l Brasil presidido por el ultraderechista Jair Bolsonaro superó a Gran Bretaña y desde el pasado viernes tiene el segundo mayor número de víctimas fatales del Covid-19. Acorde a los datos conocidos ayer, se llegó a la marca de 42 mil 55 muertos y 832 mil 866 infectados.
Ocurre que tales datos, obtenidos por un grupo de medios de comunicación que se unieron para recibirlos directamente de las secretarías de Salud de los estados brasileños y evitar la manipulación de números por parte de Bolsonaro, no corresponden a la realidad.
Brasil es el país cuyo número de pruebas a enfermos sospechosos de haber contraído el coronavirus es la más baja del mundo. Mientras Estados Unidos aplica 61.59 pruebas por cada 100 mil habitantes, Italia 69.25 y Portugal 85.81, en Brasil tal proporción es de ínfimas 2.28.
Especialistas, entidades científicas y hasta funcionarios del Ministerio de Salud dicen que en realidad serían al menos un millón y medio de contaminados y unos 100 mil muertos. Es imposible prever cuándo se sabrá el tamaño de la devastación causada por el coronavirus en mi país, mientras Bolsonaro insiste en menospreciar las dimensiones de la tragedia.
No hay ningún intento de coordinar medidas preventivas con los estados, ni un proyecto concreto para enfrentar la crisis y, en última instancia, ni siquiera hay un ministro de Salud: lo que existe es un general en activo, Eduardo Pazuello, cuya única iniciativa concreta fue distribuir cargos técnicos a colegas uniformados y cuya misión exclusiva es no contrariar al capitán retirado que ocupa la presidencia.
Como la pandemia sigue expandiéndose, quizá el lema de campaña electoral de Bolsonaro en 2018 se confirme dentro de pocas semanas, y el Brasil por encima de todos
se cumpla de manera trágica. Es muy posible que en mi país haya más muertos que en Estados Unidos de Donald Trump, su ídolo e igualmente genocida.
Sudamérica, gracias a Brasil, se transforma en el epicentro de la pandemia. Y eso ocurre mientras el país se ve cada vez más enfrascado en un lío político tremendamente tenso y sin salida a la vista.
Dando muestras cada vez más estruendosas de desequilibrio e irresponsabilidad, el jueves pasado Bolsonaro llegó al colmo de pedir a sus seguidores fanáticos que invadan hospitales públicos, inclusive los de campaña, saquen fotos y hagan grabaciones para mostrar a todos que los lechos destinados a los infectados por el Covid-19 están vacíos, que los números divulgados por estados y municipios son falsos y que todo lo que quieren gobernadores y alcaldes son fondos del gobierno nacional.
A tiempo: del total de recursos anunciados en abril para dar combate a la pandemia, lo efectivamente repasado no llega a 40 por ciento.
En medio al avance del coronavirus, del desmonte de la economía y de la creciente marea de inseguridad general, el gobierno de Bolsonaro sigue sin ninguna otra propuesta que no sea la de estirar al máximo sus deseos de asumir poderes absolutos, y lo deja cada vez más claro, frente a la impasividad de las fuerzas armadas en activo y el silencio cómplice de los uniformados que integran su gobierno.
Hace pocos días, el vicepresidente, general retirado Hamilton Mourão, había advertido sobre los riesgos de ultrapasar determinados límites
entre los poderes. El pasado jueves, el ministro-jefe de la Secretaría General de Gobierno, general activo Luis Eduardo Ramos, hablando al semanario derechista Veja descartó cualquier posibilidad de golpe (en el caso, el ‘autogolpe’ muchas veces insinuado por Bolsonaro), criticó las acusaciones de fascista lanzadas con intensidad cada vez más fuerte, y advirtió que todo permanecerá igual siempre que ‘no se estire la soga’.
¿A quién se dirigía?
La oposición es francamente minoritaria en el Congreso. Los sindicatos están sin norte, los partidos autonombrados indecisos
son literalmente comprados por Bolsonaro mediante nombramientos de segunda línea, o sea, menos visibles pero que manejan presupuestos millonarios.
Los únicos que quedan para oír el mensaje alarmante de un general activo son los otros dos poderes, el Legislativo y el Judicial. Y tanto uno como otro vienen poniéndole duro freno a los desvaríos cada vez más alucinados del cada vez más descontrolado Bolsonaro.
Un PD, queridos amigos y eventuales lectores, para contarles algo:
En la noche del viernes Argentina vivió una conmoción: en 24 horas hubo 25 muertes a raíz del Covid-19.
El presidente Alberto Fernández, el alcalde de Buenos Aires, Horacio Larreta, de derecha, y el gobernador de la provincia, Axel Kiciloff, de izquierda, hicieron un pronunciamiento en vivo a la nación. A lo largo de hora y media informaron sobre la situación.
En el mismo día mi país contó mil 473 muertos. A cada hora, 61. Uno por minuto.
Ninguna palabra de consuelo de Bolsonaro a las familias enlutadas. Ninguna palabra de agradecimiento a médicos y enfermeros. Nada de nada.
Mi país me causa indignación. Y me llena de dolor y vergüenza.