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El estante de lo insólito

Werner Herzog: la mirada del hipnotista

Cada artista realiza a su manera su tarea creativa; sin embargo, lo haga explícito o no, el contacto y el entendimiento mutuos con el público, son invariablemente el fin de sus esperanzas y sueños, y todo artista se siente profundamente desgraciado si no logra ese contacto y ese entendimiento. Esculpir en el tiempo, de Andrei Tarkovsky.

Dejar la locura

U

n hombre alto y correoso ve hacia un infinito no contenido en la tupida selva amazónica que lo rodea. Despeinado, empapado en sudor y tierra, con botas todo terreno y un cinturón que parece carente de suficientes herramientas de supervivencia, se ve más agotado que fastidiado cuando una cámara se le acerca buscando encuadrarlo con un insólito barco montado en colina de ascenso. Un barco sin agua circundante, navío en busca de algún imposible, la embarcación atorada entre árboles gigantes que le impiden el paso pero también lo elevan para llegar a la cumbre. Es el set de filmación de Fitzcarraldo (1982), pero parece centro gravitacional del Apocalipsis fílmico del cineasta alemán Werner Herzog. Cuando le preguntan qué vendrá después de ese rodaje infernal (pasaje del documental detrás de cámaras Burden of dreams, de Les Blank), responde que tras culminar la cinta deberían llevarlo preso y no permitirle filmar más. Afortunadamente, es la pura exaltación del momento. Herzog no ha parado de filmar y es gran inspiración creativa de directores del mundo.

Periodista y argumentista

El de Werner Herzog es un cine sobre los retos humanos, los pesares, las carencias, las proezas y la superación. Herzog creció en las montañas de Baviera y asume la intensidad de la recuperación y engrandecimiento de sus personajes como reflejo de su propia circunstancia marginal. Sin conocer cosas como una naranja o un plátano (su primera llamada telefónica la hizo a los 17 años), Herzog transporta esa visión del mundo a los protagonistas de sus filmes, cuyos matices y percepciones interiores tuvieron un representante único en el magistral Klaus Kinski, a quien Herzog se refiere como la bestia incontrolable, quien podía expresar a plenitud a los personajes concebidos por él. Apreciando su documental Klaus Kinski, mi enemigo íntimo (1999), uno puede entender mejor la singular naturaleza de su lazo en el set.

La narrativa de Herzog plantea siempre una búsqueda, normalmente de imposibles. Sus películas están demarcadas por una circunstancia extraordinaria donde el hombre debe explorar sensaciones ajenas, siempre en una búsqueda extrema y avasallante por conseguir un fin, de entrada, inasible. Así se ubica la demencia y el temperamento pueril de Aguirre arrastrando a los soldados españoles al aniquilamiento en Aguirre, la ira de Dios, con esa fabulosa embarcación de madera plagada de cadáveres y monos acompasando el monólogo mental de Aguirre; o las imágenes del desierto de Morgana (1970), con sus variadas lecturas de significados, que por momentos parecen vaciados de un estado onírico; o el desquiciante conflicto de destrucción vindicatoria de También los enanos empezaron desde pequeños (1970); o la incomprensión y el atosigamiento comunitario padecido por Gaspar Hauser (1974); o la ingenuidad transfigurada en aversión sanguinaria de Woyzeck (1979); o la revitalización abrumadora del vampirismo en su impactante versión de Nosferatu (1978), una de las favoritas del género entre especialistas; o el funesto fracaso de Stroszeck (1977) buscando la felicidad en tierras extrañas; o el implacable destino hallado por Cobra Verde (1987) entre las comunidades africanas que le cercan dejándolo atrapado; o la cosmogonía de los aborígenes australianos en Donde sueñan las hormigas verdes (1984), o la desolación predatoria de la guerra y el combustible calcinado matando todo en Lecciones en la oscuridad (1992). Todo mosaico de símbolos, formas y pesares humanos componen una filmografía de riqueza poco común.

Fitzcarraldo

Pero la película que colocó al cineasta en otra esfera para los cinéfilos fue precisamente Fitzcarraldo, donde cuenta la historia de un loco (Klaus Kinski, su legítimo demente histrión de cabecera en la primera época, si bien originalmente estaba pensado el papel con Mick Jagger, quien incluso filmó las primeras escenas en Perú) que quiere llevar la ópera a un pueblo en la entraña de la Amazonia sudamericana. El proyecto es un despropósito: cruzar orquesta y cantantes en barco, pero evitando toda la vuelta en río del Amazonas; para lograrlo, hay que pasar el barco por la montaña. Es la suprema historia del hombre que desafía a la naturaleza rebasándola, consiguiendo el sueño demencial de partir una montaña para que la música llegue cruzando la selva. Cinta plagada de poemas visuales, como el barco varado en mitad de la montaña –lo que incluso costó muertos en el rodaje–, la voz de Carusso saliendo de un megáfono en mitad de la cubierta estando la embarcación a la deriva, el conjunto operístico en el apoteótico desenlace…

