espués de varias semanas de aislamiento –los que tenemos la fortuna– hemos desarrollado rutinas y horarios para pasar el día con cierta normalidad
. Despertar, ejercicio, baño, desayuno, quehaceres hogareños y comida. La tarde procuramos que sea para los gozos del espíritu y la mente: escribir, leer, escuchar un concierto, conferencia, recorrer un museo y tomar cursos.
Hay una oferta cultural impresionante en Internet; un ejemplo es El Colegio Nacional, que agrupa a los científicos, artistas y humanistas mexicanos más sobresalientes, quienes continuamente dictan conferencias. Les comparto las próximas: el 30 de abril, el doctor José Luis Punzo hablará de Tingambato, una ciudad michoacana del clásico y epiclásico. Coordina y participa el integrante más joven de la institución, el talentoso arqueólogo Leonardo López Luján.
El 1º de mayo, el doctor Antonio Lazcano Araujo imparte Las fases de una pandemia (no hay que perdérsela), y el día 3, la arqueóloga Linda Manzanilla Naim va a acercarnos a Los secretos de Teotihuacan. Es una de las pocas mujeres que integran El Colegio Nacional, que tradicionalmente ha sido un claustro masculino (léase misógino). Son a las 18 horas.
Vamos a recordar algo de la historia de la institución y de su portentoso edificio. Hace 77 años, por medio de un decreto que emitió el presidente Manuel Ávila Camacho, fue creado El Colegio Nacional. El objetivo era agrupar a las mentes mexicanas más brillantes de la ciencia, las artes y las humanidades con el propósito de preservar y difundir sus conocimientos.
Entre los primeros 20 integrantes podemos mencionar a José Vasconcelos, Diego Rivera, José Clemente Orozco, Alfonso Reyes, Carlos Chávez, Antonio Caso y Mariano Azuela; en 1971, el número se incrementó a 40.
Su obligación es impartir conferencias gratuitamente en la sede de la Ciudad de México, que ocupaba una parte del antiguo convento de La Enseñanza.
En 1988 se le otorgó al colegio todo el espacio del vasto inmueble y cuatro años más tarde se inició una profunda remodelación para integrar la construcción, que había estado ocupada por una diversidad de dependencias que lo habían deteriorado. El responsable de llevar a cabo la obra fue el destacado arquitecto Teodoro González de León, miembro de la institución.
El convento que diseñó en el siglo XVIII el arquitecto Ignacio Castera, tras las leyes de exclaustración, pasó a manos gubernamentales. Entre otros, fue cárcel, sede de la Suprema Corte de Justicia, escuela para ciegos y casa de estudiantes.
La restauración que realizó González de León fue notable, ya que respetó la construcción de Castera, amplió espacios, le dio luz y adaptó instalaciones de vanguardia. Destacan una hermosa biblioteca para 70 mil volúmenes y nuevas aulas, incluyendo la mayor para 400 personas, donde se imparten las conferencias. Hay áreas de cómputo, administración, sala de consejo, comedor y una librería que ofrece las obras de los integrantes. El resultado es impresionante: una arquitectura deslumbrante que conjuga con armonía el pasado y el presente.
Así, El Colegio Nacional sigue cumpliendo los objetivos con los que nació en 1943, al reunir a representantes de la vida intelectual mexicana para que con absoluta libertad expresaran sus ideas y el resultado de sus investigaciones o de su creación artística. Esto queda plasmado en su lema: Libertad por el Saber
, que sintetiza dos temas centrales: libertad y educación.
Si hubiéramos asistido en persona a las conferencias, después habríamos ido a brindar a la esquina de la institución, a la cantina Salón España para disfrutar de su botana y buen ambiente.
Ahora no es posible, pero sí podemos pedir a alguna taquería, restaurante, pizzería o lo que les antoje, algo sabroso para picar mientras escuchamos la conferencia, es una manera de apoyar a esos establecimientos que la están pasando muy mal.