflicto serio: mi madre no quiere irse con nosotros. Cree que el cambio la mataría. Respeto su decisión y por eso necesito tu ayuda. Me consta que ustedes nunca se han llevado muy bien que digamos, pero de todas formas voy a preguntarte algo: ¿podrías recibir a mi madre en tu casa? Tienes espacio, vives sola; juntas se acompañarían. ¿Qué me dices?

Lo inesperado de la petición me desconcertó, pero comprendí que era mi deber alojar a mi madre. Isauro, agradecido, de inmediato me puso al tanto de la situación: Sabes que desde hace tiempo mamá está presentando síntomas de Alzheimer. El doctor nos dijo que, conforme pasara el tiempo, se agravarían. Por desgracia, los olvidos de mamá son cada vez más frecuentes; se desorienta mucho, en minutos pasa de la serenidad a la irritación. En esos momentos deberás tenerle mucha paciencia y si te dice algo raro no la contradigas, síguele la corriente.

Le prometí que haría todo lo necesario para que nuestra madre se sintiera bien y entonces agregó: Se me olvidaba decirte que en tu casa debes tomar ciertas medidas: puertas cerradas, nada de tijeras ni cuchillos a su alcance, guarda todas las medicinas que tengas. Vi un panorama con muchos obstáculos que salvar, pero no dije nada y sólo pregunté cuándo traería a nuestra madre a la casa. Este jueves. Necesito apresurar la mudanza porque en la planta me esperan el lunes.

Pasé la noche despierta pensando que en unos cuantos días, y en pleno confinamiento, mi vida iba a sufrir otro cambio, el más difícil tal vez desde que Álvaro decidió separarse y mis hijos se fueron para hacer su vida. Acortan la distancia con llamadas telefónicas que cada vez me resultan más breves.

II

Mi madre y yo llevábamos tiempo sin vernos. Cuando Isauro nos dejó solas, al tenerla frente a mí me sentí como si estuviera atrapada con un desconocido en un elevador. Por su forma de mirarme, entre suspicaz y curiosa, pensé que ella tenía la misma sensación. Para darle confianza le propuse que hiciéramos un recorrido por el departamento. Le mostré el que iba a ser su cuarto y mencioné sus ventajas como todo un corredor de bienes raíces: Aunque no dé a la calle, es la mejor habitación. Es amplia, muy calientita y tiene medio baño.

Intempestivamente, la expresión de mi madre se alteró, lo mismo que su tono de voz: ¿Qué estamos haciendo aquí? Este lugar es peligroso. La niña se puede resbalar. Me la llevo. Se encaminó a la puerta. Me apresuré a detenerla y, guiada por los consejos de mi hermano, secundé su inquietud: Tienes razón, pero no se vayan. El piso está muy resbaloso. Desde mañana dejaré de encerarlo. Mi madre se me quedó mirando y me dijo: ¿Qué haces allí parada. ¿No ibas a enseñarme mi cuarto? Le contesté que ya estábamos allí y se disculpó: Estoy algo confundida, ha de ser por el viaje. Fue largo. Necesito descansar antes de que Isauro venga a recogerme a las nueve. Si se le hace tarde, ¿puedo quedarme a dormir aquí?

Esta es tu casa, madre. ¿Por qué me dices eso? ¿Quién eres? Oculté mi desconcierto y respondí con naturalidad: “Soy tu hija Daniela. Me pusiste ese nombre en memoria de tu hermano que murió de niño, a los... “No me escuchaba. Asentó su bolsa en el tocador, sacó un libro y de entre sus páginas una fotografía: “Esta soy yo –me indicó señalando la figura borrosa de una muchacha–. Para la foto me puse un suetercito de cuello alto, ¿lo ves? Ese día conocí a tu padre. Al poco nos casamos, pero no me acuerdo en qué año. ¿Te das cuenta? Una fecha tan importante y la olvido. Antes lo recordaba todo: fechas, nombres, lugares. Ya no. Es triste olvidar.

No hice ningún movimiento y permanecí en silencio, mientras ella miraba el techo: Quiero dormirme, pero no sé dónde. ¿Sabes que las escaleras son muy peligrosas? Mi hermanito Daniel se cayó en la de nuestra casa y ya nunca fue el mismo. ¿Crees que pueda dormir?

Después de aquel primer día he vivido entre el pasado de mi madre y el presente que ahora compartimos. Con frecuencia menciona a Daniel. Ahora sé que murió a los cuatro años porque ella me lo dijo, pero no recuerda de qué. Es uno de los muchos olvidos que padece. Los supera de un momento a otro y vuelve al presente. Puede permanecer allí minutos, horas. Aprovecho ese tiempo para preguntarle acerca de su vida, de su familia. Habla mucho de su abuela Ligia. Recuerda que cantaba La ventanita morada. Le pregunto si se la sabe y me la canta. Ay, ventanita morada,/ cubierta de enredadera/ quién escalarte pudiera... Sé que nunca olvidaré esa canción.

III

Como a tantas otras personas, la pandemia me ha impuesto límites y me ha impedido convivir con mis seres queridos; sin embargo, tengo un motivo para bendecirla: me permitió acercarme a mi madre y conocerla al fin. Cuando se aísla en sus olvidos me parece que se vuelve borrosa, como su imagen de joven en la foto. Un día se esfumará por completo, pero tendré su recuerdo.