Opinión
Ver día anteriorDomingo 24 de mayo de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Vida en esplendor
E

n estos tiempos aciagos en que las noticias son de enfermedad y muerte, es un regalo ver la naturaleza. En mi caminata matutina, cuando comienza a despertar la ciudad, cubierta con tapaboca y mascarilla, recorro las calles solitarias y voy gozando de los trinos de los pájaros, que algo parecen comunicarse, y el esplendor de los árboles. Ellos no saben de los males que padecemos y desarrollan con exuberancia el follaje que renació al comenzar la primavera y ahora está en plena efervescencia. La vida en todo su esplendor.

La mayoría ya perdió las flores, pero hay excepciones como el trueno, del que escribí hace unos años una crónica que ahora voy a recordar: el modesto árbol tiene un tronco rugoso, medio grisáceo y a veces deforme; no suelen alcanzar mucha altura y su follaje no siempre es parejo y abundante. Sin embargo, al acercarse el fin de la primavera se cubre de ramilletes de diminutas florecillas blancas, de las que se asoman un par de estambres con cabecitas amarillas. Eso le imprime una insólita belleza dorada que despierta gusto y admiración. Ahora tengo en mi escritorio, en un esbelto florerito, una rama de trueno cuajada de florecillas que me alegran mientras escribo.

Para conocer sus características acudimos al libro que ya hemos mencionado en otras ocasiones: Los árboles de la Ciudad de México, de Lorena Martínez y Alicia Chacalo, publicado por la Universidad Autónoma Metropolitana, que es sin duda la Biblia para quienes nos interesamos en esos seres tan benéficos y placenteros.

Resulta que el trueno, al que pensaba mexicanísimo, es originario de China, Corea y Japón. ¿Habrá venido en la Nao de China? Sus frutos, que nacen en otoño, son pequeñas bolitas semejantes a una baya en color negro azulado. En China se utilizan para promover la longevidad y contra el reumatismo. Aquí se consideran tóxicos, así es que por si las dudas no los pruebe, mejor haga ejercicio y coma sano.

Se puede afirmar que desde siempre los árboles y las flores han sido parte importante de la vida de los mexicanos. Las antiguas culturas que poblaron nuestro territorio los veneraron. Entre los antiguos mayas la ceiba era el árbol sagrado, el árbol mítico que concebían como el eje del mundo que conectaba los tres planos del cosmos: sus raíces se hundían en el frío y oscuro inframundo, su tronco representaba la tierra, donde los hombres hacían su vida y las ramas alcanzaban a los diferentes niveles de los cielos.

Entre los tesoros hallados en las excavaciones que se realizaron hace unos años para construir un nuevo acceso para visitar los vestigios del Templo Mayor, aparecieron los restos de un árbol sagrado de encino, que los aztecas debieron traer de las zonas altas del Valle de México. Su simbología es muy semejante a la que le daban los mayas.

La relación de la población con los árboles y las flores era de respeto y veneración; tenían muchos significados y eran parte de fiestas y ceremonias.

Esos vínculos no murieron con la conquista. Hasta la fecha se continúan cultivando en las chinampas de Xochimilco y en múltiples viveros. No hay casa, por humilde que sea, que no tenga unos botes con flores. Es parte esencial en las ceremonias: bodas, bautizos, fiestas patronales y Día de Muertos. Sólo aquí se hacen esas prodigiosas portadas de flores que decoran las iglesias en determinadas fiestas o los tapetes de aserrín que cubren calles completas formando lazos y flores en festejos como los que se realizan en Huamantla, Tlaxcala.

Para concluir, regreso con los truenos que veo en mis caminatas matutinas, siempre disminuidos por los exuberantes fresnos, jacarandas, colorines y liquidámbares: quizás por eso se esperan a florecer cuando no lo hace ningún otro y así, aunque sea efímeramente, llama la atención. El humilde trueno me trae a la mente un poema de Antonio Machado titulado Las Encinas. Transcribo un párrafo:

¿Qué tienes tú, negra encina
campesina,
con tu ramas sin color
en el campo sin verdor;
con tu tronco ceniciento,
sin esbeltez ni altiveza,
con tu vigor sin tormento,
y tu humildad que es firmeza?