Opinión
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Clarisa Landázuri desde La Voz Brava
M

e voy a permitir transcribir literalmente el artículo de Clarisa Landázuri que aparece en el ejemplar de La Voz Brava que esta mañana recogí debajo de la puerta de mi casa. Externaré que llevé a cabo mi lectura inmediatamente, y que, a medida que progresaba en ella, y a tono con la escritura automática de la autora, diré que la hice de un tirón.

La otra tarde empecé a escribir sobre una filósofa que contaba que una amiga suya había llamado a su puerta y que, al hacerla pasar y verla desesperada, sin palabras, con un gesto de la mano, la había dirigido a un sillón frente al suyo, al fondo de la casa, bajo la ventana con vista al bosque, y que la desesperada, más que sentarse en el sillón, se había dejado caer en él, vencida, se había soltado en él, se había desplomado en él o, simplemente, se había sumido en él, como quien necesita precisamente ese sillón para apoltronarse en él, con el asiento mullido, para que los brazos la protegieran, la rodearan por la espalda y los costados, en un abrazo al revés, la espalda de la vencida contra el pecho del sillón que es su respaldo, mullido también, al mismo tiempo que firme, como la desesperada esperaría que fuera para acurrucarse entre los brazos, contra el pecho, para soltarse en él, para que la desesperación se saliera de su cuerpo, para que la abandonara, para que la dejara vacía, en paz, en paz, vencida como se encuentra, vieja, tan vieja como la filósofa, que la mira y espera que su mirada le comunique cómo la comprende, cuánto, una comprensión que habla por ella, porque emana de ella como la vista emana de la mirada, descansa, le desea, desplómate en el sillón, suéltate en el sillón, herradura con cuerpo, y las herraduras atraen la buena fortuna, son imanes de la buena fortuna, acompañantes secretas que del mismo modo que protegen las plantas de tus pies de la tierra, te alzan por las axilas para que alcances tus sueños bien acompañada, amiga, amiga mía, emanaba de la mirada de la filósofa desde el sillón frente al sillón de la desesperada, la vencida, que se había sumido hasta lo más profundo del asiento mullido, abrazada por la espalda por el respaldo de su sillón, azul, forrado con una tela gruesa, resistente al mal tiempo, tapizado, silencioso, aguantador, un abrazo que miraba y que comprendía a la vencida, pájaro la llamó su padrino, para que se elevara a las alturas y desde arriba aprendiera a ver la perspectiva de su existencia, rana, la llamó su padrino, para que se hundiera en el sótano de su interior y desde abajo se introdujera, se adentrara, en el laberinto de las profundidades, de los detalles de las profundidades, pájaro, rana, la desesperada acompañada, la vencida rescatada con la mirada y el silencio de la filósofa, por la mirada con voz de la filósofa, comprensiva, paciente, acogedora, hospitalaria, como el sillón frente al suyo recibía, acogía, sin trabas, a la vencida, a la desesperada, contemplada por el pájaro en el que la convertía su padrino, examinada, reconocida, por la rana en la que la había transformado su padrino, que recorría con ella el laberinto de su existencia, que comprendía con ella la perspectiva de su vida que la vista de los pájaros en los que la había transformado le comunicaban, proporciones, dimensiones, que dejaban caer sobre su cabeza, que se adentraban en la cabeza de la vencida, que las entregaban a la rana en la que la había convertido para que desde abajo, alrededor del laberinto, las reconociera, las sorteara, las examinara, ya, ya, descansa, emana la mirada de la filósofa vieja, dirigida a la vencida, a la desesperada, de un sillón herradura con cuerpo azul mullido, a un sillón herradura con cuerpo azul mullido, un sueño enfrentado a otro sueño, sueños fundidos, entrelazados, que brotan en el amanecer, que se adentran en la noche, que a oscuras atraen la buena fortuna desde el imán de los extremos de la herradura con cuerpo que es la vida de la vencida, el destino de la desesperada.