yer se destacó en este espacio el clima de cordialidad y optimismo ante el futuro de la relación bilateral que prevaleció durante el primer encuentro entre los presidentes Andrés Manuel López Obrador y Donald Trump, el cual tuvo lugar en Washing-ton con motivo de la entrada en vigor del Tratado México, Estados Unidos y Canadá(T-MEC). Esa misma tónica se extendió a la cena ofrecida en la Casa Blanca, así como al brindis posterior que se efectuó en la embajada mexicana en Washington.
En cuanto a la cena, trascendió que los empresarios estadunidenses invitados por Trump anunciaron su propósito de realizar nuevas inversiones o ampliar las que ya poseen en México, en sectores tan diversos como los microprocesadores, el acero o los lácteos. Según dio a conocer la embajadora de México en Washington, Martha Bárcena Coqui, en la sede diplomática dichos magnates resaltaron el éxito de la visita oficial, particularmente significativo si se consideran las difíciles circunstancias que atraviesan la región y el mundo.
Como saldo, tanto del acuerdo comercial mismo como de la gira de trabajo del mandatario mexicano, cabe resaltar que se abre la puerta a las inversiones provenientes de Estados Unidos y Canadá hacia nuestro país, en un marco regulatorio que disipa el malestar existente en sectores de la sociedad estadunidense por las distorsiones generadas bajo el anterior esquema de intercambios. En este sentido, es necesario recordar que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), negociado durante el salinismo, convirtió a México en productor de una sola mercancía: la mano de obra artificialmente abaratada de los trabajadores mexicanos. El consiguiente traslado de empleos del sector maquilador al lado sur de la frontera condujo a la precarización laboral en México, pero también a una palpable desindustrialización en Estados Unidos. Desde su campaña presidencial, Trump señaló este fenómeno en su estilo provocador, altisonante y chovinista, pero también ha sido denunciado por figuras muy distantes de él en el espectro político.
Al descartar la preocupación por la pérdida de empleos estadunidenses, el nuevo marco de integración regional permite que la inversión fluya hacia México en un sentido positivo para la recuperación económica y el desarrollo nacional. A estos saldos debe sumarse la ventaja de que los capitales que arriben a la República lo harán en una dinámica de salvaguarda de la soberanía nacional, rubro central en el programa de gobierno de la Cuarta Transformación.
Es de esperarse que los inversionistas mexicanos se sumen a estos esfuerzos de relanzamiento de la economía nacional con un sentido social e incluyente. Lo anterior viene a cuento porque las expresiones de entusiasmo de los grandes empresarios estadunidenses permiten augurar la llegada de importantes inversiones en el corto y mediano plazos, y si los dueños de capital locales mantienen su negativa a poner sus recursos en movimiento, bien podrían verse desplazados de significativas oportunidades de negocio.
Por el bien del país, cabe desear que todo aquel que se encuentre en la posición de contribuir al desarrollo económico, aproveche las inéditas oportunidades abiertas en el contexto actual.