a película Torero abrirá los festejos del 60 aniversario de la filmoteca de la Universidad Nacional Autónoma de México, cinta protagonizada por el matador de toros Luis Procuna, El Berrendito de San Juan, bautizado así por la afición por el mechón de pelo blanco en la mitad de la cabeza que lo identificaba y le permitía diferenciarse.
La película narra el viaje del torero de su casa a la plaza de toros México donde actuaría. Recuerdos y emociones inarticuladas se conjugan en una espléndida película de Carlos Velo sobre el miedo que tiene actual vivencia con relación al Covid-19; la plaga de narcoviolencia que azota al país; la amenaza del presidente imperialista que en su omnipotencia torna inferior al que trata: aterrorizándolo.
Luis Procuna, maestro del miedo, lo definió sin ser filósofo: Existen tres cla-ses de miedo para un torero: el primero es el miedo al toro. El segundo es el miedo al público. El tercero, el más terrible, es el miedo de tener miedo
.
Cuando a Procuna le llegaba el miedo a la muerte se le escapaba ese anhelo de plenitud –que tiene el resto de los toreros–, le surgía el fatalismo. Ese del que se alimenta, entre otras cosas, la fiesta de los toros, y le da un toque de picardía, misterio y juego con la muerte.
Nadie como Procuna vivió la eterna tragedia del ser humano, que se despersonalizaba frente a sus límites. El fracaso del sentimiento ante la tirada de dados que representa cada toro y las posibilidades de superar lo insuperable provocaba en los aficionados una rabia inaudita, expresada en las broncas fenomenales que cubrían los sentimientos de orfandad y abandono, desplazados al toreo.
Luis Procuna, paralizado, lleno de un pánico total, como en tantas tardes, registraba la confusión de sus primeras sensaciones infantiles indiferenciadas, promotoras del miedo, con las de la presencia de los toros. La conciencia del desamparo originario frente al público y los toros.
El desamparo, como vivencia de la muerte inmediata, que llevaba a perder el aliento. La sensación de muerte que, curiosamente, pese al fracaso, prendido en las astas del toro, tejía ondulaciones entre sonidos negros transmitidos a los aficionados.
El miedo del torero en la plaza entre los burladeros, al quedar a la deriva, se iba por el agujero negro sin fondo y silencioso, en tardes que se le volvían noche, de largos tiros quebrados. La carne del torero fundida en lo negro del toro. Un son de presagios de muerte –hondura que le encendía el cuerpo– y lo giraba por los caminos de lo imposible.
La película Torero es un espejo de la vida mexicana en el terror este verano, que pareciera continuarse.