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Penultimátum

Los mea culpa tardíos de la realeza

P

or fin el movimiento Black Lives Matter entró a un palacio real. Al cumplirse el 60 aniversario de la independencia de la República Democrática del Congo, Felipe, rey de Bélgica, envío una carta a Félix Tshisekedi, presidente de ese país, en la que lamenta los actos de violencia y los sufrimientos infligidos al pueblo congolés.

Al fin la monarquía belga reconoce la cruel explotación que realizó de la población y los recursos naturales de ese país africano, al que, de 1865 a 1906, el muy católico Leopoldo II tuvo como propiedad particular, dando lugar a una de las páginas más negras de la historia de la humanidad.

Ante la presión internacional por los crímenes que patrocinaba, Leopoldo II tuvo que entregar su feudo al gobierno belga, que lo convirtió en su colonia hasta 1960, cuando el Congo logró su independencia. El saldo de esa triste etapa: la vida de más de 10 millones de habitantes, una estela de abusos y violencia contra mujeres y hombres sin importar su edad. Uno de los castigos era la amputación de una mano.

Quedan estatuas por derribar

No es todo. Durante los años 40 y 50 del siglo pasado, cerca de 20 mil niños del Congo, Burundi y Ruanda, hijos de colonizadores belgas y mujeres negras, fueron secuestrados, maltratados y enviados a Bélgica por orden de las autoridades coloniales en complicidad con organizaciones católicas. Muchos de ellos acabaron en orfanatos o con familias adoptivas.

En nombre del gobierno belga, el primer ministro Charles Michel, recientemente pidió en el Parlamento perdón por violar los derechos humanos de esos menores. Muchos niños y niñas no fueron reconocidos por sus padres ni recibieron la nacionalidad belga. Son apátridas. El parlamento pidió el año pasado al gobierno ayudar a los afectados a encontrar a sus familias y a concederles la nacionalidad belga.

Tardaron en llegar estos mea culpa, pues hasta la Organización de Naciones Unidas exigió hace tiempo que Bélgica reconociera los crímenes que cometió en África.

Falta echar a la basura las estatuas y todo lo que recuerde al genocida Leopoldo II.