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Pandemia

Más allá de necesidades esenciales

Descuidan el distanciamiento social en las colonias populares de la metrópoli

Mercados concurridos, tianguis sirviendo comida, parques ocupados, procesiones católicas y las reuniones entre vecinos no paran, pese a la elevada cifra de contagios por Covid-19

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▲ Las calles de Polanco con poca gente muestran como el cubrebocas es ahora un accesorio más común, pero no todos lo usan adecuadamente. Para los que dependen del ambulantaje, la época de la pandemia les impone el dilema de resguardarse y mantener la sana distancia o salir a conseguir el sustento familiar diario.Foto Pablo Ramos
 
Periódico La Jornada
Domingo 26 de abril de 2020, p. 9

Con perdón de Efraín Huerta: fuera del Centro, todo es Cuautitlán. Las estampas favoritas para acompañar los encabezados en tiempos de coronavirus han sido el Palacio de Bellas Artes y la avenida Madero sin un alma.

Pero fuera de las zonas emblemáticas de la Ciudad de México es obvio que hay menos gente en las calles, aunque también muchos ciudadanos –descontemos por un momento a quienes deben elegir entre comer y quedarse en casa– siguen saliendo normalmente y sin protección alguna.

En adelante se mezclan testimonios que provienen de la observación directa con los que ofrecen personas que viven en distintos puntos de la urbe y que juzgan el distanciamiento social según como les va en la feria.

Las alcaldías citadinas han colocado cintas amarillas que indican que los parques, las canchas deportivas y las zonas de juegos están cerradas. Pero en la Narvarte, por poner un ejemplo, hay personas que simplemente alzan la cinta y se meten a usar el espacio público.

En la Benito Juárez han puesto letreros que invitan a los habitantes a permanecer en sus hogares, pero no apagan el alumbrado de las áreas de ejercicio, de modo que es posible ver cascaritas de basquetbol a las dos de la madrugada.

En los mercados públicos, el cumplimiento de las recomendaciones es disparejo. En la colonia Álamos, algunos locatarios improvisan protectores de plástico sobre sus mostradores y marcan, con cinta adherida en el suelo, la zona y distancia segura entre sus clientes. Otros, un vendedor de verduras por ejemplo, va de un lado a otro, muy movido, choca a cada instante con sus clientes, mientras despacha lo que le piden con la nariz fuera del cubrebocas.

Una actividad esencial, se dirá de la anotada arriba, pero no es el caso de un barrio de Xochimilco: “Hoy pasó una procesión con una virgen y 30 pelaos”.

La zona comercial en una de las Jalalpas, colonias bravas de la alcaldía Álvaro Obregón, está llena de los carteles rojos que mandó imprimir el gobierno de la Ciudad. Salva vidas. Quédate en casa. Algunos de los impresos no han sobrevivido a las manitas juguetonas que los arrancan al paso.

Hay cosas que no cambian, como la escena que refiere un habitante del corazón de la colonia Anáhuac, en las inmediaciones del antiguo Colegio Militar: “Los sábados y domingos los viene viene del negocio de carnes de la esquina de mi casa se reúnen con algunos vecinos a chelear y grifear; lo siguen haciendo para celebrar que llega el fin de semana”.

La Prado Vallejo no está en la lista de focos rojos de la Gustavo A. Madero.

En enero pasado, tras una inversión de 100 millones de pesos, el gobierno capitalino inauguró un parque chorizo sobre el Gran Canal. De esos rumbos cuentan: “Acá por los rumbos de la Río Blanco, la Zapata, Bondojito y anexas, la gente sigue como si nada, salen cuatro o cinco veces al día por cualquier motivo: mercado, tortillas, tienda, pasear al perro, visitar amigos y familiares y el cubrebocas lo usan como bufanda. Los encuentras en el parque, en los postres, los novios abrazados…Ni creen ni están dispuestos a cambiar sus usos y costumbres”.

Los trayectos en automóvil se han reducido a la mitad del tiempo, o menos. Lo mismo que, en algunas rutas, la presencia ciudadana en el transporte público. Pero afuera siguen quienes no creen que la pandemia sea verdad o quienes se encomiendan al Altísimo. “Si nos toca ya será cosa de Él”, dijo, echando los ojos al cielo, una vendedora de ropa usada en el rumbo de Santa Fe.

En otro latitud, al norte, hay un tianguis que se instala en Margarita Maza de Juárez, entre Vallejo y 100 Metros. Llegas a pedir algo y el de atrás te está hablando al oído. No sabes si voltear para que te dé un beso o correr. Los tianguistas traen su cubrebocas como si fuera bigote o en el cuello. Y me tocó ver a uno chupándose el dedo para poder abrir una bolsa plástica. Eso sí, venden cubrebocas. Los tienen en el piso, muy bonitos, con figuras desuperhéroes. ¿Y qué tal los tacos de carnitas? Muy demandados, para comer ahí mismo.

Martha Moreno Izquierdo, habitante de Jalalpa se lamenta: de esto vivo y no he vendido nada. Tiene 65 años, un nieto con discapacidad y un montón de muebles y aparatos viejos que nadie compra. Ni su edad ni su oficio le permiten estar en algún censo para obtener apoyo. Lo único que pedimos es un poco de ayuda para la comida.

La señora Martha no ha ido, pero otros inexistentes en el censo de bienestar siguen llegando a Palacio Nacional: meseros, músicos callejeros, albañiles y plomeros que todavía se paran a un costado de Catedral, tramoyistas, choferes de vehículos turísticos y, más recientemente, tianguistas.

Lejos de esas preocupaciones, los bohemios que fueron amigos de juventud de ese ícono del amor etílico llamado José José, no han dejado de reunirse en sus lugares habituales. Es más, retan a los cuates que han decidido quedarse en casa: No sean miedosos.

El pasado jueves, en la noche, le fueron a poner cubrebocas al Pepe Pepe de bronce que les canta, en sus sueños, en el Parque de La China de la colonia Clavería: “Lo que un día fue // no será…”