Opinión
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Cinco sangres
L

os cinco sangres no mueren, sólo se multiplican. Cinco sangres (Da 5 Bloods), el largometraje más reciente del afroestadunidense Spike Lee (Haz lo correcto, El infiltrado del KkKlan), comienza, de modo característico en el realizador, con un oportuno recuento histórico del abuso y el estigma social que ha padecido la comunidad negra en Estados Unidos. Esta irrupción de imágenes propias de un documental en una cinta de aventuras que combina la comedia y el drama bélico, permite documentar muy bien el naufragio moral de una generación de antiguos combatientes afroestadunidenses en la guerra de Vietnam que en su regreso sin gloria al país natal sólo descubrieron el desdén o el oprobio y la certeza de haber peleado una guerra inmoral ajena y por derechos que nunca habían sido ni podrían llegar a ser suyos. Spike Lee recuerda la numeralia de la desigualdad racista: a finales de los años 60, la población afroestadunidense representaba 11 por ciento del total en ese país, pero en la guerra de Vietnam esa comunidad constituyó 32 por ciento de las tropas en combate. Las promesas de libertad y reconocimiento igualitario se tradujeron, en las cinco décadas siguientes, en la persistencia de una brutalidad policiaca de la que el cineasta ha sido cronista fiel y que hoy anima la reivindicación social del Black Lives Matter.

El título de la cinta alude a los cuatro protagonistas, viejos compañeros de combate, hoy veteranos sexagenarios, que se siguen llamando entre sí sangres (Bloods) para mantener vivo el lazo de fraternidad con uno de sus camaradas, Stormin’ Norman, el quinto sangre caído en el terreno de combate. Los cuatro amigos, acompañados de David, hijo de uno de ellos (el quinteto restituido), se imponen una doble misión: recuperar en Vietnam un tesoro perdido y a la vez ubicar y repatriar los restos de Norman. Ese propósito será el detonador de un relato de aventuras, propias de una tira cómica, que incluye varios mercenarios vietnamitas, un guía local capaz de detectar y conjurar peligros, un venal traficante francés (Jean Reno), y el insípido añadido de un vacilante romance del joven David con una activista social encargada de desactivar minas de guerra. Los toques de comedia en este curioso full monty ambientado en una exuberante selva vietnamita (con locaciones en Tailandia), reposan en los previsibles desencuentros y reacomodos afectivos de los cuatros sangres que se insultan cariñosamente (you nigger, your black ass y un largo etcétera) como forma de compensar por las enormes cargas de remordimiento y culpa que afloran durante el viaje a Saigón (hoy, Ho Chi Minh), visita convertida en un largo camino de expiación.

Al convencionalismo de esta trama, plantada sin rodeos en las rutinas y clichés del género de aventuras, la matiza por fortuna el ocurrente recurso a una parodia abierta. En el interior de un bar en Vietnam se lee en letras de neón un gran Apocalypse Now, viene luego la imagen de un enorme sol crepuscular atravesado por helicópteros, o el recurso a la wagneriana cabalgata de las Valquirias, o el personaje que exclama locura, locura como un eco a el horror, el horror con que concluye Corazón de tinieblas, el relato de Joseph Conrad. El propósito de Spike Lee es contrarrestar, mediante la ironía, la larga invisibilización del afroestadunidense en el cine bélico de Estados Unidos, y ofrecer en ese mismo género otro planteamiento narrativo desde el punto de vista de Paul (formidable Delroy Lindo), un personaje negro con trastorno de estrés postraumático, quien para colmo es presentado como votante de Donald Trump con una gorra que ostenta un Make America Great Again. Las alucinaciones de Paul, su desfase progresivo con la realidad, la conflictiva relación con su hijo David y el delirio bipolar con que derriba toda concordia amistosa, es la ilustración mordaz de una generación de veteranos de guerra afroestadunidenses desmoralizada por el doble rasero que siempre los condena a ser combatientes y ciudadanos de segunda clase. Muchos seguidores de Spike Lee podrán añorar el frenesí visual del joven realizador de Fiebre de selva o el sostenido vigor documental y combativo de su Malcolm X, pero habrán de apreciar, en esta cinta, una suerte de balance más sereno de los agravios reiterados y las resistencias renovadas que aún suscita un rancio racismo institucional. A su nueva propuesta visual y narrativa, de suyo muy decorosa, el cineasta añade como atractivo máximo la excelente pista sonora del compositor cómplice Terence Blanchard (disponible en Spotify), y como un complemento estimulante la revaloración musical de un Marvin Gaye poco conocido, a un tiempo melancólico y combativo, muy a tono con el renovado impulso fabulador del cineasta.

Cinco sangres es el estreno más reciente de la plataforma Netflix.

Twitter: @CarlosBonfil1