Opinión
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Cólera de feministas en Francia
C

on su clarividencia de ciego y la magnífica ironía con que Dios le dio a la vez los libros y la noche, Jorge Luis Borges imagina los oficios que no tienen futuro en su Historia de la eternidad. ¿Cómo, en efecto, podría subsistir, en un mundo poblado por seres inmortales, un empleo como el de los políticos? No les queda más remedio, si no desean verse condenados a la desaparición total, que la de reciclar sus dones y virtudes. Buscar un nuevo uso de sus capacidades. Y, ¿qué mejor provecho de sus dones sino la reconversión en cómicos de la legua?, propone Borges en su implacable lógica.

Personas en campaña electoral constante, los políticos no cesan de recorrer leguas y leguas para exponer sus proyectos y programas, tratando siempre de despertar los aplausos y las sonrisas de un público ganado con promesas –que no comprometen sino a quienes se las creen–. Por el triunfo electoral, los eternos candidatos están dispuestos a todo, incluso al ridículo. Después de todo, asesino jubilado, el ridículo ya no mata. Pero, para desdicha de estos nuevos cómicos de la legua, tampoco arranca la bienhechora risa que mete al bolsillo al más escéptico. Trump y Bolsonaro, comediantes mediocres, sólo provocan una risa hepática, de sabor amargo.

En Francia, el espectáculo prometía con el joven Emmanuel Macron de pie, la cristalina pirámide del Louvre como decorado a sus espaldas, calificándose de jupiteriano. Atención, no quiso decir que viniese del planeta Júpiter; no, se refería a una alquimia que lo transformaba en el dios romano. Por desgracia, si el ridículo se jubiló, los dioses romanos, griegos o egipcios también se han retirado de la vida pública para morir en un reposo nostálgico. Pero el retiro no es la ambición de un joven con tanta energía. Macron sabe resistir… y sobrevivir.

Calificado de presidente de ricos, acusado de una arrogancia hiriente para muchos, el presidente francés promete corregirse, pero, como reza el dicho: la naturaleza vuelve a galope. Los escándalos apenas lo salpican, aunque su amigo y guardaespaldas, Alexandre Benalla, no se decida a desaparecer de algunos asuntillos más bien turbios. Un año de manifestaciones de los chalecos amarillos, huelga interminable de ferrocarrileros, huelgas también de enfermeras, abogados, bomberos y tantas otras, protestas de comerciantes, cólera de la policía. La pandemia calmó los ánimos y metió a todo mundo a su casa. Para algo sirvió.

La vuelta a la vida normal, la vita nuova, dio la oportunidad para un cambio, comenzando por el gobierno dirigido por un primer ministro con sondeos más altos que los del presidente. Aprovechar el cambio para llevar a cabo… la misma política. Que todo cambie para que todo siga igual. Y con su estilo personal, nombrar ministros a algunas figuras llamativas e imponer la deseada paridad entre hombres y mujeres. Macron, ¿no se dice feminista?

Resultado: las feministas son las primeras decepcionadas con el nuevo gobierno dirigido por Jean Castex, hombre proveniente de la derecha, quien fue el encargado del desconfinamiento. Para sustituir al del Interior (equivalente a Gobernación en México), execrado por la policía a su cargo, se nombró a un político acusado de violación y acoso. Pero, después de todo, se considera inocente a un acusado mientras no se prueba lo contrario. Y como ministro de Justicia, ¿por qué no uno de esos abogados tenores de la barra, grandilocuentes, defensor lo mismo de un terrorista que de un asesino en serie? Pero, el nuevo ministro de Justicia, además de ser persona non grata a la magistratura, ha creído humorístico reírse del feminismo y de #MeToo tal vez para hacer gala de machismo.

Algunos comentaristas, desconcertados por otros hallazgos del nuevo gobierno, se preguntan qué tiene dentro de la cabeza Macron. Hallar la respuesta no es difícil: su relección. Lo mismo que los otros presidentes donde relegirse es legal, y, si es posible, verse electo de por vida.