Foto
▲ Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

Cuando hizo Fitzcarraldo, Werner afirmaba su interés en que la gente viera las cosas en lugar de hacer un trabajo con modelos. En este sentido, los efectos especiales y visuales han diluido la capacidad de asombro, si bien han perfeccionado las técnicas a niveles de absoluta maestría, el espectador ha resentido sorprenderse ante una nueva evolución de los héroes al límite del precipicio o ante las marejadas gigantescas y las criaturas de asombro.

La genuina gramática visual

El realizador alemán ha manifestado su perenne búsqueda de una gramática visual auténtica, inclasificable en los esquemas tradicionales de narración, premisa que halla sus altos en cintas como Corazón de vidrio (1976), donde una pequeña comunidad de Baviera se sujeta a los efectos de la hipnosis colectiva, algo que se hizo auténticamente en el rodaje de la película. Herzog trascendió los componentes de la historia más allá de su forma ordinaria de construcción y, como en Aguirre, la ira de Dios, Fitzcarraldo o Grito de piedra, lo que muestra la pantalla es auténtico.

Los avatares históricos y cotidianos son analizados con el mismo interés por Werner Herzog, quien ha dado una importancia de primer orden a sus documentales, tan numerosos e importantes como sus largometrajes de ficción, con temáticas tan diversas como El gran éxtasis del escultor de madera Steiner, sobre el campeón de salto de rampa con esquís, el suizo Walter Steiner, en una especie de ensayo filosófico del éxtasis del vuelo humano. Lecciones en la oscuridad muestra la consunción de los pozos petroleros en Kuwait como consecuencia de la Guerra del Golfo Pérsico. En Grizzly Man (2005) hace una recomposición interesante en el seguimiento de los pasos funestos del malogrado amante de los osos Timothy Treadwell; Herzog dice reafirmar un principio básico: debemos buscar un respeto y entendimiento de las comunidades animales, sin dejar de estar conscientes de cuál es su naturaleza y cuál es la nuestra. Y nuevos límites tocan sus personajes en la jungla descarnada de la guerra en Rescate al amanecer (2007); y al actor asesino parapetado con rehenes en My son, My son, What have ye done (2009). En el implacable documental Lo and behold: Reveries of the Connected World (2016) plantea la redefinición de la concepción humana después de la revolución tecnológica de Internet.

Herzog expuso hace mucho una postura frente a la supuesta crítica seria: “La crítica normalmente refleja la moral intelectual. Estuvo en contra de Aguirre, la ira de Dios, tampoco les gustó Fitzcarraldo, tampoco El enigma de Gaspar Hauser… para mí, la crítica no tiene importancia porque normalmente sigue las modas intelectuales. No la leo mucho. A veces mis amigos me pasan las buenas críticas” (de la entrevista publicada en la revista Graffitti, en 1995).

Aquella conquista

El proyecto La Conquista de México es una permanente carpeta de espera para Herzog (quien incluso se puso a estudiar náhuatl cuando pensaba lograrlo). Cada tanto, se habla nuevamente de concretarlo y se leen los nombres de nuevas compañías para la coproducción, originalmente proyectado con Francis Ford Coppola, compañías asociadas de México y el equipo de Roland Emmerich para los efectos visuales... Herzog hizo Aguirre, la ira de Dios (1972), que narra desde la visión de los conquistadores españoles en Perú; su intención era que La Conquista de México contara entonces la historia desde la óptica de los aztecas. Han pasado los años y luce ya muy complicado que se recupere ese proyecto monumental.

Siempre algo que contar

Admirado y estudiado en el mundo, Herzog tiene una obra fílmica consistente que, sin negarse al gran humor (sólo hay que verlo en el brillante falso documental Incident in Loch Ness, Zak Penn, 2004), mantiene una pasión por el cine que sigue pensando más en el fondo que en el ornamento; más allá de las nuevas tecnologías que han llegado a sustituir la médula de las historias en favor del gran espectáculo, el cineasta mantiene la curiosidad de la investigación documental y tiene siempre una nueva ficción. Su filosofía del arte fílmico sigue siendo la misma.

Creo que el verdadero cine es profundizar nuestra visión, dónde nos encontramos como seres humanos, cuál es nuestra condición, cuál es la calidad de nuevas imágenes para nuestra civilización. Eso es mi cine hasta cierto punto. Existen cineastas de diferente perspectiva, de diferente visión y está bien.